A solo diez días de iniciada la gesta por la independencia de Cuba, ya el pueblo cubano tenía himno, uno de guerra, en el que confluían todas las aspiraciones independentistas de una isla encadenada por voluntad del colonialismo español.
Pero como Cuenta Miguel Barnet en el artículo “El Himno de Bayamo: historia viva”, desde el 13 de agosto de 1867 ya se había encargado al patriota bayamés Pedro Figueredo Cisneros (Perucho), la composición de un himno que como La Marsellesa, levantara los ánimos patrióticos e incitara a la libertad e independencia.
La música de la “Bayamesa”, como fue llamada primeramente la composición, se escuchó públicamente por primera vez el 11 de junio de 1868 en la Iglesia Mayor, durante las festividades de Copus Christi. Su musicalización estaría a cargo del músico Manuel Muñoz.
Una vez liberado Bayamo, primera ciudad libre de Cuba, la euforia patriótica y la sed de independencia necesitaba aunar la heterogeneidad cubana en un canto, uno de guerra, uno en el que se entrelazaran todos los componentes de la nación y la nacionalidad. Así entre la muchedumbre que celebraba la libertad bayamesa el 20 de octubre de 1868, el “Gallito Bayamés” como también era conocido Perucho Figueredo a partir de su probado valor, compuso las letras del himno, pluma en mano, con las piernas cruzadas sobre la montura de su caballo.
Cuentan que la hoja de la composición pasó de mano en mano entre rápidas lecturas. Entonándose por primera vez las letras del que rápidamente se convirtió en el himno que acompañaba cada acto, mitin o grito de guerra patriótico.
En su decursar sufrió numerosas modificaciones en sus estrofas, hasta quedar definitivamente con las letras actuales. Las que fueron publicadas el 27 de octubre del propio año 1868 en las páginas del periódico mambí El Cubano Libre.
Su autor no solo dominaba el talento musical y el de la composición, sino que también le desbordaba el de ser patriota. Su vida sin duda fue la personificación de las letras del himno, que lo catapultó a las páginas más gloriosas de la Historia de Cuba. En tal sentido cuando fue capturado por tropas españolas en agosto de 1870 con los pies cubiertos de úlceras, convaleciente de fiebre tifoidea, fue trasladado hasta Santiago de Cuba en un burro, como el Nazareno a su martirio y durante todo el duro traslado no se sintió el más mínimo quejido.
Cuenta Ciro Bianchi en una de sus crónicas publicadas en el libro El cojo de la bocina, que el Conde Valmaseda representante de las autoridades españolas tuvo la osadía de enviar a Perucho la propuesta de perdonarle la vida, con la condición de que se retirara de la gesta independentista.
La respuesta del “Gallito Bayamés” no se hizo esperar contestando: "Díganle al conde que hay proposiciones que no se hacen sino personalmente, para personalmente escuchar la respuesta que merecen. Yo estoy en capilla ardiente y espero no se me moleste en los últimos instantes que me quedan de vida".
Así se erguía el 17 de agosto de 1870 ante el paredón de fusilamiento donde fue imposible arrodillarlo y que más que eliminarlo lo eternizaba, cuando instantes antes de ser fusilado por defender sus ideas bajo el sueño de una Cuba libre e independiente sentenció: Morir por la Patria es Vivir.
Sus restos hoy reposan en los campos del cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba. Pero su legado es cantado como un testamento patriótico, cada mañana en todo rincón de la mayor de las Antillas, cuando son entonadas las letras del Himno Nacional.
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