Fueron duros los últimos días del Delegado del Partido Revolucionario Cubano, José Martí. Se había echado un pueblo a sus espaldas. Ya le han llamado Apóstol y sabe que se acerca la hora del martirio final. Pero antes, tienen que dar pecho a golpes descomunales para su cuerpo físico y su agitada mente.
La expedición armada, preparada con tanta discreción y desvelo, es abortada, por la mal querencia de López de Queralta y fuerzas hostiles a la revolución. Se levanta de toda lágrima o lamentos y plantea la disposición de convocar al alzamiento, aunque tengan que desembarcar en Cuba en una tabla o un leviatán.
Ya en República Dominicana, Gómez le hace saber que el Delegado no iría a la manigua porque es más útil en Estados Unidos; por su cabeza pasa la imagen de una vieja discusión con Collazo quien le había dicho que no tendría valor para estar en la manigua. Nadie duda ya de su valor, pero un juicio terrible caería sobre ‘el si no participa directamente en la contienda.
Una noticia falsa publicada en los primeros días de marzo, anuncia que “Gómez y Martí ya están en Cuba”; tal hecho sirve de argumento para convencer a Gómez y otros: El Delegado tiene que ir a Cuba.
Antes de escribir el 25 de marzo de 1895, la carta de despedida a su madre para dejar la más dramática de todas sus preguntas: ¿Por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio?, escribe una carta, casi a escondidas, a Don Tomás Estrada Palma, el 16 de marzo, donde le dice que a Cuba va preso, y que lo echarán de su tierra. Anda revuelto el corazón del Delegado.
Es azarosa la travesía final; Bastián, el Capitán de la goleta Brother, se niega a seguir viaje, solo el negro cocinero, David, el de las Islas Turcas, mantiene la disposición de acompañarlos, y quedan abandonados en la Gran Inagua. El cónsul haitiano, Barbes, les extiende la mano, cuando aparece el carguero alemán "Nostrand" al mando del su capitán masón Julius Lowe.
El carguero, después de evadir la persecución inglesa, logra acercarse a las costas cubanas; luego al bote, y a remar. Llueve y la luna roja cae sobre la noche incierta.
Es el 11 de abril de 1895, y el Delegado escribiría la frase que inunda su felicidad. “Salto. Dicha Grande”. Sube montes y no se cansa. Lleva gran carga sobre los hombros pero el cuerpo espiritual vuela por encima de toda maldad o peligro. El 15 de abril, Gómez, junto a otros oficiales, le otorgan el grado de Mayor General. Tres días después, escribe una página terriblemente hermosa que resume un desvelo: “la noche bella no me deja dormir” Es que cerca de la hamaca duerme el ultimo sueño de sus versos sencillos: “Verso, o nos condenan juntos / o nos salvamos los dos”.
Entonces es la hora del encuentro de La Mejorana. Más allá de todas las lecturas e interpretaciones, Martí sale angustiado de aquel encuentro; en las páginas del diario del 9 y 14 de mayo se nota ese raro malestar. Aunque no deja de entrar en la historia y el monte, la naturaleza se desplaza ligeramente de la fiesta que siente en los días de abril. Llueve mucho en mayo. El 17 escribe la última página en su diario, dice que Valentín le trae “un jarro hervido en dulce con hojas de higo”. El 18 escribe la carta memorable a Manuel Mercado. Una pequeña nota dirige a Gómez el propio 19 de mayo, a las nueve de la mañana. La escena lista para arder entre un dagame y un fustete.
Al llegar a ese punto sentimos necesidad de detener el día, suspender la historia para avisarle de la muerte, pero, El Delegado que no llegaría a ser Presidente, sabe, hace muchos años, que carga una cruz. Tres disparos, lo dejan al fin volar por encima de su tiempo para instalarse en ese cuarto de luz, donde no se muere el fueguito de amar la libertad.
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