A pesar del alza de gobiernos de derecha en América Latina, la región de El Caribe muestra una política de unidad compacta y progresista. La palabra de orden de los gobiernos revolucionarios es la de resistencia a los planes de reconversión neoliberal mientras impulsan el desarrollo nacional.
El año que termina ha sido duro en términos de supervivencia para naciones como Venezuela, la más acosada y castigada por el imperialismo norteamericano, cuya meta es destruir la Revolución Bolivariana con la destitución del presidente Nicolás Maduro y apoderarse de los grandes recursos naturales de la nación, entre ellos el petróleo, oro y diamantes.
En Venezuela la contrarrevolución mundial ha empleado una enorme cifra de planes conjuntos o separados con los que hostiga a la nación suramericana. Desde ataques callejeros, con saldo de muertos y heridos, uso de la diplomacia para la imposición de sanciones en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA) y, ante sus fracasos continuos, la creación del llamado Grupo de Lima —que no comparte la idea de una invasión armada fomentada por Washington—, ataques diplomáticos, sanciones económicas extremas y a sus autoridades gubernamentales por parte de Washington.
Donald Trump, Presidente de Estados Unidos y Nicolás Maduro, Presidente de la República Bolivaiana de Venezuela (Foto: elmetropolitanodigital.com).
El presidente Donald Trump, incluso, afirmó que piensa en una intervención armada como una de las opciones para liquidar un proceso inclusivo e integracionista que resiste desde hace 20 años la guerra no declarada estadounidense, apoyado por sus aliados de América Latina, en especial Colombia, desde cuyas fronteras comunes pueden ser lanzados ataques militares contra sus vecinos en busca de una crisis humanitaria y posterior intervención de otras naciones del área.
Si Venezuela está dando heroicas muestras de resistencia mientas es atacada por todos los flancos, Cuba es, en ese sentido, el ejemplo mayor de los pueblos de América Latina.
Desde hace más de 50 años, la Casa Blanca decretó contra la ínsula un bloqueo económico, comercial y financiero —el de más largo tiempo en el planeta— y ese es el mismo tiempo que los cubanos soportan sus limitaciones, en especial en la economía y la salud pública, poniendo por encima de cualquier otro interés el de su soberanía e independencia nacionales.
Bajo burdas mentiras, este año Cuba, un ejemplo para el resto del continente, recibió nuevas sanciones diplomáticas y económicas del gobierno de Trump, asesorado por políticos derechistas de origen cubano. Entre ellas está el cierre de varias de sus oficinas en La Habana, entre ellas la de otorgamiento de visas, ahora situadas en México, y la siembra del miedo en sus ciudadanos para que no hagan turismo en la isla.
Todo un plan que podría terminar con una ruptura de relaciones, ahora en gran retroceso, iniciado con la mentira de supuestos ataques sónicos a sus diplomáticos, no comprobados por especialistas de los dos países, para tener un pretexto para el asedio y el castigo.
Nicaragua, uno de los paladines revolucionarios en Centroamérica, sufrió también este año los ataques subversivos de individuos pagados por la derecha regional, siempre bajo la conducción de la Casa Blanca, para sacar del gobierno al comandante Daniel Ortega, presidente de la nación y líder del revolucionario Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Los planes contra el gobierno nica, al que se unió la alta jerarquía de la Iglesia Católica, duraron varias semanas con saldo de centenares de muertos y miles de heridos.
Incendiaron instituciones estatales, golpearon y asesinaron a revolucionarios en sus barrios, crearon el caos que solo fue detenido y derrotado gracias a la conciencia del pueblo nicaragüense y sus dirigentes, que siempre demostraron su convicción de resistir el embate.
Lo que ocurrió en Nicaragua no fue una insurrección popular sino una operación de cambio de régimen ejecutada por grupos de extrema derecha, apoyados con bandas criminales que secuestraron a la población nicaragüense con cierre de calles, cobro de peajes, violencias con bombas y armas de fuego y ataques contra bienes públicos como hospitales, escuelas, oficinas comunales y sedes del FSLN.
Gigantescas movilizaciones en las calles reclamando la paz demostraron la firmeza del pueblo nicaragüense, que venció un proyecto diseñado y apoyado por las élites financieras y poderosos sectores estadounidenses con el apoyo de similares de la Unión Europea.
Movilizaciones por la paz en las calles de Nicaragua (Foto: todanoticia.com).
Para castigar aún más al pequeño país centroamericano, de donde no hay integrantes de la Caravana de Migrantes, el Congreso norteamericano aprobó la Nicaraguan Investment Conditionality Act (Nica Act), una iniciativa que bloquea los préstamos de instituciones financieras internacionales al gobierno sandinista.
“Nica Act” surgió luego de que el presidente Ortega exigiera a Washington el pago de la indemnización de 17 000 millones de dólares sentenciada por la Corte Internacional de Justicia de La Haya en 1986, por el rol de la nación norteamericana en “actividades militares y paramilitares en y contra Nicaragua”.
