Nuestra Revolución es tan sui géneris como autóctona. De ser tan verde como las palmas, pasamos a ser el primer país socialista del hemisferio occidental en apenas dos años y tres meses del derrocamiento de la dictadura batistiana, sin perder nunca el color verde oliva conque los barbudos bajaron de la Sierra Maestra con Fidel al frente.
Ese paso acelerado hacia el socialismo nos distingue, máxime cuando fueron rotos todos los cánones teóricos que afirmaban que era imposible ese tránsito sin la existencia de un partido marxista-leninista que liderara la lucha y, mucho menos, sin que las condiciones objetivas y subjetivas estuvieran creadas, máxime en un país de fuerte tradición anticomunista como el nuestro, marcado por el dominio neocolonial norteamericano, el cual impuso su modo de vida e ideología reaccionaria.
Sin embargo, ese inédito salto al socialismo fue una realidad tangible a solo 90 millas de los Estados Unidos, y Cuba transitó de la etapa democrática-popular-agraria y antiimperialista (1959-1961) a la socialista, vísperas de la invasión mercenaria por Playa Girón, hace ahora 61 años.
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Las razones existen, y la historiografía cubana ha buscado esas respuestas, cuyo antecedentes están, sin que fuera el único, en La Historia me Absolverá, ese programa de avanzada de la Revolución, que sin ser socialista, no podía serlo, su cumplimiento le abrió indefectiblemente las puertas al socialismo en Cuba.
La propia hostilidad imperial hacia la naciente revolución sería otro factor catalizador pues, a cada medida por aplastarnos, Cuba respondía con otras de gran radicalidad, así sucedió cuando se negaron a comprarnos la cuota azucarera y a refinar nuestra azúcar, ante lo cual se ofreció la mano generosa de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), asegurándonos mercado y precios competitivos.
Igual fue pasando con la instauración del injusto y criminal bloqueo, cuyo propósito siempre ha sido el de rendirnos por hambre, lo que hizo que se buscaran alianzas económicos y de otro tipo con los países del entonces campo socialista, liderados por la URSS, y así, de manera paulatina, se fue logrando un acercamiento también en lo ideológico hacia el socialismo, como sistema socio-político de avanzada y superior al capitalismo.
Sin obviar esa fuerza telúrica que es Fidel Castro, quien desde los sucesos del 26 de julio de 1953 tenía un pensamiento político revolucionario de avanzada y una formación marxista-leninista, que no podía hacer pública, pues las condiciones no estaban creadas para ello, pero que existían desde entonces.
No fue el Partido quien hizo la Revolución, sino fue la propia Revolución la que hizo al Partido, afirmó en reiteradas ocasiones Fidel, para explicar tan inusual tránsito al socialismo, sin una organización marxista que la liderara.
El filósofo francés Jean Paul Sartre y su esposa Simone de Beauvoir visitaron Cuba en esos años fundacionales de los 60 del pasado siglo y fueron testigos de esos excepcionales cambios en la Isla.
Una anécdota de la visión dada por este intelectual francés al inusual paso al socialismo en Cuba fue cuando, en un encuentro en la Cité Universitaire con algunos miles de estudiantes, uno de ellos le replicó que sólo el Partido Comunista podía hacer la revolución, y lo desafió a dar un ejemplo de lo contrario: “Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio”, respondió Sartre sin pensarlo dos veces.
“La revolución más original del mundo”, fue otro de los calificativos del filósofo francés a nuestro proceso emancipador. Mientras, al evaluar la hostilidad imperialista como factor impulsor de las medidas de orientación socialista, escribió Sartre:
“La socialización radical sería hoy un objetivo abstracto, y no se podría desearla más que en nombre de una ideología prefabricada, puesto que las necesidades objetivas no la exigen por el momento. Si algún día fuese necesario recurrir a ella, se hará primero, por ejemplo, para resistir al bloqueo y a título de economía de guerra. Pero, de todas formas, el fenómeno aparecerá con la doble característica que encontramos en todas las medidas adoptadas por el gobierno revolucionario: será una reacción, un contragolpe, y si fuera preciso mantenerla, será la expresión del sentido auténtico de la Revolución Cubana y el término de su auto-radicalización”.
En tanto, Simone de Beauvoir en un artículo que tituló ¿A dónde va la revolución cubana?, publicado en abril de 1970, afirmaba: “Fidel Castro ha trastornado las nociones de lo posible y de lo imposible. (…). Es una especie de milagro, pues hubo que atreverse a creer en la suerte del hombre”.
En ese contexto de lucha ideológica y de clases se llegó al 16 de abril de 1961, cuando Fidel, en el entierro de las víctimas de los arteros ataques a los aeropuertos de Ciudad Libertad y San Antonio de los Baños, proclamó el carácter socialista de la Revolución:
“Porque lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es que estemos aquí, lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es la dignidad, la entereza, el valor, la firmeza ideológica, el espíritu de sacrificio y el espíritu revolucionario del pueblo de Cuba. Eso es lo que no pueden perdonarnos, que estemos ahí en sus narices ¡y que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos!
Para de manera enfática, y con los fusiles en alto, exclamar a viva voz: “Compañeros obreros y campesinos, esta es la Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes. Y por esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida”.
Así, al fragor de la lucha se forjó nuestro socialismo y ese propio 16 de abril de 1961 se considera también la fecha del nacimiento de nuestro actual Partido Comunista de Cuba.
Al día siguiente, en las arenas de Girón se defendió el Socialismo, ese que seguimos construyendo contra viento y marea. Ese socialismo perfectible, próspero y sostenible al que no renunciaremos jamás y que sigue vivo y latiente en las nuevas generaciones de cubanos.
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