El 1ero. de enero del año 2005 fue sábado. Pocos sabían que siete meses después, el primer ministro de Israel, Ariel Sharon, efectuaría lo que desde entonces llamaron “retirada unilateral de la Franja de Gaza”, acto con una amplia cosecha de disensiones, tanto entre los defensores de los derechos palestinos como en las agrupaciones sionistas.
Las diferencias de criterio con figuras principales del gobernante Partido Likud, al cual respondía Sharon, provocaron que se viera precisado a dejar las filas de esa estructura política y darle vida a otra nombrada Kadima, conformada con distintas tendencias. Se supone están al centro del espectro ideológico judío.
En tanto, traslada a los colonos sacados de Gaza hacia Cisjordania, donde continuaba avanzando la barrera física que usurpó parte de los territorios palestinos, los desconecta entre sí y entorpece la existencia de quienes habitan en áreas repletas de obstáculos y controles insufribles.
En diciembre, el ex alto militar y premier cae en coma y queda en manos de sus afines, e incluso de sus oponentes, la continuidad de un plan que aún suscita criterios tan variados como opuestos.
De inicio, la entrega de Gaza provocó una remarcada euforia entre los desplazados palestinos, que al recobrar esos 365 km² de suelo nativo creyeron estar viviendo el comienzo de una reparación que, en los hechos, todavía les deben.
A casi todos los israelíes defensores de la paz y del derecho árabe a contar con un Estado propio, también les pareció excelente el paso dado y creyeron no sería lo único a ocurrir en similar sentido. Pero al cabo de 13 años nadie duda de lo precipitado del entusiasmo con el cual fueron acogidos aquellos acontecimientos.
La intelectualidad progresista judía casi en pleno creyó sinceramente que a continuación habría diversas concordancias dirigidas a crear un Estado palestino y eliminar años de hostilidades, humillación y usurpaciones. También hubo convencidos de que la estrategia puesta en práctica por Sharon y quienes le apoyaron no tuvo sanos propósitos. Shlomo Ben Amí, quien fuera canciller bajo el gobierno del laborista Ehud Barak, estimó que el conflicto no estaba liquidado entonces y se iba a mantener comandado por Israel para dejarlo estar o llevarlo solo hacia donde le conviniese.
En efecto, no hubo nada encaminado a desarticular el ya viejo conflicto. Israel blindó los 51 km que lindan con la Franja y llaman frontera, pero no lo es en el estricto sentido del término, pues no funciona con ese carácter. La línea de demarcación está bajo dominio militar israelí y cerrada a todo movimiento desde Gaza. Los restantes 11 km con Egipto se sometieron a compromisos entre El Cairo y Tel Aviv, favorables a los israelíes.
La “retirada” no se acompañó nunca de posibilidades básicas como el libre tránsito o el comercio. Lo ocurrido es tan tristemente sintético como plantear que encerraron a casi dos millones de personas en un exiguo espacio geográfico sometido por vía terrestre, aérea y hasta por el borde costero con el más estricto dominio hebreo. Se le llama la mayor cárcel a cielo abierto del planeta y parece una definición tan adecuada como la que califica de bantustanes tipo apartheid sudafricano a la parcelación actual de Cisjordania.
El encierro de los gazatíes incluye el control sobre las fuentes de agua, algo usado de modo represivo junto con los bombardeos desatados en operaciones conocidas bajo el nombre de Plomo Fundido, impiden un desarrollo mínimo y provocan penurias y una enorme frustración. No otra cosa se expresa en las Intifadas o en la más reciente Marcha del Retorno, que tuvo señaladas expresiones de protesta en coincidencia con otro golpe bajo de Estados Unidos, cuando decide trasladar su embajada a Jerusalén, legitimando la ocupación realizada en 1967 de la Ciudad Santa.
En diferentes cenáculos se discute todavía con respecto a los propósitos de Sharon y alguno cree en sus buenas intenciones. En contra de esa tesis se ubican alegatos como los planteados por Arnon Soffer. Este demógrafo de la Universidad de Haifa era asesor de Ariel Sharon, y expuso: “Cuando 2,5 millones de personas vivan en una Gaza clausurada habrá una catástrofe humana. La presión en la frontera será horrible. Por tanto, si queremos seguir vivos, tendremos que matar y matar y matar. Todo el día, todos los días. Si no matamos, dejaremos de existir”.
