Las brigadas José Martí de Instructores de arte se crearon en un momento en el cual el país requería de un renacimiento espiritual. Fue el punto cultural en una serie de transformaciones que llevaron a las regiones más apartadas y a los sectores más vulnerables la magia de la belleza.
En ese punto, no solo hay que hablar de los instructores como maestros, sino como hacedores de la maravilla de la creación ya que su obra era en efecto esa humanidad irradiante, ese brillo que había en los ojos de los niños cuando tomaban un pincel en sus manos o tocaban guitarra. Y es que a esas regiones desde hacía tiempo no entraba nada que equivaliera a algo por encima de lo más elemental o de la belleza silenciosa del campo.
Esa inmensidad de la obra de los instructores fue acompañada del espíritu de sacrificio de los muchachos que estaba en las brigadas y que dieron el máximo en que las cuestiones del arte fuesen entendidas. De esas jornadas salieron no pocos creadores que luego resultaron en joyas de la cultura cubana. Es decir, que las inversiones en esa materia dan frutos, humanizan a las personas, las llevan a un estadio en el cual nada de lo que resulta dañino y baladí pudiera hacer raíces.
Es mucho lo que se ha prevenido en materia de violencia, de pobreza o de miseria en sus variables desde que el arte está presente. Y es que, si usted comprende desde el teatro por ejemplo las emociones y las sabe relacionar con los orígenes de lo más esencial en la civilización, ello conduce a procesos de auto inmersión en la conciencia y por ende en el cambio.
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Los instructores fueron maestros de la procreación de una paideia diferente o de una manera de ver el mundo desde las comunidades, en la cual el centro no era la urbe sino lo que en nuestra asunción califica como al margen.
Es esa luz lo que los hace participes de la maravilla de los procedimientos de cambio y de salida de las zonas oscuras y de silencio. Los instructores marcaron una pauta hacia la validez de las artes como una herramienta de liberación y de belleza que no se vio antes en la historia de Cuba.
Su nombre no podía ser otro que el de José Martí o sea ese ser que estaba en la cúspide del pensamiento nacional y cuya savia nos ennoblece como personas. Para el Maestro mayor hubiera sido un placer conocer a los maestros que estaban en la tarea ardua de llevar a la patria hacia su interioridad y darles las oportunidades que el azar negaba a los campesinos, a los hijos de los humildes, a los obreros de la sencillez.
Además del trabajo en las comunidades, la creación de cátedras en las casas de cultura, de talleres, de puntos de encuentro; marcaron una pedagogía de la diferencia en la cual las personas de todas las edades se vieron involucradas. Hoy se puede decir que el movimiento de las regiones más apartadas del país se dirime gracias a los recursos espirituales y las enseñanzas de esos maestros que a la vez eran artistas.
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Pero como todo, la consecución de estrategias para perpetuar la experiencia debió ser fundamental y perpetua en el tiempo. Y los trabajadores sociales no han tenido renovación, han sido golpeados por las crisis de personal y el proyecto ha atravesado etapas de no ser sostenible. Las cátedras no siempre poseen el personal suficiente y falta además la consecución de vías expeditas de métodos más racionales y pedagógicos.
Los trabajadores de las artes han tenido un recorrido en el cual no han estado exentos de batallas, de incomprensiones y puedo dar fe de lo difícil que es para las personas que escogieron ese perfil volverse formalmente profesionales, hacer las credenciales para acceder a los espacios en los cuales se construye una identidad otra y una visión más profunda de la carrera.
Los instructores, muchos, fruto del autoestudio, han logrado niveles de profesionalismo que muchas veces quedan invisibles.
Hay que ir más allá en la consecución de metas de trabajo y de obras, en la terminación de planes de estudio y en la vertebración de un proceso que comprenda a los seres que han dado todo para que las escuelas dispongan de una vertiente sensible.
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Son los instructores de arte esos que nos llevan de la mano de la belleza y los que le presentan a los niños en los primeros años las experiencias más sensibles. Eso es lo que se requiere para la construcción de un ambiente más proclive al desarrollo.
A tales metas debería estarse aspirando ahora mismo y no que para que un grupo de teatro se reafirme debe estar en el ostracismo por años para luego entrar por la senda de las instituciones profesionales. El momento en el país requiere de mayor flexibilidad y de hallar los recovecos que nos permitan vivir con dignidad, la crisis no puede seguir limitando la belleza, la sonrisa, la vida.
Los instructores son maestros de esa existencia entre el encanto y la ternura, entre el filo de la navaja y la muerte, entre la complejidad de un país y sus muchas caras.
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