Son muchos los símbolos que encierra la figura de Rosa Luxemburgo, una teórica marxista, que militó en el Partido Socialdemócrata de Alemania, hasta que en 1914 se opuso a la participación de los socialdemócratas en la Primera Guerra Mundial, por considerarla un enfrentamiento entre imperialistas.
Su solo nombre implica un abanico de banderas que, a pesar de los cien años transcurridos desde su asesinato, el 15 de enero de 1919, siguen vigentes. Banderas que no han alcanzado la victoria y, sin embargo, no fueron arriadas.
Rosa Luxemburgo, la mujer a quien el líder soviético Vladimir Lenin llamaría el “Águila de la Revolución”, nació en un pequeño pueblo llamado Zamość, cerca de Lublin, en 1871, cuando Polonia era parte del Imperio Ruso. “No era nacionalista, ni creía en la autodeterminación de los polacos, pues quería que los trabajadores del mundo se unieran obviando las fronteras”, al decir de Jacqueline Rose, codirectora del Instituto Birkbeck para las Humanidades de la Universidad de Londres. “Sin embargo, el hecho de que nació en un país que estaba bajo el dominio de otro le hizo entender la necesidad y el potencial de la revolución y la resistencia a injusticias históricas“.
Mucho antes de la gran ola feminista, fue precursora de la lucha de los derechos de la mujer, en tiempos en los que todavía multitudes plurales podían imaginar un futuro sin capitalismo, podían entregar su vida a causas tan impersonales y colectivas como el sueño revolucionario.
A 100 años de su asesinato
Jörn Schütrumpf|
El 19 de marzo de 1919, la Asamblea Constituyente Prusiana elegida tras la Revolución de Noviembre instituyó la Comisión de Investigación para Determinar las Causas y Progresión de la Agitación en Berlín y otras Zonas de Prusia en el Año 1919. En los meses siguientes, los 21 miembros de la Comisión entrevistaron a docenas de testigos mientras se abrían camino a través de montañas de documentos. Para julio de 1919 había quedado sentado que los comunistas no habían provocado, y mucho menos dirigido, las revueltas de enero. Antes bien, los llamados Delegados [sindicales] Revolucionarios y la sección de Berlín del Partido Socialdemócrata Independiente (USPD) fueron en lo esencial los responsables de ambas cosas.
Los Delegados Revolucionarios eran en su mayor parte sindicalistas que habían estado tramando desde 1916 el derrocamiento ilegal de la monarquía en los arsenales de Berlín, y el 9 de noviembre de 1918 sacaron a las masas a la calle. La mayoría de los Delegados Revolucionarios era miembro del USPD, pero deseaba conservar su autonomía respecto a la dirección del partido. Con el desencadenamiento del a revolución, se convirtieron en contendientes por el poder en Berlín.
Los comunistas simplemente se vieron envueltos en los levantamientos, una conclusión que no podía satisfacer a ninguno de los miembros de la Comisión. Un veredicto público sobre lo que de veras había sucedido en enero de 1919 habría hecho mucho más difícil justificar por qué se había prohibido el Partido Comunista y se había puesto fuera del a ley a sus miembros desde marzo de 1919.
A pesar de todos sus floreos retóricos, el Comité de Investigación no pudo evitar la siguiente conclusión (aunque evitaran incorporarla a las llamadas Recomendaciones):
“El domingo que siguió a estos acontecimientos los Delegados Revolucionarios y sus hombres de confianza se reunieron de nuevo […] y decidieron convocar a una huelga general con el propósito de librar un ataque frontal contra el gobierno. En esto parece haber sido decisivo la implicación de [Heinrich] Dorrenbach [1888–1919] en la decisión de la division Volksmarine y la mayoría de las tropas regulares de la guarnición de Berlín para respaldar esta acción, y en el hecho de que se les uniera gente de Spandau y Frankfurt. […] Es verdad que tanto los independientes como los comunistas desempeñaron un papel destacado en la acción, y también que tanto los independientes como los comunistas avisaron advirtieron en contra de ello.