En días recientes, la vicepresidenta Rosario Murillo, esposa del mandatario, resultó sancionada por la Casa Blanca junto a un asesor cercano, a quienes acusaron de corrupción y graves abusos contra los derechos humanos.
El Departamento del Tesoro de Estados Unidos afirmó que la vicepresidenta tiene influencia sobre la organización juvenil del FSLN, que, según se dijo, habría cometido asesinatos extrajudiciales, torturas y secuestros. Además, y en otra de sus grandes mentiras contra los dirigentes revolucionarios, el Departamento adujo que ella pagaba a grupos armados para que atacaran a los manifestantes durante los meses de disturbios antigubernamentales a principios de este año.
Las sanciones impuestas por orden ejecutiva de Trump implican “el bloqueo de cualquier propiedad o intereses en propiedades de Murillo que estén bajo jurisdicción estadounidense”, además de prohibirle, al igual que a su asesor, la entrada al país norteño.
En Bolivia también hubo amagos de la contrarrevolución en las últimas semanas ante la nueva candidatura presidencial de Evo Morales, la cual es constitucional y obtuvo el absoluto respaldo de Naciones Unidas (ONU).
Evo Morales, presidente de Bolivia (Foto: Reuters).
Morales condenó los hechos vandálicos registrados este mes en la ciudad de Santa Cruz, donde un grupo de personas incendió la sede del Tribunal Electoral Departamental (TED) y atacaron dos instituciones públicas.
Comités cívicos y dirigentes políticos opositores convocaron a la población a movilizarse en contra de la habilitación del binomio Evo Morales-Álvaro García Linera para las elecciones primarias y generales de 2019.
El ministro de Gobierno, Carlos Romero, también reprochó el vandalismo en Santa Cruz, mientras la dirigencia de Juventudes del MAS (oficialista Movimiento al Socialismo) comunicó que ninguno de sus miembros participó en las movilizaciones que, según la oposición, era de jóvenes universitarios. .
En 2008, sectores de la derecha impulsaron una campaña de violencia en Bolivia, por lo que el gobierno de Morales instó ahora a la población a estar atenta ante el vandalismo que pretende desestabilizar el país.
Es en medio de estos planes contrarrevolucionarios de Estados Unidos, ejecutados por sus lacayos, que surgió en México, como un hálito de esperanza para el fortalecimiento de los gobiernos progresistas, el nuevo presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, llamado AMLO.
Durante su campaña, y luego de asumir la primera magistratura el pasado 1 de diciembre, AMLO comenzó a cumplir su plan de gobierno que promete luchar contra dos grandes males en México: la criminalidad y la corrupción.
Con planes oficiales bien pensados para derrocar esos flagelos, no solo en México, sino con cooperación de Estados Unidos (principal consumidor de drogas del planeta), el mandatario planteó un plan de desarrollo para Centroamérica, de donde parten cada año miles de personas evadiendo una situación personal y familiar insostenible, en busca del llamado sueño americano.
AMLO, cuyo gobierno en materia de política exterior se decantó por la no injerencia en los asuntos internos de los países, y el respeto a la soberanía y la dignidad nacionales, puede resultar el elemento de equilibrio en una polarizada región, en la que los dignos Estados del Caribe, con su política unitaria, juegan un papel de suma importancia.
El triunfo de López Obrador volvió los ojos de los latinoamericanos hacia México, donde hay ahora un gobierno “para los pobres”, según el mandatario, que de un golpe destruyó los beneficios y privilegios de los altos cargos gubernamentales, empezando por el suyo.
Ganó López Obrador elecciones en México (Foto: La Vanguardia).
El 2019 se presenta como otro año en que los movimientos sociales continuarán, en varios países, ocupando el papel de los partidos políticos, permeados por vicios que no convencen a las poblaciones. Tendrán que trabajar muy unidos a estas agrupaciones, que infelizmente carecen de líderes naciones conocidos, los partidos progresistas que intenten ocupar sus antiguos espacios de poder.
Será otro período duro para las poblaciones que en los nuevos gobiernos conservadores —como Argentina— ven destruirse sus vidas bajo un amago de mentiras y promesas incumplidas.
La palabra de orden, como hasta ahora, es resistir, y buscar el uso eficiente de mecanismos de integración, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de los Pueblos, que este mes realizó en Cuba su VI Cumbre de jefes de Estado y/o Gobierno para trazar nuevas metas que permitan un desarrollo equilibrado de sus economías.
No hay más. En una región polarizada entre dos sistemas antagónicos, o se lucha o se muere en las redes de un sistema destinado a destruir la vida a cambio de dinero.
La Cumbre ALBA-TCP en La Habana ratificó la voluntad de Cuba con la integración solidaria de América Latina (Foto: ACN).
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.