Desde 2010, Gilberto Conde García ha logrado incrementar los rendimientos de su pequeña área dedicada al cultivo de tabaco, tan demandado entre los fumadores desde que Cristóbal Colón lo exhibió en España como parte de los trofeos de su descubrimiento, junto con indios, piñas, casabe, maíz, cotorras...
“No más me dijeron cómo sembrar a doble hilera, cogí la idea y me sedujo. El tabaco es un arte y no se puede improvisar porque las vegas se malogran. Pero, no hay dudas de que esta tecnología aporta muchos beneficios”, asevera, mientras recorre los campos de la solanácea.
En una hectárea, por el método tradicional caben 32 mil posturas; a doble hilera, la cantidad se eleva hasta 48 mil, lo que eleva el rendimiento por área y permite aprovechar más el espacio.
La tecnología consiste en plantar dos surcos a solo 35 centímetros de distancia uno de otro, y entre esa pareja y la vecina, dejar una calle de 90 centímetros. Entre plantas, se deja un espacio de 30 o 35 centímetros.
“Se lo voy a demostrar con resultados: en 2010 sembré 50 mil posturas y obtuve 106 quintales. En 2011 también planté esa cantidad, pero en menos superficie, gracias al método de doble hilera, y logré 118 quintales. Saque usted las cuentas. Además, el palo no engorda, o sea, que tiene menos merma, y el que guataquea puede llevar los dos surcos a la vez y al cortador, ni hablar, le rinde más.”
—Usted, con el método tradicional, era muy mentado en la región del Escambray por la calidad de sus vegas. ¿No tuvo miedo de dejar camino por vereda?
"Me gusta más otro refrán: el que no se arriesga ni gana ni pierde. Yo tengo muy poca tierra, apenas seis hectáreas, y en ese pedazo siembro también frijoles, maíz, viandas. Imagínese si no voy a estar feliz con la tecnología de doble hilera".
COMO UNA NOVIA
“El tabaco es como las mujeres, hay que acariciarlo todos los días y hacerle las atenciones culturales a tiempo y como corresponde. Si te pasas en la fecha, puedes perder la cosecha, o tener que venderla a un precio más bajo, lo que deja mucho qué decir de tus cualidades como veguero”, afirma Gilberto, quien vive a unos kilómetros de Manicaragua, en la central provincia de Villa Clara.
Su esposa no se pone celosa porque él diga que la vega es su novia. “Ella sabe que solo un romance así es capaz de aportar una hoja con el tamaño, la consistencia, la textura, el color y el olor de máxima calidad. Si lo cortas más allá de los 60 o 65 días, corres mucho riesgo, igual que si descuidas la preparación de la tierra. Hay que romperla a tiempo, dejarla que pudra, darle picadura, cruzarla… y en mi caso, debo reconocer que la materia orgánica es un bálsamo para la vega. Todos los años riego estiércol de vaca para mejorar la calidad del suelo.”
El año pasado lo vendió todo de primera al Estado. Cuentan que en las escogidas, la gente apenas lo toca, y dice: “Este es el tabaco de Gilberto, una exclusividad de la que no todos los vegueros gozan.”
—¿Qué variedad prefiere?
"El Sancti Spíritus, pues resulta muy resistente y da más capadura al tener mejor rebrote. El Habano es para los vegueros vagos, solo da tres hijos (poca capadura). Al Criollo le caen más enfermedades".
-¿Cómo hace para evitar que se le pique?
"El celo, con la vega uno no se puede descuidar ni un día. Como están los tiempos, hay que aplicar el polvo para controlar la plaga. A mucha gente no le gusta porque tienen que agacharse cuando la planta es chiquita. Yo se lo echo cada 12 o 14 días. Pero, a los 45 o 50 días paro para que no manche la hoja".
-¿Le gusta fumar su tabaco?
"Ni fumo, ni tomo café. Pero disfruto vender una vega olorosa, de hoja suave y grande (más de 23 centímetros de largo). Imagino que con ellas hagan unos “mosquetes” que les reporten jugosas ganancias a la economía cubana".
-¿Siempre ha sido veguero?
"Yo era chofer y jefe de brigada de la Empresa de Servicios Agropecuarios en Santa Clara, pero cuando empezó el período especial, dejé el albergue y vine para Sabana del Moro (a unos tres kilómetros de Manicaragua). Lo primero que hice fue un rancho de madera y una casa de tabaco.
“Me pasé dos años descalzo porque no tenía para comprar un par de zapatos y por las madrugadas araba las tierras de los que tenían turbina para que después me la prestaran.
"La primera vega la hice en 1991 y solo me dejó 250 pesos de ganancia. Cualquiera se hubiera ido, pero yo me dije: ‘no está mal, por lo menos, cogí la cosecha de frijoles, maíz, viandas y arroz”, que en esa época era tremendo aliento’.
“Así, fui mejorando las condiciones de vida y de trabajo, hice una vivienda confortable de mampostería y hasta me han dado el derecho para adquirir un auto. No más termino una vega y ya empiezo a preparar la próxima.”
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