A estas alturas la masiva propaganda reaccionaria mostraría sin el más mínimo afeite su verdadero rostro perverso y manipulador si se atreviese a condenar al Kremlin y acusarle de promover una nueva carrera armamentista global.
Y es que el Washington que lideran Donald Trump y los especímenes a los cuales ha puesto al frente de la política exterior norteamericana, no han mostrado el menor pudor al hacer trizas acuerdos trascendentes en materia de procurar al género humano un mínimo de respiro ante el siempre latente riesgo de una hecatombe atómica universal.
De manera que al monopolio mediático capitalista le costaría al menos una importante cuota de “crédito” pretender vender ahora como un “acto de barbarie y hostilidad” la reciente decisión oficial del Kremlin de suspender en lo adelante la participación de Rusia en el Tratado sobre misiles nucleares de corto y mediano alcance, INF, como lógica y legítima respuesta a la salida unilateral de ese protocolo adoptada por los Estados Unidos semanas atrás, y que abre nuevamente el camino a la fabricación y despliegue de tales artilugios de guerra.
En efecto, el presidente ruso Vladímir Putin recién firmó un decreto relacionado con el fin de la adhesión de su país al acuerdo de marras, suscrito hace más de tres décadas entre la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y Washington.
Según Putin, Moscú responde así a la necesidad de “tomar medidas inmediatas en relación con la violación por los Estados Unidos de sus obligaciones” en virtud del Tratado INF, decisión informada de inmediato a la Casa Blanca.
El texto suscrito por el jefe del Kremlin hace además hincapié en que la suspensión de la participación rusa en el INF se mantendrá hasta que Washington ponga fin al incumplimiento de sus promesas estipuladas en el pacto, o hasta la expiración del mismo.
La medida de Rusia, vale insistir, se hace efectiva después de que Estados Unidos anunció el pasado mes de febrero su rechazo a sus obligaciones con la letra del Tratado INF, pretextando el titulado “desarrollo en secreto” por Rusia del misil denominado 9M729, de características tales que, según la Oficina Oval, le permitiría alcanzar “casi toda Europa y partes de Asia”, aunque algunos observadores estiman que la Casa Blanca pretende en realidad armarse para hacer frente al poderío creciente de China en materia coheteril.
Moscú ha denunciado por su parte que Washington empezó a violar el INF desde hace dos años, con la implementación de un programa armamentístico a cargo de la empresa militar Raytheon, y considera que, de hecho, ya se desentendían del tratado los drones MQ-9 Reaper y MQ-4 desarrollados por los Estados Unidos, así como el despliegue del escudo antimisiles norteamericano en Europa.
El Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, INF, demandaba a los firmantes eliminar todos los misiles, tanto nucleares como convencionales que tuvieran un alcance de entre quinientos y mil kilómetros, considerados de corto alcance, y de entre mil y cinco mil quinientos kilómetros, clasificados de medio alcance.
Bajo la letra del protocolo, en mayo de mil novecientos noventa y uno ya las partes habían destruido más de dos mil quinientos misiles.
No obstante, los ultraconservadores que hoy dirigen la política externa imperial consideraron al INF un freno en el interés que les mueve de hacerse del mayor poder militar posible para ejercer su pretendido hegemonismo global y lidiar con el avance ruso y chino, al que consideran el principal obstáculo frente a sus ínfulas de dominio internacional.
En consecuencia, en un planeta sobrecargado de problemas, asimetrías y tragedias, la primera potencia capitalista solo acierta a hacer ahora más inminente el riesgo de destrucción atómica, como si sus acolchados cuarteles resultaran inmunes a un golpe que, nadie lo dude, sepultaría definitivamente la historia de nuestra especie sobre la faz de la tierra.
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