Este domingo 28 de octubre, el pueblo de Brasil decidirá si su próximo presidente será el ultraderechista diputado Jair Bolsonaro, favorito en las encuestas, o Fernando Haddad, el académico a quien Luiz Inacio Lula da Silva designó como su candidato-sucesor en estas elecciones.
Es este un día histórico en el que medirán sus fuerzas dos políticos de tendencias antagónicas: Bolsonaro, del pequeño Partido Social Liberal, diputado desde 1991 por cinco agrupaciones distintas, excatólico y ahora evangélico, racista, misógino, defensor de la tortura y la dictadura militar.
Haddad, el abanderado del Partido de los Trabajadores (PT), fue designado por Lula da Silva como su reemplazo, ya que el Tribunal Supremo Electoral no le permitió postularse por cumplir pena en prisión. Haddad fue ministro de Educación de los dos gobiernos de Lula y alcalde de Sao Paulo.
Con el tiempo en contra ha hecho un enorme esfuerzo para evitar la llegada al poder de este Bolsonaro que, si gana, será el representante de los intereses de la oligarquía nacional, y de la casta militar en el Palacio del Planalto.
Con esos antecedentes, el excapitán de las Fuerzas Armadas Brasileñas cuenta con el respaldo de la gran mayoría de los uniformados, los más de 40 millones de evangélicos practicantes en el país y millones de ciudadanos a quienes, paradójicamente, los gobiernos petistas sacaron de la miseria, pero que ahora enmarcan sus intereses en seguir subiendo en la escala social de un país donde el dinero es rey.
Una encuesta publicada por la firma Vox Populi, 72 horas antes de que abrieran los colegios electorales, demostró que la diferencia entre los dos postulados se ubica en cinco puntos a favor del ultraderechista, el cual ha ido perdiendo terreno, pero no el suficiente para malograr el escrutinio.
El sondeo efectuado entre el lunes y el miércoles últimos arrojó que Bolsonaro recibirá en torno al 44 % de los votos, Haddad el 39 %, mientras están indecisos un 17 %, un 12 % votaría en blanco y el 5 % aún no saben por quién lo hará.
A las urnas están convocados 147,3 millones de electores residentes en 1248 municipios de 22 Estados de la nación, más el Distrito Federal de Brasilia.
Algunos analistas piensan que los votos podrían cambiar drásticamente de bando y el oscuro Diputado —que era casi inadvertido en la Cámara, aunque apoyó la destitución de la presidenta Dilma Rousseff en 2016— no obtendrá el mayor número de boletas en el balotaje. La primera ronda se efectuó el pasado día 7 y por solo tres puntos Bolsonaro no ganó la presidencia.
Para el politólogo argentino Atilio Borón “habrá que luchar hasta el final, pero la victoria de Jair Bolsonaro parece ya la crónica de una muerte anunciada”. Borón catalogó al excapitán de miembro de la “lumpen-política”, que amasa fortunas a partir de un escaño parlamentario.
“Declaró en varias oportunidades —recordó el especialista— que va a ilegalizar al marxismo y al ‘gramscismo’ (aunque no dijo cómo) y que recortará drásticamente el presupuesto de facultades e institutos de investigación en ciencias sociales. Según este santo varón, su gobierno invertirá en ciencias ‘que produzcan cosas’ (lavarropas, palas, tornillos, etcétera) y no palabras o ideologías”.
Para la izquierda latinoamericana, que daba como ganador de las presidenciales a Luiz Inacio Lula da Silva —candidato del PT que ahora cumple 12 años y un mes de prisión por presunta corrupción tras un fraudulento juicio— es casi inexplicable que una figura en apariencia opaca y con ideas retrógradas sea elevado al rango de presidente del mayor país de América Latina y una de las más importantes economías a nivel mundial.
Considerado un neofascista que dice odiar a los negros y a los homosexuales, Bolsonaro es una figura fabricada por los oligarcas brasileños, con el apoyo de la derecha regional y de Estados Unidos.
De manera alguna la oligarquía brasileña permitiría que Lula da Silva, quien fue declarado como el político más popular de la nación, se propusiera para un tercer mandato y ganara los comicios que sacarían del poder al pelele de Michel Temer, y con él un modelo neoliberal impuesto por los intereses capitalistas.
La clase dominante encontró en Bolsonaro un político con un discurso diferente al conocido en los últimos 15 años, lo cual a la larga puede resultar peligroso, dado su comunidad con la élite militar, la cual gusta destacar en sus controvertidas intervenciones.