Así, por ejemplo, Rosa Luxemburgo parece haber desaprobado el plan por completo, y el Comité Central del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania declare explícitamente en su anuncio posterior que no mostraba su solidaridad con el proyecto dirigido por la sección de Berlín de Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania y la Liga Espartaco junto a los Delegados Revolucionarios, de los cuales a su vez más de sesenta 60 pertenecían al Partido Socialdemócrata Independiente y poco más de diez al Partido Comunista de Alemania. Es verdad que los dirigentes intelectuales del movimiento eran Karl Liebknecht, Georg Ledebour, Emil Eichhorn, y Dorrenbach. Esto no quiere decir que llevaran mucho tiempo planeando esta acción para el 5 de enero en concreto, o que fueran los únicos el 4 o 5 de enero que más gustosamente apremiaran al asalto. Dicho esto, fueron estos hombres los que creyeron que los diputados del pueblo de la mayoría socialista ocupaban ilegalmente sus oficinas y que era necesario con violencia”.
El Informe de la Comisión de Investigación está fechado el 8 de febrero de 1921, en mitad del receso parlamentario de Prusia: la Asamblea Constituyente se había disuelto el 14 de enero de 1921 tras concluir su labor, y el Parlamento Prusiano fue elegido de acuerdo con la nueva ley el 20 de febrero de 1921. La inmunidad de los nuevos parlamentarios quedó suspendida hasta entonces, permitiendo que les diera caza la policía.
No se hizo entrega a nadie del informe sino que se imprimió palabra por palabra en su totalidad en el volumen 15 de la Recopilación de Materiales Impresos de la Asamblea Constituyente de Prusia en algún momento de 1921. Como solía suceder con estas recopilaciones, sus contenidos no llevaban el complemento de datos bibliográficos. Así pues, los intentos de investigar sobre la Comisión de Investigación sin ayuda de soportes bibliográfico han sido en vano.
Los historiadores se han topado con este material impreso en los últimos casi cien años, pero a día de hoy ninguno los ha valorado seriamente. Aunque historiadores de importancia, como Heinrich August Winkler, han desechado la leyenda del Levantamiento Espartaquista bajo la dirección de la “sangrienta Rosa” desde 1984, se sigue difundiendo activamente esta leyenda.
*Historiador del movimiento sindical alemán, es en la actualidad director de investigación de la vida y obra de Rosa Luxemburg en la fundación alemana que lleva su nombre. Su libro Rosa Luxemburg oder:Der Preis der Freiheit [Rosa Luxemburg o el precio de la libertad] apareció en alemán en 2006 y en versión inglesa en 2008.
Rosa Luxemburgo y las mujeres
María Julia Bertomeu|
Si las luchas del presente se alimentan de los combates del pasado, encuentro oportuno comenzar mi breve texto en homenaje a Rosa Luxemburgo con algunas reflexiones de Nancy Fraser –la activista y profesora de filosofía política de la New School for Social Research de New York- sobre la segunda ola del feminismo y su relación con el actual capitalismo, destructor del estado de bienestar de post-guerra.
En el año 2013, Fraser redactó un artículo para The Guardian, manifestando su profunda preocupación por los posibles usos –por parte del capitalismo neoliberal- de ciertas consignas históricas enarboladas por las luchas feministas. Se confesaba atemorizada ante la posibilidad de que por un ‘cruel giro del destino’, el movimiento de liberación de las mujeres se hubiera enredado peligrosamente junto a los esfuerzos neoliberales para construir una sociedad de libre mercado.
No sin razón decía la feminista norteamericana que tal cruel destino explicaría “por qué y cómo sucedió que las ideas feministas que formaron parte de una cosmovisión radical ahora se expresan mayoritariamente en términos individualistas… y también cómo sucedió que un movimiento que antaño priorizó la solidaridad social, ahora celebra a las empresarias exitosas… o que un movimiento que antes valoraba el cuidado y la interdependencia, ahora aliente el avance individual y la meritocracia. Según Fraser, se trata de una segunda ola del feminismo, que se corresponde con un capitalismo desorganizado, globalizado, neoliberal, y acaba mudando en la doncella de ese capitalismo contra-reformado, para decirlo con la certera expresión que acuñó Toni Domènech (fallecido irector de sinpermiso.info).
