De hacer caso a las quejas de Donald Trump los europeos desvalijaran a Estados Unidos en el comercio y también en materia militar. Para una persona que convierte la política en una gestión lucrativa es muy lógico bendecir los costos o ponderar en exceso su producto, en este caso, lo referido a la ¿defensa? de Europa a través de la OTAN.
Al presidente norteamericano se le olvida que el territorio de su país está incluido en ese mecanismo que se viene usando más para agredir —con diferentes objetivos— que como amparo de alguien.
Cuando ocurrieron los dramáticos acontecimientos del 2001, Europa puso a disposición de Estados Unidos todos sus dispositivos de ayuda, incluyendo los sofisticados recursos de alerta temprana. Y Rusia, tildada como principal enemigo desde la cumbre del 2014 en Gales por los 29 miembros de la Alianza Atlántica, también hizo importantes contribuciones, sin las cuales el Pentágono las hubiera tenido muy difíciles para establecer su logística y otras operaciones tácticas cuando invadió Afganistán.
Trump, que tiende a “subir la parada” buscando gangas, dijo que EE. UU. aporta entre el 70 y el 90 % de los fondos de la OTAN, pero en los hechos no pasa del 22,1 %, según afirma en minuciosos exámenes el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS, por sus siglas en inglés). La cantidad, sin duda, es alta, pero también es fácil apreciar que no tanto como asegura el presidente.
“…en conjunto, los gastos directos de defensa de EE. UU. en Europa oscilan entre US $ 30 700 en 2017 y US $ 36 000 en 2018” o entre el 5,1 % y el 5,5 % del presupuesto total de defensa norteamericano, aclara el IISS. La misma fuente asevera que el gasto de sus aliados europeos es de 239 100 millones de dólares. Tampoco es una bagatela y casi seguro pudiera tener mejor empleo.
Otros expertos aclaran que como las contribuciones se hacen partiendo del tamaño del país y de su economía, Estados Unidos tiene el 22 % del gasto total, y, ¡oh sorpresa!, con un 14 % le sigue Alemania, la misma que ha sido fuertemente acusada por el mandatario estadounidense de poco colaborativa. Los otros dos mayores donantes son el Reino Unido y Francia, ambos con el 10,5 % per cápita.
Hay detalles que se quedan fuera de la facundia grandilocuente del actual jefe de la Casa Blanca. Uno fue evocado por la ministra de defensa germana Úrsula Von der Leyen al recordarle que Alemania, es “la segunda mayor contribuyente en tropas” que usa la OTAN.
No menos relevantes son los datos manejados por quienes parten de otro hecho: EE.UU. tiene 70 000 efectivos en servicio activo y otros casi 19 000 entre reservistas y empleados civiles del Departamento de Defensa ubicados en Europa. El costo anual de esas fuerzas es de unos 25 000 millones de dólares. Si el presidente está inquieto por el egreso, bien pudiera ahorrar algo disminuyendo el número de bases y eventos tácticos.
Su enfoque es diferente. “No sé qué pueden hacer pero no tiene sentido que paguen millones de dólares a Rusia y les tengamos que defender de Rusia”. Su maniobra —aparte de maliciosa e impropia casi en vísperas de un encuentro con Vladimir Putin—, es de porfía comercial.
Cuando acusa a los germanos, intenta llevarles a prescindir del suministro directo de energía que reciben de Rusia a través de sus gasoductos, uno funcionando y el otro a punto de estreno. Pretende frenar ese trato y sustituirlo, a semejanza de lo hecho por varias naciones que cedieron y ahora adecuan su infraestructura para recibir el más caro gas de esquisto de empresas estadounidenses.
La insistencia en el porcentaje a entregar, asimismo, pretende que Europa gaste más en pertrechos y sean firmas norteamericanas los suministradores sistémicos o parciales de esos avíos.
En el Viejo Continente no ignoran ese propósito. De ahí que en los blandos amagos de emancipación del antiguo y nunca llevado a cabo plan para dotarse de una estructura militar propia, establecieron que usarían las industrias de armamento autóctonas. Eso, parece, fue una respuesta —muy pálida— dirigida contra las amenazas y virtuales sanciones que a través de sus aranceles les impone Washington, pero insuficiente rasgo de emancipación.
Otro ángulo no escapa tampoco al discernimiento de los socios atlantistas, pues como expresara Pedro Sánchez en nombre de España o la propia Ángela Merkel, cada cual a su modo, no solo se trata del 2 % acordado, con plazo hasta el 2024 para lograrlo. Trump quiere adelanto y también duplicar el monto hasta el 4 %. Y, ¡ojo! cuando cualquiera de estos países acude al llamado y participa de los operativos de la OTAN lo hace por empatía con los intereses de EE. UU. sí, pero no por exigencias concernientes a sus prioridades.
Imprevisible hasta lo patológico, Trump resuma grosera prepotencia. “Ayer les hice saber que estaba extremadamente insatisfecho con lo que estaba pasando”, dijo en una intervención a la prensa, pero “Ahora estamos muy felices”. Aludía al compromiso arrancado a los europeos de seguir aumentando las contribuciones al pacto bélico.
Pero lo peor no es la humillación, consiente o reservada, de unos cuantos jefes de Estado, sino que todos firmaron un documento final donde se alega: “Rusia desafía las reglas del orden internacional y está violando el derecho internacional, conduce actividades militares provocadoras, intenta minar nuestras instituciones y siembra desunión”.
El texto fue hilvanado antes de efectuarse la cumbre misma, debido a exigencias de EE. UU., por supuesto. Puede que Europa aceptara ese consenso a priori para evitar un fiasco como el ocurrido en la Cumbre del G-7. También es posible no falten quienes se creyeran —o les conviene— el cuento sobre el coco ruso, cuando la verdad se aprecia en el cerco, con emplazamientos y medios de guerra, en torno a la Federación, en un grado tal no hecho siquiera en tiempos de la URSS.
Quizás olviden —o prefieran poner a un lado— que en el terrorismo y las guerras comerciales, en la temeridad psiquiátrica de quien los anima es donde vive y alienta el verdadero peligro.
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