Está cerca el encuentro entre dos competidores históricos en Helsinki, Finlandia. El mismo lugar que, en 1975, fuera sede de la cita entre el líder soviético Brezhnev y el presidente estadounidense, Gerald Ford, para acordar una distensión en plena Guerra Fría. Décadas después se sigue buscando un punto medio que evite conflictos de los que no se retorna.
Hasta hace poco, Washington evitaba la opción del encuentro para no dar crédito a las acusaciones que vinculan a Trump con una supuesta injerencia rusa en las elecciones de 2016. Al parecer, el magnate decidió que hay problemas mayores que las presiones políticas que hasta ahora lo alejaron de ese recurso. Llega entonces este cambio de enfoque en la estrategia de Trump, y su equipo sabrá si funciona poniéndolo en práctica.
Aunque una parte del establishment estadounidense no comparte la idea de que China es el principal objetivo a combatir, Trump está convencido de que sí. En ese camino, coquetea con Rusia, sin dejar de verla como amenaza. El giro a Moscú podría ser una apuesta de Trump al “divide y vencerás” que utilizara Nixon en los setenta, sólo que el actual presidente de Estados Unidos invierte factores. Trump intenta acercamientos con Rusia, sin levantarle las sanciones económicas.
El asesor de seguridad nacional, John Bolton, es conocido por su agresividad contra Rusia y su capacidad para multiplicar por cero cualquier escenario de multilateralismo. Sin embargo, fue él quien explicó la necesidad de “examinar cuestiones comunes y buscar ámbitos de cooperación entre Estados Unidos y Rusia”.
¿Le nació de pronto la buena voluntad o hay algo más detrás del encuentro en Finlandia? Puede mirarse desde muchos ángulos, incluso, con escepticismo si se prefiere, pero no es recomendable subestimar el significado (real y simbólico) de este encuentro, sobre todo, antes de que se dé. Claramente, los intereses económicos y geopolíticos detrás de las diferencias no se evaporan en los segundos que dura el apretón de manos frente a cámara. Las prioridades de seguridad nacional para cada parte lo definen todo, incluso, el empleo del diálogo como alternativa.
Una jugada que dice que Washington se está pensando mejor las cosas, después que la publicación de la doctrina Trump sobre el programa nuclear estadounidense llevara a Moscú a presentar armamentos defensivos que evaden los sistemas antimisiles con que Estados Unidos ha intentado (hasta ahora) cercar a Rusia bajo el paraguas de la OTAN. Lo dijo Putin en su discurso de marzo ante las Cámaras: Moscú sabe hacerse escuchar. La nación euroasiática dejó atrás las fracturas de antaño, es potencia en la industria armamentística y tecnológica y se fija un ambicioso proceso de reconstitución de todos los aspectos de su vida social y económica.
Lo que nos devuelve al principio: China como objetivo superior a combatir por Trump. Cuanto más agrede Estados Unidos, más fuerte se hace la alianza de Moscú con Beijing. La unidad que han logrado estos dos países en base a la cooperación es estratégica, los hace más fuertes, los convierte en puntales para mega proyectos como la Organización del Comercio de Shanghái y la Ruta de la Seda, expandiendo sus relaciones económicas con el mundo, en términos y monedas propias, un desafío a la hegemonía del dólar.
Trump quiere romper la unión, debilitar con trucos antiguos, desde atrás, con un “cara a cara” por separado que siembre suspicacias. Se le olvidó tal vez que ya no estamos en los setenta y Putin ha demostrado que valora las lecciones de la historia. Contrario a lo que parece, Trump sigue el manual de conducción de la clase política estadounidense y se fija en todo, hasta en las comas.
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