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sábado, 23 de noviembre de 2024

Las omisiones deslucen el homenaje

Las celebraciones por el 60 aniversario de la victoria sobre el fascismo en Europa adoptaron un patrón inesperado; se hizo política de bajo presupuesto y faltó la celebración de los pueblos

Jorge Gómez Barata en Exclusivo 10/05/2010
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Las celebraciones por el 60 aniversario de la victoria sobre el fascismo en Europa adoptaron un patrón inesperado. Como si hubiera una concertación para "atenerse exclusivamente a los hechos", se destacó la crueldad nazi, evadiendo el examen del contenido ideológico del fascismo, así como las premisas históricas y las circunstancias políticas que condujeron a semejante degeneración.

A la denuncia de la brutalidad que caracterizó al nazismo, hubiera sido importante sumar reflexiones sobre los intentos por sustanciar ideológicamente tales acciones, poniendo de manifiesto que la ideología fascista, basada en la exclusividad nacional, el racismo, la xenofobia, la intolerancia y la exclusión, sobrevive a la caída de Berlín.

La magnífica victoria sobre los nazis pudo servir para un relanzamiento ideológico, basado en una apasionada defensa de la libertad y la democracia, recordando los valores que sesenta años atrás unieron a la humanidad por encima de regímenes y opiniones políticas, credos religiosos, culturas y niveles de desarrollo. Hubiera sido un buen momento para renovar los compromisos que hicieron posible la formación de la coalición antinazi.

Era demasiado pedir. El presidente George Bush, que hubiera podido decir muchas cosas interesantes, e incluso bellas, sobre el liderazgo que por intermedio de Franklin D. Roosevelt ejerció Estados Unidos, se conformó con un desabrido discurso revelador de su nostalgia por la Guerra Fría, pasando por alto que en aquella época la unión Soviética no era parte del problema, sino de la solución.

Me hubiera gustado oír sobre la heroica resistencia de los pueblos ocupados, del brillante desempeño de los guerrilleros franceses y yugoslavos, del arrojo ilimitado de los partisanos que poblaron los bosques de toda Europa, de la magnífica entrega de la resistencia en Praga, Budapest, Sofía, Oslo; del sacrificio de los campesinos que quemaban las cosechas y se condenaban al hambre para no alimentar a los nazis, y de la entereza de los judíos del Gheto de Varsovia.

No escuché nada sobre el martirologio de los comunistas y socialdemócratas, no se mencionaron los nombres de Thaelman y Dimitrov, como tampoco los de Guernica y Lídice, ni hubo homenajes para los curas que convirtieron las iglesias en refugios.

En un mundo que necesita la unidad y el reencuentro de las culturas y las civilizaciones, se omitió el hecho de que en la lucha antifascista, católicos y comunistas, musulmanes y cristianos, americanos y rusos, se encontraban en el mismo bando y se olvidó que las batallas de El-Alamein, en Egipto, una especie de Stalingrado en África del Norte y Tobruk en Libia, fueron paradigmas.

Eché de menos una reflexión crítica sobre el papel de los bancos suizos que aceptaron en depósito los lingotes de oro elaborados al fundir los dientes arrancados a los prisioneros de los campos de exterminio, a los coleccionistas de arte que guardaban en sus bóvedas las obras robadas en los museos europeos, a los capitanes de la industria norteamericana del automóvil, el acero y el petróleo, y no escuché que se criticara a Estados Unidos por haber cerrado sus fronteras a la emigración judía.

De hecho Bush atacó más a la Unión Soviética, que ya no existe, que a Hitler, que sigue siendo un peligro, y dio más importancia a los errores cometidos en los países bálticos que a su brillante empresa liberadora. Nadie aclaró que la Unión Soviética liberó a media Europa, incluyendo a Noruega y Austria, de donde sus tropas se retiraron tan pronto se les pidió, y que exhausta se sumó a la guerra contra el Japón para echarle una mano a sus aliados americanos.

Correspondió al presidente Putin destacar el papel desempeñado por la Unión Soviética, que convertida en un inmenso campo de batalla, desde el mar de Barents hasta el Cáucaso llevó el peso principal de la contienda, y enfrentó y derrotó al grueso de la maquinaria militar hitleriana, ocasionándole las tres cuartas partes de todas las bajas sufridas en la II Guerra Mundial, aunque pagando ella el más elevado precio.

No hubo palabras para recordar el empeño de Nuremberg, donde se definió el delito de agresión, ni se mencionó la actitud inconsecuente de los que brindaron refugio a los nazis para aprovechar sus talentos, su dinero e incluso sus habilidades represivas.

No alcanzaron las palabras para elogiar a los esclarecidos líderes que encabezados por Roosevelt concibieron y fundaron la ONU, base de un sistema de seguridad internacional basado en el respeto a la igual soberana de los estados, la soberanía de los pueblos y la autodeterminación de las naciones.

En Moscú, a la vera de la victoria, con la gloria como excusa y la hegemonía como meta, se hizo política de bajo presupuesto. Me pareció que los presidentes tuvieron su convite y que falta la celebración de los pueblos.


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Jorge Gómez Barata

Profesor, investigador y periodista cubano, autor de numerosos estudios sobre EEUU. y especializado en temas de política internacional.


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