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lunes, 25 de noviembre de 2024

Tóxica convivencia (+Video)

"We need to talk about Kevin" es una película recreada dentro de los entornos del cine de terror psicológico. Sin embargo, en su trama enmarcada en el seno de una familia de clase media, tiene la peculiar destreza de reflejar la toxicidad de un muchacho que comparte a todo gusto características psicópatas, afectando a toda la familia, pero principalmente a su madre...

Daryel Hernández Vázquez
en Exclusivo 20/11/2021
1 comentarios
Fotograma de la película We need to talk about Kevin
We need to talk about Kevin, estrenada en el año 2011 en el Festival de Cannes. Dirigida por Lynne Ramsay (Fotograma de la película)

We need to talk about Kevin (2011) muestra una refinada violencia y la ilimitación que posee una mente en cuestiones de polos absurdos y oscuros. Amén de su fina estética y pulcro tratamiento de la imagen, es interesante el desarrollo y libertad con que la directora: Lynne Ramsay (Ratcatcher, Morvern Callar, You Were Never Really Here) nos recrea un escenario dentro y fuera de la enajenación personal y colectiva, a lo que no estamos acostumbrados en este tipo de argumentos. Escenas con cortes y ángulos extraños, bizarras secuencias rodeadas de suspenso, vertiginosidad y opacidad en la puesta, son tecnicismos y prácticas orgánicas que no conducen esta película. Su existencia está dada desde otra óptica y su narrativa la convierte en un clásico instantáneo en la atmósfera cinematográfica.

Ramsay como es habitual en su específico cine maneja un argumento sencillo, mas conciso en el desarrollo de la imagen. Las tonalidades claras y nítidas aligeran la carga cognitiva. Algo que en su propio universo la exposición manifiesta la ontología de sus tópicos: la culpabilidad, las concesiones psico – mentales, la muerte como personaje implícito y poderoso dentro de la historia, - todos los caminos llegan a Roma -.

We need to… rodea una especia de folie à deux que desencadena una serie de eventos psicológicamente escalofriantes. A simple vista, por la adornación en que se conduce el filme, no hay muchas cosas que causen ruido, aparte del comportamiento del hijo, Kevin Khatchadourian (Ezra Miller) para con su madre, Eva (Tilda Swinton) y viceversa. Mientras la fotografía (bajo la tutela de Seamus McGarvey) despliega entre dos tomas dispares lo que sería una situación de familia melosa que da como consecuencia unos atormentados eventos en un futuro próximo, donde ambos evolucionan a la par. Una de estas tomas no es más que un recuento del pasado dentro de la memoria de Eva, quien se lacera diariamente por ello y la laceran el resto de los habitantes de su comunidad. Explicación y resultado, acontecimiento y consecuencia. Acción – reacción muy parecido a las concepciones de Memento (2000). Generando una justicia poética bizarra que se traduce a las aproximaciones del inicio del filme. De las razones atendidas a la forma de ser del personaje de Miller (Madame Bovary, Fantastic Beasts and Where to Find Them, Justice League) desde su niñez a la adolescencia.

Algo sabemos que venía mal con este chiquillo. Capaz de herir a su propia familia, no solo a la madre que es el detonante primordial de su conducta. - ¿Nadie se percató, aparte de la madre de sus patrones a repetición poco habituales? – Mientras la cara del cinismo se resarcía, otros a diferencia de la madre considerarían que es una insólita inquina personal. Kevin no se va más allá de sus características poco sentimentales, rectangulares. Sólido.

Lo interesante radica, en cuando cada polo se alinea y se crea algo fenomenal. La banda sonora (a cargo de Jonny Greenwood quien es especialista en captar las emociones dentro de las situaciones y los estados de expresión) por encima de representar las situaciones y generar una introducción de los ambientes, más bien es una secularidad del mismo protagonista. Es un homenaje a su persona. Recrea la meticulosidad de los aspectos, la psicopatía evidente. Es un juglar mordaz de sus aventuras. Produce la nitidez de las acciones que la misma Ramsay persigue. Tan natural como la determinación de Miller en su personaje, “un lobo disfrazado de cordero”, no tan cordero, que revolotea dentro de rebaño tal cual. Parece que ni está ahí hasta que repara, engrandece y sublima cada fotograma.

Entonces, en We need to… hablamos de una muestra de enajenación personal, de la cruda ambivalencia de una madre que influye directamente en el comportamiento de su hijo, de sus hijos. Algo que suena trillado. Usado en miles de ocasiones para justificar un comportamiento y crear una película. Sin embargo, aquí, lo magnífico es el cómo se utilizó.

Una alienación (la del hijo) devenida del desprecio, de la desesperación y falta de complacencia de una madre hacia un hijo y viceversa. Lo que desencadena una mutilación del afecto y la urgente necesidad de atención. No obstante, desde la otra cara de la moneda, sí, una enajenación femenina paulatina al no poseer límites que sacien sus necesidades, que copen su vida, ya que ella (la madre) lo necesita todo al haberlo perdido todo con el nacimiento de su primogénito, y realiza lo que sea necesario para alcanzar ese todo que, ni ella misma conoce. Se le hace tan inmediato la aprobación de su hijo mucho antes de aceptar su peligrosa y dañina maldad, incentivada bajo la tutela de su padre, Franklin (John C. Reilly), quien no ve más allá de su propia conveniencia y su comodidad. Un egoísmo sesgado por su papel de alfa en la familia, que en ocasiones lo limita, en ocasiones lo libera de responsabilidades y actitudes. Peligrosas actitudes la de todos.

