El presidente de Estados Unidos (EE. UU.), Donald Trump, con delicadas situaciones internas por sus controvertidos análisis sobre política mundial, parece ignorar el peligro que representaría para su país una posible intervención militar en Venezuela, nación a la que hostiga continuamente.
“Tenemos muchas opciones para Venezuela, incluyendo una posible opción militar si es necesario”, afirmó Trump el 11 de agosto del pasado año, lo que fue interpretado por el gobierno de Caracas como una amenaza bélica que sería el punto más alto de la escalada de Washington contra la Revolución Bolivariana.
El magnate que ahora ocupa la Casa Blanca ha dado sobrados testimonios de su hostilidad hacia el gobierno del presidente Nicolás Maduro, al que ha secuestrado más de mil millones de dólares en EE.UU., impuesto un bloqueo económico, sancionado a sus altos dirigentes, acosándolo en la Organización de Estados Americanos (OEA), pagando a los opositores para crear climas hostiles internos, entre otros estratégicos movimientos de desgaste.
Si Trump no ha movido sus fuerzas directamente contra la nación suramericana es porque, al parecer, integrantes de su equipo de gobierno —civiles y militares— le han advertido que habrían consecuencias desfavorables para Washington, empezando por un rechazo generalizado en América Latina y el Caribe, regiones que sufrieron invasiones de la gran potencia militar, en especial en el siglo XIX y XX.
Los tecnócratas de la Casa Blanca infieren que una confrontación con Venezuela podría traer negativas repercusiones en sus relaciones con otras naciones que han expresado su solidaridad con el pueblo bolivariano y con Maduro, entre ellos Rusia.
En ese sentido, el vocero del ministerio ruso de exteriores, Alexandr Schetinin, refiriéndose a la eventual operación bélica, dijo: “Lo consideramos absolutamente inadmisible. En primer lugar, porque nos oponemos por convicción a la política de sanciones, limitaciones y restricciones respecto a un país soberano”, y porque “estamos profundamente convencidos de que la tarea de la comunidad internacional consiste en ayudar a los venezolanos interesados en el desarrollo constructivo y dinámico del país, a sentarse a la mesa de negociaciones en el marco del diálogo nacional al que llama el Gobierno”, reseñó el diario mexicano La Jornada en un editorial.
Aunque en América Latina los gobiernos derechistas aliados a Washington coinciden con el mandamás en temas de política exterior, el cálculo de riesgos que traería para ellos una guerra impuesta a Venezuela sería superior al interés de deponer a las autoridades bolivarianas.
Trump y sus asesores pretenden que la anunciada intervención militar debe ser coordinada con varios Estados latinoamericanos, en especial Colombia, líder del contrarrevolucionario Grupo de Lima. Colombia tiene fronteras con Venezuela, y se estima que —aunque tal enfoque podría variar— es el escenario idóneo para penetrar en el vecino territorio (de hecho, la utilizan ya para el pase de paramilitares y de los llamados Cascos Blancos argentinos).
Sin embargo, Bogotá está consciente de que un ataque norteamericano podría desembocar en un flujo masivo e incontrolable de refugiados y desplazados, en especial de los Estados venezolanos colindantes.
Aun cuando vociferan contra Venezuela, en medio del desastre interno que para algunas naciones, como Argentina, trae la reimplantación del sistema neoliberal, los gobiernos conservadores parecen conscientes de que sus pueblos se lanzarían a las calles contra la agresión militar, y la desestabilización política podría llevarlos, incluso, al derrocamiento.
Un precio muy alto para derrocar a Maduro, del cual discrepan en el orden ideológico, pero que demuestra una inteligencia y dignidad con las que resiste junto a su pueblo las agresiones sufridas en los últimos 19 años, y proclama la paz para desarrollar lo que Hugo Chávez denominó “socialismo del siglo XXI”.
Trump, en su pensamiento obcecado, quiere derrotar a una nación que aguanta las agresiones imperiales, y tal actitud es inadmisible para su ego. Vive convencido de que su destino es derrocar la Revolución y apoderarse de los inmensos recursos naturales del país.
En febrero pasado envió a la región al ex secretario de Estado Rex Tillerson y al vicepresidente Mike Pence para convencer a sus aliados a integrar una fuerza militar conjunta invasora, con el almirante Kurt W. Tidd, jefe del Comando Sur, como coordinador de las tropas. Los dos funcionarios fracasaron y no lograron armar el multiestatal ejército.
Trump movió sus halcones. Nombró al ex director de la Agencia Central de Inteligencia y principal promotor de las sanciones contra Caracas, Mike Pompeo, como sustituto de Tillerson, y a John Bolton, un conservador de línea dura desde la época de Bush padre, como asesor de seguridad nacional, en lugar del general H. R. McMaster.
Una nota del Consejo de Seguridad Nacional reproducida por la agencia noticiosa AP reconoció que “la invasión militar de Venezuela sigue sobre la mesa como una opción”.
A EE. UU. le será difícil apropiarse de Venezuela, aun cuando se supone que posee el mayor arsenal militar del mundo, pero sus soldados combaten por dinero, no por patriotismo.
El presidente de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) venezolana, Diosdado Cabello, afirmó hace pocos días que si Washington osara invadir Venezuela “seremos otro Vietnam, seremos la pesadilla de ellos”, en alusión a la paliza que le dio el pueblo de la nación indochina a las tropas norteamericanas, en la guerra que duró desde 1959 hasta 1975. Se fueron huyendo de Vietnam porque, al igual que piensan de los venezolanos, subestimaron los valores de su pueblo. Cabello añadió que a los dirigentes estadounidenses les espera “morder el polvo de la derrota una y un millón de veces”.
El pasado día 12, el presidente Maduro denunció infiltraciones paramilitares colombianas en la frontera con el vecino país. “El imperialismo norteamericano está preparando provocaciones en la frontera y más allá para declarar después una crisis humanitaria”.
Ante esta posibilidad ordenó a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana a permanecer en máxima alerta para garantizar la paz de Venezuela y no caer en “falsos positivos de la oligarquía criminal y envidiosa, que desde Bogotá cumple las órdenes de Washington”.
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