Pues la respuesta, por más orate que suene, resulta afirmativa. El presidente de “los Estados Unidos primero” (sin dudas a toda costa y a todo costo), acaba de presentar su “revisión del Programa de Defensa Antimisiles”, aquel que en sus buenos momentos (años ochenta del pasado siglo) puso en marcha el ya extinto presidente Ronald Reagan que pretendía la conversión del cosmos en un nuevo campo de batalla.
El proyecto se justificó desde sus orígenes con la peregrina idea de establecer un “paraguas antinuclear” sobre los cielos norteamericanos mediante todo un sortilegio de detección y destrucción de misiles enemigos…con una carta super oportunista debajo de la manga: la de dar a Washington la oportunidad de volarle la cabeza con la daga atómica a los “tremebundos oponentes” anulando de antemano su capacidad de respuesta.
Y si bien es cierto que desde Reagan hasta nuestros días el programa antimisiles gringo no ha dejado de ganar terreno y de incluso colocar no pocas de sus piezas a las mismas puertas de las fronteras rusas, sin dudas es con esta proclama de Donald Trump que el viejo pecado retorna a la categoría de bandera explícita.
Por supuesto, el hoy presidente no ha abandonado los pretextos originarios. Se trata de “un enorme esfuerzo por blindar las cabezas del pueblo estadounidense” frente a los “aspirantes a potencias y regímenes fallidos” que envidian las muchas galas del ombligo capitalista, y que no cesan de perfeccionar sus arsenales para golpearle en la primera oportunidad.
En consecuencia, ya la respuesta a tales “peligros” no puede limitarse- han dicho el también magnate inmobiliario y los líderes hegemonistas- a mejorar o modernizar los polvorines coheteriles Made in USA, sino a “reconocer que el espacio exterior es un nuevo campo de batalla” y que requiere de “una fuerza bélica cósmica abriendo el camino”, por lo que “se propone incluir en el presupuesto bélico (ya desde antes el mayor de país alguno del planeta) el desarrollo de “un nuevo sistema de capa de defensa de misiles con base en el espacio, que será dedicado tanto a protegernos como a atacar.”
El transbordador espacial Atlantis despega del Centro Espacial Kennedy en Cabo Cañaveral, Florida (EE.UU.) (Foto: hispantv.com).
¿La responsabilidad de tan “inevitable y dolorosa decisión”?...pues le cabe en primer orden -reza el legajo de marras- a Rusia y China, “que recientemente han desarrollado y probado misiles hipersónicos, y a Corea del Norte, cuyos misiles siguen siendo una “preocupación importante”.
La buena y santa Casa Blanca, por tanto, no hace más que buscar protección…y al basurero la historia que inauguró Ronald Reagan haca casi cuatro décadas en sus afanes por poner fin a lo que gustaba calificar como “Imperio del mal”: una ex Unión Soviética y un ex campo socialista europeo que, por cierto, no fenecieron bajo el fuego de los misiles de Occidente, sino gracias a la corrosiva mezcla de sus propios errores e insuficiencias, la siempre presente hostilidad de Washington y sus aliados, y la desidia del señor Mijail Gorvachov.
Ahora se trata, sencillamente, de corregir y actualizar los añejos guiones mediante la promoción de nuevos enemigos, y de azuzar los pánicos globales a cuenta de una demoledora maquinaria mediática, todo para que las apetencias hegemonistas encuentren renovados planos de posible materialización. Es la confirmación evidente del aserto que una vez escribió cierto colega: los sectores reaccionarios de poder en los Estados Unidos requieren de enemigos, y cuando no los tienen, los crean.
No por gusto, y apenas una horas antes de la presentación del programa de militarización espacial que motiva estas reflexiones, el recién estrenado secretario de Defensa Ashton Carter declaró públicamente que “Rusia y China ocupan los primeros puestos en la lista de los retos globales para su país, seguidos por Corea del Norte e Irán.”
“En el escenario mundial, enfatizó Carter, quienes desafían a nuestro país, son, en primer lugar, Rusia, con su agresión, especialmente en Europa, y sus conspiraciones; además de que un problema importante también es la extensión de la influencia china en la región del Pacífico". Y los pasos prácticos de la nueva locura ya se están dando, con la inmediata ubicación en Alaska de unos veinte sistemas coheteriles, los primeros de una lista que apunta a hacerse bien extensa.
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