Dicen algunos que casi a primera vista se puede conocer a una persona por su apariencia, sus proyecciones y sus ademanes.Y si tal vez para algunos especialistas en la psiquis humana el método no sea ciento por ciento infalible, lo cierto es que el menos ayuda, y en mucho, sobre todo con personajes reiterativos en sus desbordes y su interés de “descollar”.
Y es el caso del señor presidente Donald Trump, un presunto político que a estas alturas ha demostrado que sus poses prepotentes, su lenguaje desarbolado, sus criterios contradictorios, sus visiones sobre sí mismo y sobre los demás, su carencia de tacto y diplomacia, su saco de pantomimas, y su exacerbada autosuficiencia están dejando mucho que desear dentro y fuera de los predios norteamericanos.
Es un hecho incontrastable que Trump vive de caprichos, y no repara mucho en las consecuencias a la hora de intentar hacerlos valer por cualquier vía.
En consecuencia, estamos asistiendo a la “obra” de un elefante encabritado en medio de una cristalería… así de sencillo.
Los casos son muchos relativos a la esfera local o internacional y, entre ellos, por sus nada edificantes consecuencias internas, se cuenta la mayor paralización del gobierno nacional en la historia de los Estados Unidos (por más de un mes) vigente hasta días atrás, y que puede retornar al escenario después de una leve tregua si el presidente y sus opositores del Congreso no llegan a un acuerdo sobre el controvertido muro que el inquilino de la Casa Blanca intenta levantar en la frontera con México.
Una espinosa región donde ya han sido desplegados más de cinco mil soldados y todos sus medios de combate para “defender el país y a su gente de la peligrosa e indeseable invasión de migrantes provenientes del Sur”…”bandidos y asesinos”, según la caracterización que les otorga el mismísimo presidente.
Trump demanda y exige a los legisladores más de cinco mil millones de dólares para su barrera “inexpugnable”, mientras de la otra parte la negativa a semejante despilfarro tiene mucho que ver con una visión más moderada en cuanto a las políticas migratorias hoy en boga, que han llegado incluso a la separación forzosa de familias de recién llegados y a establecer virtuales cárceles para niños foráneos, entre los cuales ya se reportan víctimas mortales.
Y tamaño desacuerdo ha tenido, como decíamos, el efecto de haber paralizado la aprobación de los fondos necesarios para el trabajo normal de la administración pública y sus instituciones por más de treinta días y la amenaza de prolongarse en las semanas por venir.
El capricho de Trump, a quien casi el sesenta por ciento de los norteamericanos culpan de la paralización gubernamental, dejó sin poder trabajar ni cobrar sus estipendios a más de 800 000 empleados públicos, y provocó el cierre de numerosas dependencias oficiales y el retraso de decenas de miles de gestiones que ellas realizan, incluidos procesos judiciales suspendidos de cuajo.
Y pese a protestas, reclamos y huelgas de varios sectores afectados por tales acontecimientos, para el jefe de la Casa Blanca el “arreglo” pasa únicamente, hasta ahora, porque el Congreso entregue el dinero demandado para el milagroso muro frente a México.
Y a tono con este escenario es inevitable preguntarse si en unos Estados Unidos que se auto proyecta como modelo de democracia y libertad y tierra de los valientes y los justos, la pretensión unilateral (por no decir autocrática) de un presidente y sus retrógrados colaboradores puede llegar tan lejos como para perjudicar la cotidianidad de millones de trabajadores y cercenar sin contemplaciones el devenir normal de la vida institucional de la nación.
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