A contrapelo de otras visiones, interpretaciones y propósitos, todo hace indicar que Pyongyang y Seúl están decididos a poner coto a la histórica hostilidad en sus relaciones mutuas, impuesta y alentada por Washington con extremo encono desde la misma creación de la República Popular Democrática de Corea a fines de la Segunda Guerra Mundial.
En efecto, fue justo la intervención norteamericana en el Sur de la Península la que fomentó la artificial división del país, llevó a cabo una cruenta guerra a inicios de la década de los cincuenta del pasado siglo, y hasta hoy ha mantenido peligrosas tensiones entre ambos lados.
De hecho, la conflagración militar de hace más de seis décadas atrás técnicamente no ha cesado, toda vez que lo que rige en un armisticio de alto al fuego a lo largo de la frontera común.
En consecuencia, en el decursar de todos esos años, Corea del Norte debió lidiar con la presencia en el Sur de decenas de miles de soldados gringos y hasta el despliegue de armas nucleares, amén de enfrentar sistemáticos, amenazantes y riesgosos ejercicios bélicos a las puertas de sus divisorias, sin que ningún esfuerzo por el diálogo político común hubiese tenido eco entre los guerreristas.
Es evidente, y en eso concuerdan muchos analistas, que la reciente conversión de Corea del Norte en un país nuclear y dueño de un potente poder misilístico tocó fuerte del otro lado, al punto que no solo las autoridades máximas de Pyongyang y Seúl ya han celebrado tres prometedoras cumbres en apenas unos meses, sino que hasta el propio Donald Trump debió reunirse personalmente con el líder Kim Jong-un en Singapur para reducir tensiones.
Desde luego, con Washington las cosas no han marchado de forma más acelerada porque, acostumbrada a ordenar, embaucar y despreciar a sus interlocutores, la Casa Blanca insiste en un desmantelamiento completo y acelerado del programa nuclear norcoreano, mientras da largas a sus posibles compromisos para la firma de un acuerdo que oficialmente ponga fin al estado de guerra en la península.
Sin embargo, a pesar de semejante inconveniente, el Norte y el Sur parecen decididos a seguir su propio derrotero bilateral, al parecer, imbuidos del constructivo juicio de que se trata de un diálogo entre hijos de una misma tierra, artificialmente divida por decenios a cuenta de apetencias externas.
Precisamente hace apenas unas horas concluyó en Pyongyang la Tercera Cumbre bilateral, en la cual se consideró una próxima visita de Kim Jong-un al Sur, y que facilitó fuesen suscritos acuerdos para una amplia coordinación conjunta en la zona desmilitarizada y la disminución de los ejercicios bélicos en el área, para asegurar su conversión en un espacio de paz.
De forma paralela se estableció que el Norte trabajará en el desmantelamiento de uno de sus polígonos de prueba de misiles atómicos y en la desactivación de un reactor nuclear ligado a las investigaciones con carácter castrense.
Además, el líder norcoreano y el presidente sureño Moon Jae-in promovieron un mayor intercambio económico y humano entre ambas Coreas, en lo que Pyongyang calificó como la apertura de “una era de paz y prosperidad” en los vínculos bilaterales.
En consecuencia, y contra todos los avatares y obstáculos por venir y por sobre las furias externas que queden encendidas, todo indica que los coreanos de ambos lados no se resignarán a vivir en la zozobra y el riesgo eternos, y que en un contexto local como el que hoy discurre en la península, nada más seguro, sano, reconfortante y objetivo que intentar congeniar con sabiduría y confianza mutuas… no importa mucho quien se moleste en la lejanía.
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