No hubo creación revolucionaria en la Cuba colonial del siglo XIX que fuera más importante y novedosa que la fundación del Partido Revolucionario Cubano de José Martí.
Incluso, por su concepción, métodos y forma de organización está considerado como el primer partido creado en el mundo para dirigir un movimiento de liberación nacional; todo un aporte a la lucha emancipadora de los pueblos coloniales y neocoloniales del posteriormente denominado Tercer Mundo.
Nació de la necesidad de unir, lo que el propio Martí denominó “lo diverso y lo disperso”; o sea, darle unidad al proceso revolucionario que se gestaba en la Tregua Fecunda o Reposo Turbulento y evitar que de nuevo, por nuestros propios errores, volviéramos a dejar caer la espada, tal y como sucediera en la Guerra de los Diez Años (1868-1878).
"Él es, de espontáneo nacimiento, la grande obra pública. Es, sin más mano personal que la que echa el hierro hirviente al molde, la revelación de cuanto tiene de sagaz y generosa el alma cubana", definía el Apóstol en el periódico Patria las características de la organización que estaba por nacer.
Fruto de un pensamiento teórico de avanzada, como no había otro, y del conocer como ninguno la realidad de la Cuba colonial de entonces, además de estudiar las experiencias de los partidos políticos existentes en su época, en particular, los de Estados Unidos, donde se había radicado desde enero de 1880, fue, sin dudas, el Partido Revolucionario Cubano (PRC) la obra magna de José Martí, su creación más original y de mayor alcance revolucionario.
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Hoy es el antecedente glorioso del actual Partido Comunista de Cuba; al tiempo que también lo fuera de nuestro primer partido marxista-leninista fundado en 1925 por Julio Antonio Mella y Carlos Baliño; este último, para mayor simbolismo, el obrero tabaquero que había estado al lado de Martí en 1892 y que llegada la República Neocolonial abrazaba las ideas proletarias de avanzada.
La fundación del PRC fue un arduo proceso de años, en los que José Martí encaminó esfuerzos para convencer a los descreídos y unir en un solo haz, llegada ya la década de 1890, a cuántos cubanos y portorriqueños estuviesen dispuestos a incorporarse a la organización que se gestaba para conducir una Revolución que también estaba en ciernes.
El Apóstol con miembros del Partido Revolucionario Cubano en la emigración (Tomada del periódico Escambray).
El 15 de enero de 1892, el Apóstol de nuestra independencia redactaba las Bases del Partido Revolucionario Cubano, las cuales serían aprobadas y proclamadas el 10 de abril del propio año, día de su fundación oficial.
En el artículo cuatro de las citadas Bases decía: “El Partido Revolucionario Cubano no se propone perpetuar en la República Cubana, con formas nuevas o con alteraciones más aparentes que esenciales, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia, sino fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud.”
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Dichas Bases eran públicas y definían de manera programática los objetivos y propósitos de la organización revolucionaria, pero también estaban los Estatutos del PRC y estos, sí eran secretos; o sea, los fines eran de conocimiento público, pero los modos de lograrlos, eran enteramente secretos, pues, como el propio Martí revelaría en su carta testamento a Manuel Mercado, del 18 de mayo de 895, un día antes de caer en combate, habían cosas que para lograrlas tenían que andar ocultas.
Los Estatutos establecieron una organización muy sencilla, con la posibilidad de fundarse los Clubes Revolucionarios que se estimaran convenientes, con independencia los unos de los otros, siendo su labor principal la recaudación de fondos, para lo que existía una contribución voluntaria de un tanto por ciento de los sueldos o jornales de los miembros.
Los Presidentes de los Clubes de cada localidad constituían un Cuerpo de Consejo y las elecciones se celebraban anualmente, cubriéndose los cargos de los clubes y designándose igualmente el Delegado, el Secretario y el Tesorero, que eran la máxima representación del Partido.
El Delegado -cargo que asumió Martí y en el cual fue reelecto cada año hasta su muerte- tenía plenos poderes, aunque periódicamente el Apóstol realizaba visitas a los clubes y rendía cuentas de la parte de labor que podía darse a conocer, muestra del espíritu democrático por él impregnado a su Partido, lo que dejaría de hacerse con posterioridad a su desaparición física.
El 8 de abril de 1892, dos días antes de constituirse oficialmente la organización, el Consejo de Presidentes y Delegados de Club, presidido por José Dolores Poyo, confirmó la elección de Martí como Delegado, y de Benjamín Guerra como tesorero.
El 9 de mayo de 1892, en una comunicación a los presidentes de los Cuerpos de Consejo de Key West, Tampa y Nueva York, Martí expresó lo que significaba para él esa responsabilidad:
“Y la obedezco y cumpliré con los deberes que me impone, seguro, y por esto sólo orgulloso, de que en el descargo de ellos nada podré hacer que supere el patriotismo previsor, sagaz y abnegado de los que me eligen.”
La fecha escogida para la fundación del PRC no pudo ser más simbólica y he aquí otra genialidad de nuestro Héroe Nacional, quien esperó al 10 de abril, día que en 1869 se había proclamado la Constitución de Guáimaro, la primera de nuestras constituciones y se había elegido a Carlos Manuel de Céspedes como presidente de la República de Cuba en Armas, para proclamar su nacimiento.
Recaudar dinero y medicamentos resultó una tarea de permanente del Partido, siendo el dinero recaudado por los trabajadores, su fuente más valiosa, sobre todo, por los sacrificios patrióticos que dicha contribución significaba.
Tras la muerte de Martí en Dos Ríos y la elección de Tomás Estrada Palma como su Delegado, el PRC perdió su filo revolucionario y el amplio carácter democrático que le impregnó el Apóstol. Así fue languideciendo su labor, hasta ser decretada su extinción en diciembre de 1898, al considerarse de manera errónea que ya había cumplido sus misiones, quizás, cuando más falta le hacía a la Revolución y a Cuba.
En el Partido de Martí están nuestras raíces y tradiciones patrióticas más puras; el ideal redentor nacido al calor de la nacionalidad y fundido en el crisol de las luchas emancipadoras en la manigua mambisa.
Hoy, cuando la unidad revolucionaria se torna tan necesaria y las ideas anexionistas que tanto combatió Martí pretenden cobrar fuerzas y se nos quiere imponer un pensamiento hegemonista, el antiimperialismo del Partido Revolucionario Cubano nos resulta vital, como también sus ideales democráticos de redención y enaltecimiento humano.
Vale, entonces, tener en cuenta lo expresado por Fidel en el acto por el 26 de julio de 1973, celebrado en Santiago de Cuba, y cito: “Como el Partido Revolucionario Cubano de la independencia, hoy dirige nuestro Partido la Revolución. Militar en él no es fuente de privilegios sino de sacrificios y de consagración total a la causa revolucionaria. Por ello en él ingresan los mejores hijos de la clase obrera y del pueblo, velando siempre por la calidad y no la cantidad”.
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