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jueves, 28 de noviembre de 2024

Evocación

Cuando se celebra otro año del Crimen de Barbados, al pueblo cubano le crecen motivos para no olvidar…

Giselle Vichot Castillo en Exclusivo 06/10/2016
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“La historia de Estados Unidos y Cuba abarca revolución y conflicto; lucha y sacrificio; retribución y ahora reconciliación. Ha llegado el momento de que dejemos atrás el pasado. Ha llegado el momento de que juntos miremos hacia el futuro —un futuro de esperanza”.

Sin dudas, el discurso ofrecido por el presidente norteamericano, Barack Obama, en el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”, el pasado 23 de marzo, devino derrotero para entender el desplazamiento de la histórica confrontación directa entre La Habana y Washington hacia una más acordada, destacando “lo que nos une”.

Sin embargo, cuando median crímenes y políticas absurdas que comprometieron y comprometen la situación de nuestro país, el pasado retumba una y otra vez. Hay quienes todavía sueñan con la vida violentada por el crimen horrendo. Con el hijo, el padre o el novio… Por eso, cada 6 de octubre, al pueblo cubano le crecen motivos para no olvidar.

Setenta y tres personas a bordo de la aeronave, un Douglas DC-8 de fabricación estadounidense, murieron en uno de los más brutales actos terroristas ejecutados por personas al servicio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en contra de la Revolución cubana.

Registrado en la historia como el crimen de Barbados, aquel octubre fatídico no solo comprometió la felicidad de un número considerable de familias, sino que alimenta aún en muchos cubanos la sed del crimen impune.

“Yo tenía 12 años y lo recuerdo como si fuera hoy —cuenta mi madre cada vez que evoca el suceso—. El horario de clases en la Escuela Vocacional Vladimir Ilich Lenin fue interrumpido y el subdirector docente dio la orden a estudiantes y profesores de dirigirse hacia el área de formación. Allí, un silencio sepulcral, como quien avizora las malas noticias, dominó el escenario, y estuvimos listos entonces para conocer del horrendo crimen”.

Aquellas memorias de mi madre fueron el primer acercamiento que tuve con el atentado terrorista al vuelo CU-455. Luego, la enseñanza de la historia de Cuba, desde edades tempranas, fue sembrando en mí varias interrogantes sobre aquel hecho tan lejano y cercano a la vez.

Como le sucedió a mi madre en el año 1976, conocer sobre lo ocurrido en Barbados significó adentrarme en la barbarie de la que a veces es testigo el mundo. Entendí, entonces, el valor de palabras como humanidad y paz; a la vez que me debatí entre el terror y la miseria de algunos hombres.

“Para mí, una niña de 12 años, Barbados significó conocer el monstruo, como dijera Martí tantos años atrás. Fue conocer de lo que era capaz la CIA, fue la primera vez que escuché el nombre de Luis Posada Carriles, fue como tocar la realidad y no aquellas historias que se narran en los libros, fue entender la causa de un pueblo entero”. 

Quizás una de las tareas más difíciles que haya enfrentado mi madre en su larga vida dedicada al magisterio fue tratar de explicarme cómo era posible que tantos años después, los responsables de este crimen atroz permanecieran absueltos. Comprendí que no era cuestión de un hombre ni de dos, ni de un solo país.

El 18 de agosto de 2016 se cumplieron 31 años de la fuga del ex agente de la CIA, Luis Posada Carriles, de la Penitenciaria General de Venezuela (PGV), quien se encuentra libre en Miami luego que la jueza Kathleen Cardone determinará que ya era “viejo, inválido” para ser juzgado por los tantos atentados terroristas que figuran en su historial de criminal.  

Familiares de las víctimas del Crimen de Barbados

"No nos cansaremos de exigir justicia!", aseguran José María y Teresa, padre y hermana de Nancy Uranga Romagoza (Las Razones de Cuba)

Aunque también los años tiñeron de blanco su pelo, para José María el dolor por la hija ausente permanece intacto. La sonrisa de Nancy Uranga Romagoza, la esgrimista que no pudo ver nacer al hijo que llevaba en su vientre, le fue arrebatada de un golpe súbito a su familia. Como no mengua el dolor para José María, no existe justificación para Posada.

Pero cuando el manto de la injusticia, la impunidad y el dolor parecían adueñarse de esta isla, se escuchó el grito de guerra que impulsara el líder de la Revolución en el acto de despedida de duelo de las víctimas del avión de cubana: “No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla! (…)”.

Olvidaban los terroristas despiadados que “Frente a la cobardía y la monstruosidad de crímenes semejantes el pueblo se enardece, y cada hombre y mujer se convierte en un soldado fervoroso y heroico dispuesto a morir”. Como recordara un colega en su momento “la verdadera Revolución llora a sus hijos muertos, los entierra y los multiplica”.

No era el primer discurso de Fidel Castro que mi madre escuchaba completo, ni la primera vez que asistía a la Plaza. Sin embargo el discurso pronunciado en el entierro a las víctimas fue conmovedor, desgarrador y con un final incomparable.“Los cubanos allí reunidos recibimos como una carga de adrenalina. Tantos años después, estoy convencida de que fue un momento crucial en la formación de las convicciones que sostengo hasta hoy”.

Es el legado que dejaron en mí los esporádicos recuerdos de mi madre, cada vez que se acercaba la fecha, quien me invita al desafío del papel en blanco. Tenía razón Fidel cuando dijo que “pasarán muchos años y el pueblo cubano recordará, condenará y aborrecerá en lo más profundo de su espíritu el horrible asesinato”. Una muestra de ello lo es mi madre, que supo trasladar su compromiso hacia otras generaciones; y lo soy yo, que improviso estas líneas para evocar el dolor de aquella adolescente y entender por qué hay razones suficientes para no olvidar.


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Giselle Vichot Castillo

La mamá de Amelia y editora de la Revista Cubahora


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