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viernes, 22 de noviembre de 2024

Oriente en la sangre generosa de Pablo (I)

El 19 de diciembre se cumplieron 70 años de la caída en combate por la República Española del cubano-puertorriqueño Pablo de la Torriente Brau, uno de los más generosos y talentosos jóvenes de aquella generación del 30, que tanto fortaleció la identidad y la nacionalidad cubanas. La calidad de la familia y lo mejor el medio ambiente, donde las provincias orientales de la mayor de las Antillas desempeñaron un papel fundamental, esculpieron a aquel muchacho de terreno tan fértil para la dignidad

Víctor Joaquín Ortega Izquierdo en Exclusivo 21/12/2010
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(Al pablista Víctor Casaus)

"El que quiera conocer otro país, sin ir al extranjero, que se vaya a Oriente; que se vaya a las montañas de Oriente donde está el Realengo 18 y en donde se extienden otros, como el de Macurijes, el de Caujerí, el Vínculo, el Bacuney, Zarza, Picada, Palmiján y algunos más. Que se vaya a Oriente, a las montañas de Oriente".

Pablo de la Torriente Brau

Esta hipérbole citada ofrece mayor potencia al reportaje ¡Tierra o sangre!, testimonio periodístico, político, humanísimo, vivido por Pablo de la Torriente Brau con el alma y el andar: estuvo en Realengo 18 y se fundió con la flora, la fauna y los protagonistas, tan unidos allí, y con aquel combate.

Esa pasión vibraba desde mucho antes: niño, adolescente, joven, respiró el Himno-aire de tierra tan sagrada y sangrada: ¡Oriente! Pies sobre las vetustas calles, el llano, las montañas; el espíritu lleno del medio ambiente, la gente, las leyendas. Lo mejor de la región le había crecido en el saber y en el sentir; en las elevaciones rebeldes se le solidificaría. Debía compartir ese querer con los demás: "(…) encontrará también el orgullo de una historia considerada como propia; la satisfacción de que no haya río por el que no hubiera corrido sangre mambí, ni monte donde no puede encontrarse el esqueleto de algún héroe".

YA DESDE EL HOGAR

Pablo había nacido en San Juan de Puerto Rico, el 12 de diciembre de 1901, en la casa número 6 de la calle General O’Donell, frente a la plazoleta de Cristóbal Colón, con estatua incluso. De ahí su broma relacionada con el lugar, el Almirante y el propio aparecer, expresada en el prólogo del libro de cuentos Batey (1930) donde juntó narraciones a las de Gonzalo Masas Garbayo.

En la presentación de Pablo de la Torriente Brau, selección de su obra para la serie Hombres de la Revolución, se le recuerda "(…) demasiado lleno de cosas perdurables para que pudieran matarlo definitivamente, nos señala él mismo los lugares de su permanencia… poder nacer en Puerto Rico y ser cubano y morir en España o haber muerto en cualquier parte de la revolución antimperialista mundial".

En el hogar, atmósfera magnífica. El padre, Félix de la Torriente Garrido, vástago de cubano, natural de Santander, España, traído con cinco abriles a Cuba, donde estudió hasta el segundo año de Derecho y Filosofía y Letras, licenciado en la Universidad Central de Madrid. En 1898 llegó a Puerto Rico como secretario del último capitán general, González Muñoz, Una carta de presentación le abrió las puertas de la casa de Salvador Brau Ascencio, quien lo apoyó y luego se ufanaba de la amistad entre los dos.

El joven actuó en varios puestos con eficiencia y honestidad; brilló como catedrático de Historia, Geografía y Latín del Instituto Civil. Nuevos lazos fortificaron aquellas relaciones: Félix, un año después de su arribo, se casaría con una hija de Salvador: Graziella. Del amor, pinos nuevos: Pablo entre ellos.

El abuelo materno, intelectual progresista más allá de sus escritos: enfrentó las inmoralidades, sin importarle de donde vinieran, desde su publicación El clamor del país, en textos históricos, y con los hechos. Como ha rememorado su nieta Zoe: "…Salvador Brau, periodista de pluma insobornable que al ser compelido a escoger entre combatir por la prensa los desmanes y arbitrariedades del gobierno del general Romualdo Palacio, que en 1887 implantara en Puerto Rico el temido componte, o continuar en el desempeño del cargo de cajero de la intendencia, entregó las llaves del tesoro con esta frase: A los hijos se les debe dar antes que pan, vergüenza…" Lo opinó José Antonio Portuondo: "Para todos los puertorriqueños de hoy, Salvador Brau es uno de los símbolos de la dignidad patriótica".

Los viajes alimentaron el entendimiento, el gozo de existir, el afán de realizar del nieto de este roble boricua. Con dos años de edad, acompañó al progenitor en España: había muerto el abuelo paterno, el ingeniero cubano Francisco de la Torriente Hernández. En 1905, regresaron de Santander a La Habana: horizontes prometedores en el sector de la educación. El profesor resultó nombrado inspector pedagógico y laboraba como periodista.

Por ese entonces, el niño estudiaba en la escuela del maestro Lima, en la Quinta de los Molinos. Aprendía a leer en La edad de Oro; lo afirmará con orgullo y como respuesta a quien osa dudar de su cubanía. El libro se lo envió Salvador Brau. Lo había recibido de manos de Gonzalo de Quesada y Aróstegui. La dejación, para que Pablo sea un buen cubano y se inspire en los ideales del Apóstol.

La familia junta, por poco tiempo. Segunda intervención gringa, ésta al calor de la reelección de Estrada Palma y la reacción contraria. Félix perdió el empleo: Salvador, grave. Graziella, Zoe, Graciela y Pablo, hacia la tierra boricua. El profesor encontró trabajo en Santiago de Cuba: en los Colegios Internacionales de El Cristo. Mientras, en Puerto Rico, el abuelo paterno influía decisivamente en la forja de la prole.

No es casual que, con solo nueve años de edad, en su primer artículo, publicado en El ateneísta, revista de los alumnos del centro citado en el párrafo anterior, muestre su gran ambición: ser marino, capitán de una escuadra, dirigirse hacia la tierra natal y expulsar de allí a los norteamericanos.

Amén del sentido recto de la parentela más cercana, sobre todo, y la firme ideología patriótica y antiyanqui, estaban los cuentos, las anécdotas narrados por la madre sobre el bisabuelo pintor, Bartolomé Brau: de Cataluña vino para los lares boricuas, perseguido por manifestar ideas liberales. Espacio para el otro abuelo de Graziella: Agustín de Zuzuarregui, y el tío abuelo Carlos Asensio, venezolanos que lucharon con Bolívar en 1811. Otro bisabuelo de los muchachos: Vicente de la Torriente, héroe de la independencia hispana.

Debe agregarse lo dicho por Zoe: " (…) nuestras primeras lecturas políticas las hicimos en el Pica-Pica, semanario satírico y puertorriqueño hasta la médula, fundado y dirigido por nuestro tío, Luis Brau Zuzuarregui, durante 34 años combatió la injerencia norteamericana en nuestra isla y fustigó implacablemente a los puertorriqueños sometidos a los yanquis para convertirse en parias en su propia patria".


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Víctor Joaquín Ortega Izquierdo


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