Desde sus orígenes, el proceso político generado en Irán con el advenimiento de la Revolución Islámica ha sido uno de los grandes dolores de cabeza para Washington y sus aliados dentro y fuera del escenario centroasiático y mesoriental.
Y es que la nación persa no comulga en forma alguna con los intentos hegemonistas de liderar el planeta a viva fuerza, recomponer regiones enteras del orbe a su capricho, privilegiar a entes agresivos como el Israel sionista, y azuzar el terrorismo y el extremismo en puntos que estima de suma prioridad en sus apetencias geoestratégicas.
En consecuencia, nada tiene de raro que a estas alturas, y tras largos períodos de tensiones ya negociados y paliados con absoluta anuencia mutua, el gobierno que encabeza Donald Trump haya decidido sabotear los protocolos internacionales de 2015 sobre el programa persa para la utilización pacífica de la energía atómica por considerarlos unilateralmente como “malos acuerdos”, retomar la guerra informática y de desprestigio contra Teherán, e incitar a los demás firmantes a dejar sin efecto el producto de largas y trabajosas negociaciones.
Desde luego, el tema medular es que dentro de tales protocolos, y como corresponde a la lógica política más diáfana, no aparecen cláusulas que pretendan intervenir en los asuntos internos iraníes, ni que socaven sus prerrogativas de autodeterminación, independencia y derecho a defender su integridad. En pocas palabras, no existen dolosas asimetrías en el trato a las partes, y ello es inconcebible para mentes ligadas a la imposición y el ordeno y mando.
Y si bien hasta el presente los firmantes más cercanos a los Estados Unidos, especialmente los integrantes de la Unión Europea, mantienen el criterio de no denunciar los acuerdos de tres años atrás, la Casa Blanca no se detiene en sus presiones, exigencias y campañas.
De hecho, en su reciente intervención ante el setenta y tres período de sesiones de la Asamblea General de la ONU, Donald Trump atacó nuevamente, entre otras cosas que no les gustan de este mundo, el citado pacto nuclear con Irán, luego de haber solicitado días antes a sus aliados que cesen sus compras de petróleo persa favorecidas por la adopción de los ya citados acuerdos, no importa si ello implica pérdidas sustanciales a las empresas occidentales ligadas a Teherán en materia energética y un severo impacto en los actuales precios del crudo.
Por demás, las entidades de propaganda bajo control de Washington han propiciado medidas de censura y aislamiento a los medios que intenten visiones y análisis objetivos de esta problemática, como manera de favorecer el auge de las campañas mediáticas destinadas a perpetuar la demonización de Teherán, al tiempo que se promueven actos terroristas como los de días atrás cuando individuos armados asesinaron a más de una veintena de ciudadanos en medio de una ceremonia militar. Para las autoridades iraníes, no obstante, el camino es claro.
Se trata de proteger la letra y el espíritu de los constructivos acuerdos de 2015 logrados con grandes esfuerzos negociadores, a la vez que mantener la línea de conducta internacional de Irán apegada al antimperialismo, la lucha contra las políticas expansionistas y hegemónicas, el combate al terrorismo en Oriente Medio y Asia Central, impulsado, pagado y aupado por Washington, sus socios de la OTAN, Israel y los regímenes locales, y que utiliza al confesionalismo extremista como punta de lanza sobre el terreno, como ha venido sucediendo en Siria en los últimos años.
Por demás, para la reacción global resulta alarmante el desarrollo militar defensivo de Irán en una zona geográfica donde desde hace mucho ha predominado la predilecta prepotencia sionista (Israel incluso posee cientos de armas nucleares no declaradas públicamente), y la creación de alianzas potentes y efectivas como el Frente de la Resistencia que, integrado por Rusia, Irán y el Hizbolá libanés, junto al Ejército Sirio, están en camino de dar el tiro de gracia al Estado Islámico y los restantes grupos terroristas que pretendían el derrocamiento violento del gobierno de Damasco y la desintegración del Estado Nacional.
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