Tiempo al tiempo, reza un viejo axioma…y en ese sentido vale indicar que 2018 se suma a la cadena de días, semanas y meses que van demostrando que las tendencias hegemonistas no tienen hoy futuro en el escenario global.
Y no se trata de optimismos desbordados. Ni en los terrenos militar, político, y económico, entre otros fundamentales, en el año que concluye Washington ha podido adelantar de manera fundamental en sus propósitos de reconvertirse en el “trono del planeta” a que aspiran su actual presidente y aquellos que suscriben las tendencias hegemónicas de las élites imperiales.
Las perretas nacionalistas de la Casa Blanca, sustentadas en reprimendas a sus aliados, sanciones a sus “oponentes”, declamaciones hostiles, soberbia al por mayor, injerencismo extra fronteras, y guerra arancelaria internacional, no parecen surtir los efectos deseados, salvo convertirse en una suerte de irracional show de opereta.
A estas alturas, pésele a quien le pese, los Estados Unidos ha sido desplazado como primera potencia económica por China, según juicio de un número creciente de expertos, y ya no se trata para nada del ruido del río como consecuencia de las piedras que arrastra, porque los guijarros son perfectamente visibles y tangibles.
Por demás, otras economías emergentes, muchas de ellas coaligadas con Beijing (Rusia, Sudáfrica o la India, por ejemplo), han ido sumando terreno y hoy por hoy constituyen un peso clave en las balanzas productiva, tecnológica, energética y financiera global, nada afines, por cierto, a la subordinación a Washington.
Políticamente, si bien la primera potencia capitalista puede sumar determinados pasos a su favor en espacios como América Latina con la instalación de un grupo de administraciones de corte neoliberal, lo cierto es que en otros escenarios vitales como el fronterizo México, las tendencias progresistas se han convertido en gobierno, Venezuela y Cuba siguen resistiendo los embates agresivos, y los proyectos ultraconservadores se desacreditan en medio de su inoperancia y carencia de ofertas válidas a los pueblos que un día manipularon a través de un exclusivista arsenal mediático.
En otras esquinas del globo, la Casa Blanca debió tragarse sus diatribas incendiarias con respecto a una Corea del Norte devenida estado nuclear, y sentarse en la mesa de negociaciones en busca de soluciones equilibradas a un largo y peligroso diferendo bilateral.
Por otra parte, ni siquiera el poderío militar acumulado por las halcones norteamericanos ya resulta capaz de amedrentar a sus pretendidos enemigos.
Sumido en claras contradicciones internas a nivel de gobierno, la Oficina Oval decidió implementar la salida de sus tropas ilegalmente acantonadas en Siria, mientras Damasco, Moscú, Teherán y el Hizbolá libanés pueden ascender al podio de los vencedores como protagonistas de un severo golpe a las apetencias expansionistas imperiales en Oriente Medio aceleradas luego del controvertido atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.
Añádase la respuesta rusa a la oficial pretensión norteamericana de denunciar los acuerdos para la no proliferación de misiles de alcance medio, posición del Kremlin que asegura que habrá una respuesta simétrica a semejante dislate, devenido negativo escalón que conduciría a una nueva carrera armamentista.
De manera que, aún en una apretada síntesis, no resulta difícil constatar que hasta este instante la corriente global no favorece a los aspirantes a “emperadores planetarios”, y que la tendencia futura no muestra un posible cambio favorable a tan egoísta y prepotente designio.
El mundo, de hecho es multipolar, y ciertamente no es de esperar “milagros de reversión” en el corto y mediano plazos.
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