En un artículo de 2017 -a propósito de las marchas masivas y globalizadas de mujeres – Fraser se reveló menos temerosa y más optimista ante lo que denomina el comienzo de una nueva ola de luchas feministas militantes (¿la tercera?). En su opinión, ya no es suficiente con oponerse a Trump y a sus políticas agresivamente misóginas, transfóbicas y racistas, también se debería apuntar al ataque neoliberal en curso en contra de la previsión social y derechos laborales. Una agenda feminista internacionalista ampliada, nos decía Fraser, que conjugue el anti-racismo, anti-imperialismo, anti-heterosexismo y anti-liberalismo. En este punto generosamente reconoció que su “feminismo para el 99 %” se inspira en el potente movimiento argentino Ni una menos, cuya consigna es denunciar la violencia contra las mujeres en sus múltiples facetas: violencia doméstica, del mercado, de la deuda, de las relaciones capitalistas de propiedad y del Estado. (http://www.sinpermiso.info/textos/un-feminismo-para-el-99-por-eso-las-mujeres-haremos-huelga-este-ano)
Como he dicho al comienzo, los artículos de la perspicaz filósofa política norteamericana son oportunos para volver a traer la palabra de Rosa Luxemburgo, a modo de recuerdo en el centenario de ese 15 de enero de hace ya cien años, en el que el culetazo del rifle de un soldado destrozó su cráneo, y también asesinó a su camarada Karl Liebknecht junto a miles de trabajadores y trabajadoras.
Sabemos de una discusión teórica presente –no saldada ni posiblemente saldable- sobre la relación entre marxismo y feminismo, entre capitalismo y opresión de las mujeres, entre la clase social y el género. Es posible que la contundencia característica de la Rosa roja –en la lucha, en sus escritos, en la polémica y en el amor-, no contribuirá a disipar los ánimos de la contienda académica, aunque sin duda alguna sus textos nos recuerdan que la disputa tiene una historia escrita con sangre, y que si el presente se nutre del pasado, sus obras son un suelo nutricio para una mirada socialista sobre las luchas de las mujeres.
Rosa nunca habló del patriarcado, mucho menos -y por obvias razones- de género, pero tampoco habló de las mujeres como una categoría abstracta, transhistórica, por encima de las clases. Hablaba sí, al mismo tiempo, de la revolución de las mujeres proletarias, de la revolución rusa y de las mujeres en las huelgas de masas. Ella misma, en una carta enviada a Louise Kautsky invitándola a concurrir a la celebración del Primer día Internacional de las mujeres, manifestaba su asombro porque había recibido una credencial feminista por parte de los organizadores de la Conferencia en Jena, y preguntaba a Louise -en esa misma carta- ¿es que acaso ahora somos feministas?.
Su camarada Clara Zetkin –la directora del periódico Die Gleichheit, el principal órgano de difusión de los panfletos de Rosa en contra de la guerra y a favor de las mujeres (proletarias) – fue la impulsora de tal evento ante el Comité ejecutivo de la Segunda Internacional. Rosa bien supo y dijo que Clara cargaba con ‘tal cantidad de trabajo’… y siempre la acompañó con sus escritos y discursos, interviniendo públicamente en la disputa abierta entre los camaradas ‘reformistas’. Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y Alexandra Kollontai lucharon –teórica, práctica y tácticamente- en contra de las alianzas oportunistas propuestas por los “políticos realistas” de la socialdemocracia alemana que en 1912 votaron en Bruselas a favor de ‘un hombre un voto’ y rechazaron otorgar la extensión del voto a las mujeres – sugiriendo fantasiosamente que la defensa de los principios políticos habría privado a la socialdemocracia de logros concretos-.
