Siempre que el oportunismo avanza tiene como cauce la incapacidad, la bobería, el temor, la abulia o la complicidad de otros. Es el escenario natural para que los “inteligentes” y “elegidos” impongan su voluntad y silencien toda disidencia.
Y Donald Trump, ducho en las artes de la prepotencia y la manipulación, y empeñado en mostrar que él sí puede contra obstáculos y oponentes, como corresponde a todo un “bravo americano”, no duda en cambiar la casaca cuando le conviene, y con ello intenta arrastrar además a los “indolentes” y “mal agradecidos” que le acompañan.
El asunto es que, según Larry Kudlow, asesor económico de la Casa Blanca, el magnate inmobiliario está sumamente interesado en crear una “alianza económica” contra China, sirviéndose del apoyo de sus socios de la Europa comunitaria y Japón, entre otros posibles convocados.
Para ello remacha el concepto de que China, el mayor acreedor de los Estados Unidos, gusta de las marañas y fraudes comerciales, y más recientemente, incluso, insinuó a escala de Naciones Unidas que Beijing interfiere en las elecciones internas de la primera potencia capitalista.
Desde luego, el presidente gringo puede decir lo que estime y requerir a quien se le ocurra, no importa que hasta hace horas tildara a los europeos de manganzones y vividores a costa del apoyo norteamericano, a los japoneses de desleales en su comercio, y hasta dejara sujetándose de la brocha (según sus estimación personal), a no pocos aliados con los que negociaba el célebre Acuerdo de Libre Comercio Asia-Pacífico, el cual abandonó de facto.
Incluso, y vale subrayarlo con fuerza, Europa y Japón se cuentan entre los productores mundiales de acero que enfrentan la arbitraria, unilateral y reciente elevación de los aranceles a las exportaciones de ese producto destinadas al mercado norteamericano.
Pasajes todos, desde luego, que para Trump carecen de trascendencia, en el entendido de que su “verdad” es la única, y que los “tontos” del coro adoptarán de inmediato y sin chistar las solicitudes del hombre de la batuta.
Con todo, habrá que ver qué dicen y hacen los convocados, porque sin dudas no se puede aspirar a una imagen digna si finalmente se opta por limpiarle las botas a quien te aporrea a patadas.
Con más razón cuando el complot se fragua para intentar dañar a la que muchos ya consideran la primera potencia económica del planeta, dueña de una política externa respetuosa, constructiva y mutuamente ventajosa, no importan el poderío o el tamaño de los interlocutores.
Por lo demás, no es un secreto que mancillar a Beijing es otro de los caprichos del equipo que hoy ocupa la Casa Blanca, culpándolo de todas las desgracias de una economía casera que, para el concluido mes de agosto, vio incrementarse su déficit comercial en 6,4 % para sumar 53 200 millones de dólares. Esa cifra representa una elevación de 3200 millones con respecto a julio.
Según los medios de prensa, “el dato oficial de agosto se vio lastrado por la sensible caída en las exportaciones norteamericanas, que alcanzaron los 209 400 millones de dólares, mientras las importaciones subieron en 0,6 %, con un valor de 262 700 millones de dólares.
De esa forma, Washington debió asumir, a pesar de sus diatribas y sanciones económicas a terceros, que su déficit comercial con sus socios de Norteamérica y Europa siga en alza, mientras que con China se acentuó también tan negativo balance, al pasar, de más de 36 800 millones en julio, a unos 38 500 millones en agosto.
¿Cómo entonces no clamar por alianzas luego de dar bofetadas?
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