Cada vez que alguien afirma que “Israel tiene todo el derecho a defender sus fronteras” está haciendo buenas las inferencias de Soffer realizadas antes de la aparente donación de Gaza y asumidas en calidad de política de Estado justificativa de los asesinatos.
Explica muchos sucesos que continúan acumulándose en un tétrico relato que tuvo en este mes de junio nuevas evidencias. El día 1ro. Kuwait presentó ante el Consejo de Seguridad una resolución en busca de proteger a los civiles palestinos. EE. UU. lo impidió. Más de 13 000 heridos y 124 muertos. Después, el 13 de junio, Argelia y Turquía convocaron con carácter urgente una reunión de la Asamblea General, en busca de censurar y ponerle fin al uso desmedido de la fuerza contra los habitantes de Gaza.
En las cifras de víctimas hay personal sanitario ultimado mientras socorrían a los heridos y personas desarmadas. Según se supo, tantas bajas no son consecuencia del azar sino obra de francotiradores con órdenes específicas para tan criminal fin.
El 14 de mayo Israel lo considera el Día de la Independencia, pero se convirtió en las vísperas de la Nakba (catástrofe) pues fue el inicio de la expulsión de entre 750 000 y un millón de palestinos de 1947 a 1949, para asentar el Estado de Israel. Los desplazados ascendieron en años sucesivos hasta sobrepasar los 7 millones. Fueron acogidos por Siria, Líbano, Jordania y el también ocupado territorio cisjordano.
En el resultado mayoritario a favor de la resolución acordada en la ONU este 13 de junio trasunta la memoria de esos hechos de despojo y crimen, obviamente no concluidos. Se pidió respeto y protección para la población civil, así como la necesidad de medidas apropiadas que lo garanticen. De igual forma se intenta que los violadores de tales principios rindan cuenta.
El artículo 2 del dictamen: “Deplora el uso excesivo, desproporcionado e indiscriminado de la fuerza por los israelíes contra los civiles palestinos en el Territorio Palestino Ocupado, incluida Jerusalén Oriental, y especialmente en la Franja de Gaza, en particular el uso de munición real contra manifestantes civiles, incluidos niños, así como personal médico y periodistas, y expresa su grave preocupación por la pérdida de vidas inocentes”.
El postulado 3 “exige que Israel, la Potencia ocupante, se abstenga de llevar a cabo esas acciones y cumpla plenamente las obligaciones y responsabilidades jurídicas que le incumben en virtud del Cuarto Convenio de Ginebra relativo a la Protección debida a las Personas Civiles en Tiempo de Guerra…”.
Como era de esperarse, Washington intentó hacerle enmiendas al texto, pero la mayoría no lo aceptó (120 votos en favor de la condena y solo 8 en contra). Hay otro registro interesante: EE. UU. propuso una reprobación contra Hamas, que también había presentado a inicios de mes en el Consejo de Seguridad, donde 14 de los 15 miembros la rechazaron. El único voto a favor fue el que ellos mismos se autootorgaron.
Como los dictámenes de la Asamblea General de la ONU no son de obligado cumplimiento, pese a su valor moral, no afectan de forma directa ni a Estados Unidos ni a su prohijado Israel. Esta última Resolución se añade a las anteriores que plantean la obligación de descolonizar los territorios palestinos y permitirles crear su Estado.
Si bien todos los gobiernos norteamericanos mantuvieron a Israel como el principal beneficiado con sus ayudas en todos los órdenes, incluyendo el militar, la actual administración de Donald Trump fue más lejos en su espaldarazo a los sionistas, manteniendo el vigoroso empeño por evitar cualquier crítica dirigida a Israel y sus salvajes ofensivas, o al darle potestades que no acepta la comunidad internacional. Negociaciones, entendimiento, un arreglo… están en este instante a una sideral distancia.
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