Es oportuno también recordar el texto de Rosa: “La huelga de masas, partido y sindicatos”, sobre los acontecimientos alemanes de 1905-1906 y las discusiones teóricas en torno a la conveniencia de tal tipo de medidas, en el que recordaba Rosa –la activista y teórica- que las huelgas de masas no se ‘fabrican artificialmente’, ni se deciden al azar, ni se propagan como una peste, son un fenómeno histórico que en un momento dado surge de las condiciones sociales con una inevitable necesidad histórica. El escrito es un manifiesto en contra de los sindicatos socialdemócratas alemanes, al decir de Rosa conservadores, cobardes y reformistas, pero también es una certera refutación de la vieja retórica conservadora sobre la ‘falta de madurez o sobre la debilidad’ de los grupos y las clases revolucionarias, en ese momento en boca de los dirigentes socialistas y parlamentarios alemanes. Salvando muchas distancias, el éxito de las convocatorias de los movimientos feministas de la nueva ola –Fraser dixit- tampoco ha sido producto del azar, ni la acción de los sindicatos conservadores, lo que más sorprende es que son una respuesta a condiciones sociales y económicas que causan los fenómenos de violencia sobre las mujeres y la desigualdad real, y muy especialmente de las mujeres pobres.
El movimiento “feminista” era para Rosa -en su tiempo y lugar- el de las sufragistas inglesas y el de las mujeres burguesas. Su juicio sobre tales movimientos es duro, implacable y consecuente con su posición política socialista revolucionaria: la reivindicación de los derechos iguales para la mujer es -en las feministas burguesas- pura ideología de grupos aislados sin raíces materiales, es un fantasma del antagonismo hombre-mujer, es un capricho (Luxemburgo (1914) ‘La proletaria’). La preocupación de Rosa -y de sus camaradas de lucha – era separar el voto femenino entendido como el objetivo de las luchas de mujeres en general, de la táctica para lograrlo, y esa táctica no era sólo tarea de mujeres, sino una responsabilidad común de clase de las mujeres y los hombres del proletariado. Según Rosa, en efecto
El voto femenino aterra al actual Estado capitalista porque tras él están los millones de mujeres que reforzarían al enemigo interior, es decir, a la socialdemocracia. Si se tratara del voto de las damas burguesas, el Estado capitalista lo considerará como un apoyo para la reacción. La mayoría de estas mujeres burguesas, que actúan como leonas en la lucha contra los «privilegios masculinos», se alinearían como dóciles corderitos en las filas de la reacción conservadora y clerical si tuvieran derecho al voto. Serían incluso mucho más reaccionarias que la parte masculina de su clase. A excepción de las pocas que tienen alguna profesión o trabajo, las mujeres de la burguesía no participan en la producción social. No son más que co-consumidoras de la plusvalía que sus hombres extraen del proletariado. Son los parásitos de los parásitos del cuerpo social. Y los consumidores son a menudo mucho más crueles que los agentes directos de la dominación y la explotación de clase a la hora de defender su «derecho» a una vida parasitaria. (Luxemburgo, 1912)
Rosa habla de proletarias y burguesas, de sexo y clase social; nunca se le ocurrió hablar de sexo sin clase social, y mucho menos hablar del trabajo doméstico en abstracto, independientemente de la clase social. Rosa nunca pensó en una marcha de sólo mujeres e interclasista, e incluso confesó que toda su vida había luchado en contra de la idea de la “la unión de las mujeres”.
La pregunta queda planteada: ¿será posible cumplir con la ambiciosa agenda del movimiento Ni una menos o con la propia agenda de Fraser en contra del capitalismo contra-reformado, pero sin hablar de clases sociales? ¿marcharán juntas -las pobres y las ricas, las empresarias y las trabajadoras domésticas feministas- en contra de las políticas económicas neoliberales y la conculcación de derechos económicos de todos por parte de Trump y de Macri? El tiempo lo dirá y Rosa siempre será quien fue: una grande, defensora socialista y revolucionaria de los derechos de mujeres y hombres proletarios, desposeídos y condenados a emigrar en busca de pan y trabajo.
*Miembro del comité de redacción de Sin Permiso.
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