Aún no amanece y en La Habana, Cuba, voces guturales de radio marcan un compás en lo oscuro. 27 de noviembre de 2020: presuntamente buen día, libre de nubes o vientos fuertes, anuncian los radares. Algo de lluvia aislada… quizás.
A simple vista, pareciera que esta ciudad lo olvida todo demasiado rápido. La vorágine, le dicen, la locura… 27 de noviembre y quizás algunos estén dando trotes matutinos en torno al lugar de los hechos y qué bien luce el mármol y las rejas y el césped podado 149 años después. ¿Qué son 149 años? ¿Los barcos que siguen en el ir y venir? ¿La llegada de los automóviles? ¿Unas cuantas guerras? ¿Tres segundos de internet? ¿Una república rara? ¿El faro? ¿Un nuevo trozo de ceiba?
- Consulte además: Cuando no se olvida el horror
La ciudad sitiada por yagrumas se sacude la modorra y siente que el leve oleaje de mareas altivas espabila sus muros. La ciudad lleva grabada en piedra las heridas del tiempo; la sangre no se advierte en el cráter pero el cráter queda y la gente pasa sin ver y quien no ve no se entera ni siente ni recuerda… y la cicatriz deja de serlo y se convierte en poro. Simple y mero poro.
Vaya día para andar inmóvil, sin irreverencias, para olvidar cada arañazo en el pellejo, para salir andando con mochila al hombro sin que nada importe. 27 de noviembre sin otro estruendo que el cañonazo nocturno que será, sin más alarido agónico que el del navío en despedida.
Conjunto escultórico erigido en memoria de los ocho estudiantes de Medicina fusilados injustamente en La Habana en 1871. (Tomada de Radio Cadena Habana).
27 de noviembre que amanece y apaga los radios. Cuentan que hoy se camina al paredón, al muro pálido, testigo mudo de los trotes matutinos ciegos y otros avatares del tiempo que con él llegaron.
¿Habrá amanecido con flores el viejo paredón? ¿Flores plantadas, naturales, vivas… o lirios plásticos prestados, de esos que parecen y parecen pero que al final mienten? ¿Llegará la marcha de pechos sin consignas o solo aparecerán las piernas cansadas por el oficio antológico del caminar sin más?
Este muro triste… que no entiende de almanaques, ni de loas ni gritos inducidos; paredón estanco que espera no más la hora –a cada rato ocurre– en que el caminante se detenga frente a sus columnas de neoclásica estirpe, tan solo para bajar cabeza y regresar el tiempo y sentir la pólvora seca dando gritos… y triste, confesar, cual si hablasen 149 años de dolor: “Llore, lloré de espanto y amargura:/ Cuando el amor y el entusiasmo llora/ Se siente a Dios, y se idolatra, y se ora;/ ¡Cuando se llora como yo, se jura!”
Yo confío en la flor buena, esa que nace.
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