En efecto, Washington, tan celoso él de la defensa de sus ciudadanos a escala global, actuó de inmediato y rabiosamente.
Una campaña mediática inundó al unísono los cuatro confines del orbe denunciado a Cuba porque los diplomáticos de la embajada norteamericana en la Isla habían sido “brutalmente agredidos” con dispositivos que les ocasionaron, desde sensibles malestares, hasta alteraciones del sistema nervioso, según las versiones de la Casa Blanca, que con el tiempo llegó incluso a implicar en el presunto atentado a los indefensos grillos criollos que gustan chirriar en nuestra noches tropicales.
Y con semejante “volumen de categóricas pruebas” Donald Trump y sus secuestradores de la política exterior de los Estados Unidos, negados además a toda verificación o análisis del caso con los científicos y autoridades de nuestro país, vaciaron prácticamente su sede diplomática del Malecón, derivaron hacia otras naciones los trámites de los ciudadanos de la Isla solicitantes de visas para viajar a territorio norteamericano, y bajaron casi a cero los contactos oficiales impulsados en la era Obama, al tiempo que sus funcionarios eran privados de la mórbida tranquilidad con la que residían en este país, incluida su habitual concurrencia, en alegres grupos, a los más reconocidos “paladares” de la Habana Vieja.
En fin…era sencillamente que Washington, como siempre, resultaba el único portador de la verdad (su verdad, para hablar en plata), la misma que asegura que la primera potencia capitalista es la cima de la democracia, los derechos ciudadanos, la respetabilidad, el apego a la iniciativa privada…ah, y la tierra de los libres y los justos, ausentes totales en el resto de la humanidad.
No obstante, cierto es que no hay que esperar a que a la rana le salgan pelos para develar la mentira y la manipulación.
Y por estos días, y luego de llegar incluso en su obsesa búsqueda de culpables a haber señalado a Rusia en septiembre último como probable implicado en los ataques sónicos de La Habana, el secretario de Estado, Mike Pompeo, se apea con la noticia de que ha pedido “al comité de la Academia norteamericana de Ciencias, Ingeniería y Medicina que examine los datos” de lo presuntamente ocurrido en La Habana.
El asunto es que esa instancia “trate de encontrar una causa para la variedad de síntomas alegados, que supuestamente van desde mareo y dificultad para conciliar el sueño, hasta dolores de cabeza y trauma cerebral.”
En pocas palabras, que a veinticuatro meses de la rebambaramba de la Casa Blanca sobre los supuestos ataques sónicos y de la toma de represalias inmediatas contra los “agresores”, el gobierno de Donald Trump no ha podido ni puede afirmar con total certeza y pruebas contundentes, ni siquiera si los aludidos “asaltos ruidosos” en verdad han ocurrido.
La payasada, por tanto, es evidente.
Mientras, Cuba, sus autoridades y su potencial científico, insisten en un estudio conjunto, con todas las cartas sobre la mesa y con toda la decencia y responsabilidad que el caso amerita.
Por tanto, la pelota sigue en el mismo campo ajeno.
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