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viernes, 15 de noviembre de 2024

Prosiguen los fantasmas

Por obra y gracia del hegemonismo, el planeta se ve forzado a persistir en los días de riesgo de un conflicto nuclear...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 14/07/2014
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Hay un punto de partida en este muy oscuro asunto. Se trata de la total y perniciosa vigencia de los criterios de aquellos que terminaron por diseñar, construir y utilizar la famosa “arma total” que Adolfo Hitler acarició poseer para establecer la dictadura aria sobre todo el planeta.

De manera que lo que no pudo concluir el genocida orate que provocó la Segunda Guerra Mundial, la más costosa de la historia humana, cobró forma en los desiertos del oeste norteamericano en 1945 y se puso en acción de inmediato contra las ciudades niponas de Hiroshima y Nagasaki, más que todo, como advertencia de que un nuevo poder presuntamente omnímodo ocuparía en adelante la escena internacional.

De hecho, el planeta se deslindó en dos campos bien definidos: un agresivo conglomerado capitalista al occidente, y un entramado socialista al este, cuya supervivencia y seguridad dependieron desde entonces de lograr una paridad estratégica con el polo iniciador de la era de los artefactos atómicos como medios de destrucción y muerte masivas.

La carrera armamentista sería el engendro devenido de tan complejo escenario. En pocas palabras, la extensión y perfeccionamiento permanente de los arsenales nucleares hasta límites desproporcionados e irracionales, y la permanencia de una aguda sensación de peligro constante para todo ser vivo.

Después, casi al cierre del agitado siglo veinte, la desaparición del oponente oriental pareció calmar los ánimos. Al fin y al cabo, uno de los contrincantes había fenecido, y la lógica indicaba la sensible reducción de letales armas que se suponía ya no eran fundamentales.

Pero bodeguero y beodo no piensan igual, según reza un jocoso refrán, y si algunos imaginaron una era de mayor tranquilidad, los agresores sempiternos, imbuidos de un ardiente deseo hegemónico, se encargaron muy pronto de mostrar que las armas nucleares no habían perdido su vigencia chantajista.

Es más, su proliferación es un hecho entre varias naciones y por las más disímiles razones geopolíticas, desde la necesidad de vérselas con las renovadas amenazas de los poderosos, hasta reproducir a nivel regional las hostiles intenciones del socio mayor, como es el caso, en Oriente Medio, de los más de doscientos artefactos atómicos que posee el Israel sionista y cuya tenencia no ha reconocido aún públicamente.

Y si hoy debemos asumir con alarma que todavía se almacenan en el planeta no menos de veinte mil ojivas nucleares, cinco mil de ellas en perfecto estado operativo inmediato, ello tiene mucho que ver con que ciertos sectores reaccionarios se han negado a evaporar ese mortífero peligro, y, por el contrario, se enfrascan incluso en redondear globalmente sistemas de misiles de detección e intercepción que les permitan propinar un impune golpe atómico mediante la anulación de las capacidades de respuesta de los agredidos.

En consecuencia, es justo asumir que el mundo y su naturaleza ha estado y está aún a merced de la destrucción nuclear, y frenar semejante locura sigue siendo tan necesario hoy como en la época en que se hablaba diariamente (en muchos casos de manera histérica) de refugios atómicos, endemoniados ataques y bombardeos de oscuras fuerzas ajenas.

Bien hacen aquellos que por estos días se movilizan internacionalmente para elevar otra vez las banderas contra los arsenales atómicos y frente a quienes quieren hacer del orbe una irremediable pira.

Un enfrentamiento en el cual convergen numerosas naciones y fuerzas sociales, entre ellas Cuba, promotora tiempo atrás, en conjunto con varios países tercermundistas, de una reunión especial de la ONU al más alto nivel, destinada a reclamar el fin de los artilugios militares atómicos y el uso de los cuantiosos recursos que devoran su desarrollo y tenencia a favor de las acuciantes necesidades humanas que todavía marcan nuestra época.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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