La disfuncionalidad no es un tema fácil de tratar, tal vez la evolución de la cinta indique algo similar, pero su tratamiento en un formato tan corto y certero como este medio no es tarea sencilla. La tóxica convivencia entre estos entes solo aviva la capacidad y el aumento de la psicopatía que posee Kevin. Por una parte, está la naturaleza dañina de la madre que aborrece a su hijo y también necesita de él, por otra, está el padre quien en un primer instante parecería “la luz de los ojos de su hijo”, quien cumpliría, supuestamente, todas las necesidades de atención y aprehensión de sus criaturas. No es más que una persona de peso. Quien, de faltar, fungiría de justificación idónea en todo esto del comportamiento. Sería más de lo mismo, argumentalmente hablando, y eso no conviene. – Ramsay hizo la tarea -. Y la hermana, Celie (Ashley Gerasimovich), que, la pobre, solo vino a sufrir a este mundo. Víctima de la trasmutación execrable del hermano. Complejos, falta de aprehensión y cariño. Pero al final, sabemos que todo se circuncida entre la madre y el hijo. Caracteres que luchan interna y externamente infectándolo todo en este espacio fílmico.

La directora en este ámbito que ha creado tiene la capacidad de dominar una plasticidad de las emociones que va de acorde con lo mostrado en imágenes y lo transcurrido en la historia. No deja que se le empañe lo logrado con viejas alusiones del terror clásico, lo cual serían sobresaltos y espantos vertiginosos detrás de las cortinas de una música espeluznante. Ramsay permanece quieta en su habilidad de enseñarnos la expresión de la distorsión, de la facilidad con que una mente se vuelve perturbadora o, puede nacer así. Como no recordarnos a los filmes y la concepción renovada e innovadora de Jordan Peele (Get Out, Us), donde la construcción de sus personajes dentro de este “terror” es crearnos un carácter con la capacidad de provocar cierta empatía tenebrosa en los espectadores en el acto de la desdramatización. Canalizar en ellos un estado de alerta mientras se simula que todo está bien antes de llegar al clímax. Que la serie de acontecimientos nos lleve a un descubrimiento incluso mayor a lo que esperábamos. A la suprema hipocresía inmersa en los actos inesperados. ¿Es natural la psicopatía? ¿O nacemos con ella? Pueden ser interrogantes que surjan a mediano plazo mientras avanza la película antes de perdernos positivamente en su trama. Sin comentarnos o inducirnos tan siquiera al final, a la tortuosa masacre sin sangre de los últimos minutos.

¿Cuándo el terror se hizo tan complicado?

Tal vez la discreta metamorfosis del protagonista, Kevin, desarrolla la incertidumbre del por qué tiene que pagar el resto de la sociedad por los crímenes de su madre. Como un director de orquesta dirigiendo sus instrumentos para generar una magnífica melodía. Esa es la respuesta. Puede ser vista como una óptima venganza o una suprema demostración de su egoísmo al castigar de manera impúdica e insolente a su madre. – O es la forma en que un niño muestra su necesidad de atención -. Madre, quien, en definitiva, como el mismo Kevin muestra tímidamente su ¿arrepentimiento?, asume su culpa al final, asume la forma de pagar. Sabiendo que obró mal, que algo aguijante hizo desde el embarazo, el crecimiento y la madurez de su hijo. Esa extensa simbología de la película demuestra detalles que perseveran en la penumbra de la trama. - Quizás Ramsay se ve asimismo como esa directora de orquesta fuera de la historia al crear esta obra. En la propia tóxica convivencia entre el creador y el arte -. La tomatina de Buñol simulando la masacre, una matanza impúdica donde el personaje de Swinton empapada se encuentra confusa; la limpieza paciente, metódica, de la casa con manchas al rojo vivo, tratando de purificarse de sus pecados, de los pecados que su hijo a generado, de los de ella misma, a los ojos de la vida. Es tan pura esta expresión reflectiva, que incluso, y algo satírico a mi parecer, los protagonistas encajan con su belleza exóticamente andrógina en el perfil carismático de un sociópata, uno más reservado que el otro, uno más brutal que el otro. Algo que se repite y repleta el filme. Una dominación imperante que pocas veces flaquea, o, desde el otro punto de vista, una sumisión a duras penas.

El estilo de dirección de Lynne Ramsay deposita cierta confianza en la puesta en escena y el montaje general de sus historias. Una ópera minimalista siempre produce buen apego y sensación en mí. Sin embargo, “en la confianza está el peligro”, muchos eslabones buenos no hacen una cadena fuerte. Mientras la dicha pureza expresiva de sus imágenes inmersa en el desarrollo pleno de su ficción hace de esta la monstruosidad de película que es, su empequeñecido reparto de localidades sin conexión expuestos a saltos entre tomas, genera desconcierto. Forma parte de la construcción esta cáustica distribución de lugares, pero de decir, rompe con la ubicación temporal del espectador dentro del largo, así, hasta que se acostumbra.

Esto es lo que demuestra la cinta, una concepción profunda de lo que podría ser, contantemente. La agudeza de su argumento penetra atmósferas sociales del primer mundo que hace que se explique por sí solo. De eso consiste el arte al ser expresión de los momentos y conflictos sociales. Es una protesta, no lo creo. Es simplemente una alusión de lo que podría ser realidad e ilusión. 

Así lo creo yo. Por lo demás, todo muy “bonito”.


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Daryel Hernández Vázquez

Licenciado en Ciencias de la Información en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Cinéfilo y editor. Aspirante prematuro a director de cine. Novelista, poeta y loco.

Se han publicado 1 comentarios


Aram Joao Mestre León
 20/11/21 9:34

We need to talk about Kevin es un filme desconcertante al principio, pero a medida que va avanzando responde todas nuestras preguntas.

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