Cuando se escriba un día la verdadera historia de la barbarie capitalista, África sin dudas ocupará uno de sus capítulos más trágicos.
Al igual que sucedería con la historia de nuestro hemisferio y de otras tierras “visitadas” por la civilización occidental. El término “descubrimiento” utilizado por conquistadores, negociantes y tahúres europeos en sus tempranas incursiones al extenso y poblado suelo africano pretendió borrar el hecho de que se trataba de espacios ya profusamente habitados, a lo que se sumó la reducción de los pueblos autóctonos a la categoría de “fauna animal” susceptible de todo tipo de desmanes y atropellos por su “carencia de alma y aspecto humano”, según rezan textualmente apreciaciones y criterios de la época volcados por los “ilustres señores” llegados desde el pre capitalista Viejo Continente.
No fue por tanto extraño que aquellas “bestias de piel oscura, burda fisonomía y costumbres salvajes” fuesen convertidas en esclavos y esparcidas por las colonias del Nuevo Mundo para ocuparse de las más duras faenas en los cañaverales caribeños o las plantaciones algodoneras y tabacaleras de lo que sería los Estados Unidos.
Mientras, el robo de los cuantiosos recursos naturales africanos entró en la historia como uno de los más grandes despojos materiales en el devenir de la humanidad, al tiempo que los poderosos de aquellos tiempos cercenaban a capricho espacios geográficos, culturas, tradiciones y organización social autóctonas, para establecer absurdas fronteras que siglos después derivarían en causales, entre otros desmanes, de guerras civiles fratricidas y nada ajenas a las renovadas apetencias de las ahora ex metrópolis extranjeras.
Y en medio de semejante torbellino, y convertido en cabeza del capitalismo internacional luego de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos no tardó en desplegarse también en África de la mano de los peores intereses foráneos en la zona.
Washington no solo resultó cómplice efectivo de los remanentes colonialistas en suelo africano, sino que devino aliado eficaz para regímenes locales racistas y excluyentes como los de Sudáfrica y la desaparecida Rhodesia (hoy Zimbabue), al tiempo que sus monopolios energéticos y mineros fueron azuzadores y gestores de sangrientas purgas étnicas convertidas en verdaderos genocidios, en el afán de controlar yacimientos y procesos comerciales.
Por demás, fue activo el apoyo oficial de la Casa Blanca en el intento de frenar o revertir los procesos progresistas africanos y hacer abortar las guerras de liberación de no pocas naciones del área, ya sea contra poderes extranjeros o regímenes racistas internos, como en el caso de Angola, Mozambique, Guinea Bissau y Cabo Verde, Zimbabue, Namibia y África del Sur.
Más tarde, con el advenimiento de la pretendida “guerra antiterrorista global” generada a partir de los controvertidos atentados del 11 de septiembre de 2001, no han faltado intervenciones militares directas Made in USA, como el estrepitoso desastre en Somalia disfrazado de acción humanitaria.
Una historia de injerencismo que no ha cesado, y que en 2006, a instancia del entonces Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, llevó a la creación, bajo la presidencia de George W. Bush, del Comando África, de Estados Unidos, AFRICOM, destinado a preservar la presencia bélica imperial en el continente y contrarrestar toda acción interna encaminada a cuestionar “los intereses norteamericanos” en la zona.
Así África constituye, ya lo decíamos, otro de los frentes de la política intervencionista que apunta al hegemonismo global gringo y a la extirpación de toda amenaza a esa codiciada meta.
De hecho, un reciente informe del diario Washington Post indicaba que en este 2018 la Casa Blanca dedicó no menos de 45 000 millones de dólares a operaciones militares extra fronteras, y en el caso africano estuvieron dirigidas a la pretensión de coartar lo que un personaje de la calaña de John Bolton, asesor de Seguridad Nacional de la Oficina Oval, califica como “creciente expansión financiera e influencia política de China y Rusia en todo el continente”.
En pocas palabras, África enredada por la primera potencia capitalista en un estira y encoje geopolítico contra las dos grandes naciones que los ultraconservadores norteamericanos identifican como obstáculos cruciales en su cada vez más derruido camino al trono mundial.
Y para tales menesteres de intromisión, según indica la agencia de noticias Prensa Latina, y con el pretexto de la lucha antiterrorista, el Pentágono mantiene hoy, bajo el manto del Comando de África, más de 7 200 militares en pretendidas misiones de asesoría en el combate a organizaciones extremistas como Al Qaeda, Boko Haram y algunos elementos del Estado Islámico, cuando ciertamente, no son más que netas puntas de lanza en una disputa unilateralista contra dos potencias emergentes que lejos de desestabilización y riesgos, solo ofrecen a África apoyo económico, acuerdos mutuamente ventajosos, solidaridad y trato equitativo.
senelio ceballos
5/1/19 13:02
Saludos Lic.Nestor....Lo peor de todo, esta en los planes de ayuda humanitaria a esas sociedades...Estuve leyendo un resumen de las ayudas de ONU a esos paises........Es un negocio mas!!!!! Como funciona eso?...ES UN DESCARO!!
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