Los días 16 y 17 de julio de 1925, en la capital de una Cuba necolonizada, con una creciente masa trabajadora marcada por la explotación de un capitalismo periférico, fue constituido uno de los primeros partidos marxistas de Nuestra América. Un suceso trascendente en la historia de los patriotas cubanos por su emancipación definitiva y total. Nítido precedente del actual Partido Comunista de Cuba, no solo por su nombre o por el aspecto ideológico, al asumir los modos de Marx y de Lenin “de asentar al mundo sobre nuevas bases y despertar a los dormidos”. También heredó la “creación heroica” de caminos propios y un ejercicio permanente de integrar, de armonizar, en la teoría y en la práctica, lo de aquí y lo de allá, las nuevas y diversas aspiraciones, lo estratégico y lo contingente, en el enfrentamiento al más poderoso enemigo. Urgencias y dilemas permanentes en el quehacer cotidiano de los dirigentes y militantes del actual PCC para constituirse legítimamente en alma de la Revolución.
Surgió así una organización tan comunista como martiana, tan de vanguardia como fuerza dirigente, tan comprometida con las utopías que nos han llevado hasta aquí como con los sacrificios acumulados durante más de seis décadas de transición socialista hacia el reino de la justicia, tan continuista como renovadora, tan de pueblo y tan superior. Posee una fuerza y una hegemonía sostenida por la ejemplaridad de su militancia y la práctica ultrademocrática de sus decisiones.
Aquel joven partido, constituido en la casona número 81 de Calzada, asumió una concepción marxista-leninista en todas las cuestiones fundamentales y, al mismo tiempo, mostró su apego a las ideas de José Martí. En ello, jugaron un papel descollante sus fundadores Carlos Baliño y Julio Antonio Mella, quienes mejor comprendieron por aquellos años la radicalidad del pensamiento martiano. Basta leer el soneto Dí Maestro, de Baliño (1918); o las Glosas al pensamiento de José Martí (1926), de Mella.
Sus fundadores fueron consecuentes con las claves incandescentes del Partido Revolucionario creado por José Julián Martí desde una matriz republicana,
“Para fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre un pueblo nuevo y de sincera democracia, no debía surgir con fines electoreros, con las funciones con las que nacieron los partidos en Europa y que predominantemente han tenido”. Esta concepción es muy parecida a la del marxista italiano Antonio Gramsci, que concibe al partido como “elemento principal de cohesión que centraliza en el ámbito nacional, que da eficiencia y potencia a un conjunto de fuerzas”.
Equiparable al rol concebido por los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba, la organización brotó del abrazo de dos generaciones de obreros e intelectuales, de las ideas y las aspiraciones de los revolucionarios que lucharon contra la colonia española, por un estado nacional soberano, y de los que comenzaban a pelear para fortalecer las luchas de clases dentro de la República mediatizada, en contra de la burguesía.
Un partido para concientizar y movilizar, para conformar identidades revolucionarias que produjeran un acumulado emancipador. Una emancipación de los oprimidos, de los pobres y condenados de la tierra, que “solo podrá ser obra de ellos mismos”, con su protagonismo, sin caudillismos militares, civiles o intelectuales. “La masa explotada no se va a liberar ni por las espadas providenciales, ni por los licenciados eruditos, ni por los falsos intelectuales que se dicen profetas (…)”.
Un cometido heredado hasta hoy por la actual militancia del PCC, que debe, como pedía Mella, despojarse de viejos dogmas y estériles voluntarismos, “de las normas fosilizadas que dan la patente de ‘revolucionario’, de los maestros que se han atribuido, en este siglo XX, la vanidosa pretensión de ser pastores cuando ya nadie quiere ser rebaño”.
Los actos de Mella sincronizaron siempre con el vector más revolucionario de las izquierdas. Sus debates con los apristas y los más dogmáticos de la Internacional o el Comitén podrían actualizarse en los que se dan hoy entre los marxistas más orgánicos de nuestro tiempo con los socialdemócratas reformistas, por un lado, y los estalinistas conservadores, por el otro.
Mella bajó desde la Colina para que resonaran sus fibras con las del pueblo. "Además de llorar o sublimizarme con las grandes obras de belleza, gusto de improvisar arengas vehementes. Más de una vez, en mi locura, me he creído frente a un ejército y lo he arengado vibrantemente. Otras veces he pronunciado solo largos discursos, cual si estuviera en el Parlamento defendiendo alguna ley grata a mi espíritu", anotó en su diario, el 16 de abril de 1920.
Tal espíritu refundador y dialéctico resulta primordial, en las actuales circunstancias, para interconectar al Partido y a la Unión de Jóvenes Comunistas con las más nuevas generaciones. Es esencial para activar en su imaginario, en sus expectativas y aspiraciones, las utopías de aquel joven bello e insolente, con otra espontaneidad, pero con su mismo arrojo y su jovial compromiso con la urgencia. Se vuelve necesario para que el Socialismo siga significando el camino trazado por Mella y Fidel, “un camino de perfeccionamiento, como un camino incesante de avance hacia la justicia, como un camino incesante de avance hacia la hermandad, como un camino incesante hacia la solidaridad, hacia el amor entre los semejantes, como un camino incesante hacia la felicidad”.
El régimen de Machado estimó el peligro de que aquel partido asumiera el ardor y la práctica integradora de Mella, su voluntad de acelerar alianzas entre los obreros y las capas medias arruinadas, entre el movimiento por la liberación nacional –antimperialista– y las causas sociales; así como de los estudiantes con los trabajadores, concretada en el seno de la Universidad Popular “José Martí”, creada por su propia iniciativa. Por eso el “asno con garras” lo encarceló bajo falsas acusaciones, lo obligó a salir del país meses después de la fundación del partido y luego lo mandó a matar en México.
Por las mismas razones, muchos de los ataques mediáticos contra el Socialismo Cubano, se enfilan contra el PCC. Saben esos adversarios que nuestro Partido, continuador de las agrupaciones fundadas por Martí y por Mella, se constituye en una fuerza vital para la transformación revolucionaria y la soberanía nacional, para promover virtudes ciudadanas y una acción pública integradora, para impulsar y conducir el tránsito de un Yo personal a un Yo colectivo, para conformar una identidad cohesionadora, un bloque histórico y político, tan antimperialista y anticapitalista como Mella.
Pero el mellismo y la voluntad de morir por la Revolución, “para fomentar una nueva sociedad, libre de parásitos y tiranos, donde nadie viva sino en virtud del propio esfuerzo", no lo pudo apagar la férrea persecución y la hostil campaña de descrédito, orquestada internacionalmente desde las élites imperialistas. Ardió en militantes como Rubén Martínez Villena, Jesús Menéndez, José María Pérez, Paquito Rosales, Blas Roca, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez. Vibró también en los cientos de militantes del Partido Socialista Popular que, después del Triunfo del Revolución de enero de 1959, se unieron a Fidel y al nuevo Partido Comunista de Cuba, para concretar los sueños de sus eternos fundadores. Y en el presente, continúa brotando en la vanguardia actuante y movilizadora.
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