Por: Martha Gómez Ferrals
En una noche tormentosa ubicada por siempre en la historia nacional, el 11 de abril de 1895 José Martí, Delegado del Partido Revolucionario Cubano y el Generalísimo Máximo Gómez, máximo jefe militar de la contienda del 95, desembarcaron en la recóndita Playita de Cajobabo, al sur de Guantánamo, con el fin de incorporarse a la campaña libertaria iniciada en Cuba el anterior 24 de febrero.
Llegar al fin a la Patria con esa misión suprema, impuesta por el deber y su conciencia, representó sobre todo para el alma del Apóstol una dicha vivísima e intensa, de la cual hizo referencia en sus papeles personales y también compartió con sus compañeros.
No importarían en lo adelante la continuación de los sacrificios iniciados hacía mucho en la preparación de la guerra, a la que llamó Necesaria, ni los peligros certeros de muerte. Para él, escribió convencido a un amigo, había llegado la hora, su hora de ser consecuente con el honor y todo lo que había predicado. Impensable otra opción.
“Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la Patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre”, así le había comunicado en una misiva a su amigo Federico Hernández y Carvajal, cuando estaba en la localidad dominicana de Montecristi, documento fechado el 25 de marzo de ese año.
- Consulte además: “Arribamos a una playa de piedras …Dicha grande”
Algo trascendente había entonces ocurrido en esa fecha en el enclave de Montecristi. Se trataba de la firma de la Proclama del Partido Revolucionario Cubano a Cuba, mediante la cual se establecía un programa político ideológico con los basamentos de la guerra que ya había estallado en febrero en diversas regiones de la Isla.
Martí había trabajado con visible ardor y entrega no solo en la creación de un modélico partido, también en otras múltiples vertientes que debían llevar a la unidad de las fuerzas y sectores independentistas cubanos.
Había estudiado a conciencia las debilidades y fortalezas de la contienda iniciada en Demajagua el 10 de octubre de 1868, y otras etapas fugaces encaminadas a la emancipación y no quería que se repitieran los defectos que minaron esos heroicos procesos de la nación, llevados a la frustración de sus objetivos.
E hizo de todo porque a la futura guerra no la dominara la cólera, sino la unidad y el pensamiento. Y también empezó a desarrollar secretamente sus convicciones anti hegemónico y antiimperialista, dadas sus agudas observaciones del entorno en el que vivía.
Ese trabajo lo había desarrollado durante su estancia durante unos 15 años en la ciudad estadounidense de Nueva York, donde vivió y se había ganado un amplio reconocimiento por su brillante obra intelectual, como corresponsal de medios de comunicación de varios países latinoamericanos y en servicios diplomáticos.
Jamás lucró con su talento y todo la labor y entrega personal que protagonizó en aquel tiempo fecundo, en el que también tuvo estancias y viajes a naciones de nuestra América, estuvo vertebrado por la lucha paciente por la independencia de Cuba.
Si difícil fue su tarea de gigantes de unir a los cubanos de diversos sectores e intereses, tanto en el exilio como en Cuba, igual de tenso fue el esfuerzo por limar asperezas, puntos de vista y voluntades entre los grandes guerreros que dirigieron la Campaña del 68, entre los cuales incorporó a su proyecto a los mayores generales Antonio Maceo, su hermano José y Flor Crombet, además de Gómez.
Días antes de la histórica llegada a la Isla de Martí y Gómez, el primero de ese mismo mes de abril había arribado en la goleta Honor, los dos heroicos hermanos Maceo y Crombet, por el lugar conocido como Duaba, hoy otro de los sitios sagrados de la Patria en la región de Baracoa.
Cerca del lugar por donde desembarcaron el Maestro y el brillante general dominicano, en un sitio conocido como Rancho de Tabera, Gómez impuso al Delegado el grado de Mayor General del Ejército Libertador. Con esa condición murió en combate el 19 de mayo de 1895 en Dos Ríos, Jiguaní.
Igual que el cubano organizador de la contienda del 95, el Generalísimo tenía sentimientos y convicciones profundas respecto al paso dado en el reinicio de las gestas emancipadoras.
De entonces se recuerdan estas palabras de Gómez: “¡Soldado! Llegaremos hasta los últimos confines de occidente, hasta donde haya tierra española, allí se dará el Ayacucho cubano”
En torno a los días siguientes al desembarco del 11 de abril muchos connacionales han podido conocer admirados la dicha grande del Apóstol y su conmoción al ponerse en contacto directo con la gente humilde y brava que en lo adelante serían sus compañeros de batalla y su fascinación ante la feraz naturaleza cubana.
Cada planta, cada río o arroyuelo, cada acción humana, el cielo azul, el sol, los animales del monte… todo fue como una fiesta para esa alma cargada de espiritualidad y amor que él tenía. Y así nos lo legó en las inmortales líneas de su Diario y correspondencia. Es una maravilla que en medio de tantos sacrificios y obstáculos la vida le trajera esa felicidad en la patria amada.
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