La feria del libro ha sido un suceso que funciona como parteaguas del mundo cultural cubano. No solo se habla del impacto que posee en cuanto a la producción editorial y la divulgación de la cultura, sino de que en ninguna parte del orbe se le da tanta trascendencia a la existencia de libros nuevos y viejos. En esto le ha ido la vida al país durante décadas y ha sido un acierto para la formación de las nuevas generaciones. Ahora bien, ¿por qué a los que estamos del lado de acá de la isla nos interesa tanto que se mantenga la Feria Internacional de La Habana? El suceso no solo está en la capital, aunque ahí posea los escenarios supremos, sino que se extiende físicamente. Pero aun así es bueno que en los predios de La Cabaña se dé cada año esta fiesta, porque se prestigia todo el entramado nacional. Es bueno posee un elemento tan aglutinador, tan fuerte y a la vez tan diáfano y lleno de significaciones. La feria nos salva y da vida, nos dice que estamos haciendo las cosas bien y a la vez otorga esperanzas a un país que las necesita y que está en un tiempo si se quiere oscuro de su economía.
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Cuando una nación les dedica tanto a los libros, con el tiempo sabe que tendrá mejores ciudadanos. Si algo aprendí de las palabras del profesor Eduardo Heras durante sus clases de literatura, harán ya muchos años, es que leer nos hace seres sensibles y que ello otorga la capacidad de madurez y de transformación necesarias. Hay que leer para vivir en sociedad y eso es una realidad que se autoevidencia. Ahora bien, ¿qué está haciendo el país ante la crisis del papel que frena la salida de los libros impresos? Nada va a sustituir la vida inmensa que ese mundo significa, pero hay que hallar alternativas de consumo y a la vez promoverlas. Los niños hace décadas se iniciaban con los cuadernos de colorear y de ahí a los libros de aventuras, pero ahora, con el mundo digital se deben establecer otras pautas educativas. Toca a los centros del libro de cada territorio pensar en las vías para que no decaiga el acceso a la cultura y creo que en ello nos va precisamente el contenido de trabajo de dichas instituciones. Tanto las casas de cultura, como los talleres y las peñas, tendrán que echar rodillas en tierra para que se logren las metas de la divulgación y del acercamiento a la vida intensa y hermosa de los libros. De lo contrario se nos muere la cultura cubana y con ello cualquier esperanza de mejorar el entorno de nuestra patria.
La feria es necesaria porque funciona como un punto de partida en el cual los escritores y los lectores realizan un ritual que inicia el año y que establece las pautas de consumo. Pero no solo es bueno que exista el evento, sino los nuevos y viejos libros que nos otorgan la felicidad. Si las novedades editoriales son menos porque la crisis del papel no permite soñar con mucho más y si los precios crecen; habrá que pensar en opciones, habrá que excavar en la inventiva nacional y hacer como tantas veces. Nosotros poseemos una capacidad de lucha que es la admiración del mundo. Se nace para resistir y construir lo bello aun en medio de lo peor, pero también para que el resultado del proceso sea disfrutado. Lo que crece con trabajo, se muestra más hermoso una vez logrado. Y si dejamos que la feria se cosifique en las dificultades y que no vaya a las esencias que le otorgan entidad, en breve el evento se nos torna formal, vacío, huero en todas sus dimensiones. Y no es eso lo que queremos.
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Incluso si mañana desaparece la feria, la historia de Cuba enseña que volverá a nacer porque está en la tradición nacional y representa un legado que nació con los ilustrados del primer atisbo de cubanía y que solo terminará cuando el país no sea más una entidad, sino una entelequia. La feria es pues un espejo de la posibilidad del sueño de todos nosotros. Y en esa concreción se trabaja cada año, desde las humildes librerías hasta los grandes stands de la Cabaña donde se venden volúmenes de lujo. Además, como tantas veces se ha dicho, no se trata solo de vender o de sostener una visión de mercado, sino de que las personas se transformen a partir del contacto con la cultura y que nuestra sociedad siga siendo algo que se distingue en medio del panorama mundial. Para eso Cuba posee un carácter excepcional o al menos aspira a ello. Hay que combatir visiones pragmáticas, monetarias, que frenan los sueños. Hay que desterrar a quienes todo lo miden en cuestiones de ganancias inmediatas. Se tiene que viajar hacia lo más puro de nuestro ser nacional y estar siempre en una posición de rescate de lo legítimo, de lo fundacional, de aquello que constituye realmente un patrimonio.
Hay que proteger la feria del libro y darle el sitio que merece entre nosotros. Los escritores desde un tiempo a esta parte se ven impedidos de cobrar como debe ser por sus servicios a la sociedad, peñas y espacios no se pagan en tiempo y ante la galopante inflación hablamos de dineros irrisorios. Hay que revisar todo eso por dentro y observar que personalidades que poseen un alto grado de preparación están cifras ingratas, mientras que existe un mercado de reguetón paralelo o del llamado reparto en el cual se vende el antivalor y se le cotiza con altísimos precios. Todo eso erosiona, daña, limita, desmotiva y crea patrones que no son los que queremos como sociedad. No solo porque en ello nos va lo que somos, sino aquello a lo cual aspiramos. Nadie en los conflictos humanos ha podido jamás ganar una batalla cultural adhiriéndose a la anticultura, sino sumando a los mejores en aras de aunar en fuerzas. Así mismo debe de ser en cuanto a la literatura. Siempre voy a recordar en las tantas conversaciones que he sostenido con el maestro Ricardo Riverón, poeta y escritor santaclareño, que precisamente la cultura de hace en la cotidianidad y que de tal forma es como se gana una pelea desigual en la cual nos imponemos no por la fuerza sino mediante la inteligencia. Pero todo conlleva esfuerzo, estudio, preparación y ser osados. Nada se va a lograr desde la inacción, la condescendencia con lo manido y lo vacío. Ser cómplices de lo peor se paga con la esencia y perdiendo en los escenarios más definitivos. En ese orden de cosas, la feria no solo es como un parteaguas, sino que nos motiva y traza lo que tenemos que hacer en materia de pensamiento.
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