En un somero análisis de lo que ocurre en Brasil y mantiene preocupados a los países progresistas, no solo de América Latina y El Caribe, la derecha que derrumbó al PT mediante una impugnación forzada de la mandataria sabía que 2018 sería el año del retorno de Lula, quien se despidió del Palacio de Planalto con un 90 % de aprobación popular.
La comunión del pueblo con el petismo cambió con Rousseff. Eran otros momentos. La economía se venía abajo por la crisis mundial, la corrupción institucional, no del PT; hubo sonados errores en la preparación del Mundial de Fútbol, asociados a gastos elevados de dinero en un pésimo momento financiero y malestar de la oligarquía nacional por el uso de partidas del presupuesto para continuar los programas sociales.
El empresariado nacional de derecha, que acompañó complacido a Lula da Silva pero no permitió la pérdida de entradas con Rousseff, se percató entonces de que 2018 era el año de retomar el poder en solitario. Ahí sacaron del ostracismo el ultraderechista Bolsonaro, quien domina a la perfección para su uso político las redes sociales, y posee una verborrea controvertida, por lo que se ganó el nombrecito de “Trump brasileño”.
“Son las elecciones más turbulentas de nuestra historia”, lamenta Oscar Vilhena, profesor de Derecho Constitucional de la Fundación Getulio Vargas.
Vilhena afirmó al diario Brasil 247: “La política ha pasado los últimos años usando las instituciones para atacar a adversarios, con impeachments y denuncias al Congreso, y si hace cinco años estábamos aún en un ciclo lleno de virtudes; ahora estamos en otro, en, lamenta, los tiempos difíciles”.
Para la analista brasileña Rose Barboza, el candidato neofascista “construyó un discurso basado en el temor, por lo que amenaza la democracia en la nación”. Barboza ratificó en el programa Enclave Política, transmitido por TeleSur, que “una victoria de Bolsonaro significaría un retroceso en términos económicos políticos y sociales, así como también una amenaza para la democracia brasileña”.
Por otro lado, destacó que el aumento de posibilidades de Haddad es debido a que “el candidato promueve un discurso basado en la construcción de una sociedad que no necesita del miedo”.
En una actitud que muchos consideraron como mínimo extraña, Bolsonaro no participó en ninguno de los debates presidenciales, porque, dijo, “no se me dan bien”, con lo que eludió explicar su eventual programa de gobierno y discutir sus posiciones con los restantes contrincantes.
La verdad —según sus críticos— es que no podía vender al electorado el odio y el desprecio que siente por varios sectores sociales y no encontraba el tono para lograr la empatía necesaria con el resto.
En un mitin de campaña el pasado 6 de septiembre, un enfermo mental le dio una puñalada que lo alejó de las tribunas, pero en el último enfrentamiento televisivo, ya recuperado, no apareció sin dar explicaciones y luego brindó una entrevista a su periódico favorito y hacedor de negativas opiniones contra el progresismo, la cadena O'Globo, portavoz de la reacción brasileña.
Eduardo, uno de sus hijos y diputado federal más votado del país el pasado día 7, con 1 814 443 de boletas, y su candidato a vicepresidente, Hamilton Mourão, un exmilitar radical, ocuparon su lugar en la campaña, divulgando un programa gubernamental basado en la fuerza y la represión, ya sufridas y al parecer olvidadas por la mayoría del pueblo brasileño.
Mourão demostró ser un posible vice aún más peligroso: convirtió las salidas de tono habituales de Bolsonaro en planes concretos. Que el gobierno podía dar un “autogolpe” de Estado si lo necesitaba (y el país lo necesita, añadió), para dejar la seguridad en manos de los militares. Que se puede reformar la Constitución sin consultar a los ciudadanos. Expulsión del país a quienes no comulguen con las ideas gubernamentales. Amenazas concretas para la deteriorada democracia brasileña, con un sistema parlamentario corrupto y un judicial politizado con aprendizaje en escuelas norteamericanas especializadas.
Si gana, como muchos prevén, será el primer nacionalista de ultraderecha que llegue tan lejos desde el fin del régimen castrence, que cayó en 1985.
Si se revierte el voto, como aún espera la cúpula del PT, y Haddad obtiene la victoria habrá quizás una reacción desmedida de Bolsonaro y sus seguidores contra el nuevo jefe de gobierno. Esa será otra parte de la historia del mayor país de Latinoamérica.
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