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jueves, 28 de noviembre de 2024

Campanadas de historia ante Matthew

Ante la amenaza del terrible huracán, en el Parque Nacional La Demajagua se pone a resguardo uno de sus más importantes tesoros: la campana...

Aileen Infante Vigil-Escalera en Exclusivo 08/10/2016
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La Demajagua
A pesar de sus 94.07 kilogramos de peso, y la solidez de la base donde se encuentra enclavada, ante la mínima amenaza meteorológica César descuelga la campana, no sin antes pedirle que se lleve lejos el peligro.

Apenas declararon la fase de alerta ciclónica para las provincias orientales del país, César Martín García supo que era la hora de desmontar la campana. Así sucede cada vez que un fenómeno meteorológico amenaza a su querido Manzanillo y a su segunda casa: La Demajagua.

Desde hace 31 años el sexagenario historiador, único capacitado para trasladar el invaluable objeto, tiene la misión de velar por este y todos los que atesora el recinto declarado Parque Nacional. No son muchas las piezas originales del otrora ingenio propiedad de Carlos Manuel de Céspedes que sobrevivieron a la desidia española, que bombardeó la construcción apenas unos días después del alzamiento del 10 de octubre de 1868, pero para César la campana ocupa un lugar relevante.

Cubana por derecho, pues fue fundida en Normandía en 1859, su presencia en momentos y lugares cumbres de la historia Patria así lo evidencian. Con su arribo a tierra manzanillera en 1859, La Demajagua se convirtió en el primer ingenio del país con un artículo de este tipo. Utilizada para convocar a los esclavos a sus agotadoras tareas, la herramienta normanda solo funcionó con tales fines hasta la mañana del 10 de octubre de 1868, cuando Céspedes declaró que, desde ese momento, eran tan libres como él.

Así se inició su largo y fructífero aporte a la historia, ese que César conoce al dedillo y comparte con todos los visitantes del recinto, justo bajo el Jagüey que atesora insertos en su tronco los restos del ingenio.

Pocas son las veces que la campana salió de Granma hasta la fecha, pero siempre en respuesta al llamado de las causas más nobles y justas. La primera de ellas ocurrió en 1947.

Por esa fecha el gobierno de Ramón Grau San Martín envió a Manzanillo al ministro de gobierno con la intención de traerla hasta la capital y utilizarla como estrategia política para su reelección en los comicios de 1948. Ante la negativa de las autoridades de la ciudad, la artimaña llegó a oídos de Fidel Castro —vicepresidente del Consejo de Derecho de la Universidad de La Habana— quien enseguida partió hacia allí. Y al estudiante Fidel, Manzanillo le dijo que sí. Incluso, cuatro manzanilleros le ayudaron a trasladarla hasta La Habana.

Contrario a las intenciones de Grau, el estudiantado deseaba que la campana participara en el acto revolucionario que el 6 de noviembre a las 8:00 de la noche rendiría homenaje desde la escalinata universitaria a los estudiantes de Medicina asesinados. El robo de la insignia, protagonizado por el gánster Eufemio Fernández, justo en la madrugada de día señalado, impidió su realización, pero no quedó impune.

 Cuenta César que Fidel fue más rápido que los gánsteres, y no solo la encontró sino que el 12 de noviembre, el General Jefe del Ejército de Grau, en una avioneta del entonces campamento de Columbia la devolvía a Manzanillo con una cinta que decía Mayor General del Ejército Libertador, custodiada por seis sargentos con guantes blancos, porque la campana no podía ser tocada por las manos manchadas de sangre de aquellos asesinos.

Además, y para acentuar la importancia del suceso y la carga que se transportaba en acto de devolución, los periódicos de la fecha —contenidos en la carpeta 138 del archivo de Manzanillo— recogen que cuando la avioneta despegó dos bombarderos norteamericanos salieron a custodiarla hasta su destino final.

Fue entonces cuando quien se convertiría en líder indiscutible de la Revolución cubana decidió que la campana merecía estar en La Demajagua y no en el Ayuntamiento de Manzanillo, decisión que llevó a efecto justo en el año del centenario del alzamiento, el 10 de octubre de 1968. Desde esa fecha, solo ante su petición se descuelga de su sitio.

Ejemplo de ello fue el 30 de marzo de 1987, cuando se requirió su presencia urgente en el V Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), en el Palacio de Convenciones de La Habana, para llamar a la juventud a una batalla por la rectificación de errores y tendencias negativas.

El 8 de octubre de 1991 se convocó nuevamente para el IV Congreso del Partido, con sede en el santiaguero teatro José María Heredia. Recuerda César, que personalmente desmontó la campana con su gente, la UJC de Manzanillo le hizo una custodia permanente durante toda la noche y el 9 salió de municipio en municipio a recorrer toda la zona del Oriente hasta llegar a Santiago de Cuba. El 10 de octubre comenzó el Congreso con la presencia de nuestro Comandante en Jefe y la campana.

La última orden que recibió de Fidel para trasladarla fue el 22 de febrero del año 1995, pues se quería celebrar con su presencia los 100 años de Martí en la guerra necesaria, el día 24.

Fuera de situaciones como esta, en la que se requiere de su presencia para recordarles a los cubanos el camino desandado para lograr la independencia de la Patria, César solo desmonta la campana cuando fenómenos meteorológicos como el temido Matthew amenazan el territorio oriental.

Y aunque él asegura que cuando la desmonta con este fin los huracanes se alejan, desde el sábado 1.o de octubre, cuando se emitió la Fase de Alerta por la amenaza del huracán Matthew, la campana permanecía en un lugar seguro, para el próximo lunes celebrar por todo lo alto 148 años de campanadas históricas.


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Aileen Infante Vigil-Escalera


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