Casi en la apertura de The Square (El Cuadrado), una estatua antigua es retirada por un grupo de trabajadores, causando su destrucción, frente al X-Museum de Estocolmo. En su lugar, un cuadrado perfecto de 4 x 4 metros es esculpido en el suelo, promoción de la más reciente exposición del museo. “El cuadrado es un santuario de confianza y seguridad. Dentro de sus límites todos tenemos los mismos derechos y obligaciones”, se lee en su cabecera. Esa es la obra de arte: un espacio utópico en el que estamos obligados a un comportamiento altruista... una llamada de atención, tal vez. El encargado de promocionarla, es Christian, curador general del museo.
Christian, interpretado con maestría por Claes Bang, parece genuinamente inspirado por el mensaje de la pieza. Sin embargo, en su día a día, su comportamiento diverge de ese mensaje. Todas las esferas de su vida parecen estar compartimentadas. No parece muy apegado a sus hijas, que no entran en escena hasta la hora y media de metraje, apenas conoce a sus subordinados, a quienes utiliza para hacer su trabajo sucio, practica un sexo casi contractual con mujeres de las que no parece recordar el nombre. Pero es un entendido en el arte más transgresor y posmoderno. De hecho, su manera de comprender el arte es casi escape y negación de la realidad más allá de esta. Vive en la burbuja de su comodidad, en su propio cuadrado de auto complacencia... hasta que es forzado a asomarse fuera de este.
Lo fuerzan dos cosas. La primera, es el robo de su cartera y celular. De forma poco convencional logra recuperarlos, pero sus esfuerzos tienen efectos colaterales. La segunda, es la campaña de promoción de la pieza El Cuadrado, que no va de la mejor manera posible. Esto es todo lo que puedo contar sin caer en spoilers, aunque The Square es una película difícil de explicar. Dirigida en 2017 por el realizador sueco Ruben Ostlund y merecedora de la Palma de Oro del Festival de Cannes de ese año, es un compendio de escenas extrañas pero atractivas. Es una sátira con tono de sit-com refinado, que se burla del mundo del arte al tiempo que fomenta el debate sobre la vida en sociedad en disímiles aristas.
En una entrevista realizada por la periodista estadounidense encarnada por Elizabeth Moss, quien juega un importante papel en la historia, Christian le pregunta: ¿Si colocas un objeto en un museo, eso convierte al objeto en arte? La enigmática pregunta, como muchas otras en el filme, queda en el aire, pues la respuesta nos corresponde a nosotros. A Ostlund le interesa el camino que han tomado las artes visuales. La sustitución inicial en la plaza de la estatua por El Cuadrado, es un salto del arte tangible al conceptual, que requiere nuestra participación de una forma mayor y diferente.
Por otro lado, en medio de las fiestas, las reuniones intrascendentes y las conversaciones coloquiales que Ostlund logra llenar de comicidad incómoda, The Square se burla de las convenciones sociales del tan civilizado siglo XXI. Ya sea con dos jóvenes publicistas tratando de explicar que sin controversia no hay visibilidad para la obra, también con el artista que da su conferencia de prensa en pijama mientras su público trata de lidiar con uno de los asistentes que lanza improperios porque sufre del Síndrome de Tourette. Incluso con la crucifixión de todo aquel que se atreva a cruzar la línea de lo políticamente correcto, a manos de los defensores de la libertad de expresión... En fin, su rango temático es, como ven, amplio.
Pero el mayor mensaje de la historia es el mismo de la pieza central. ¿Hasta qué punto podemos ignorar a la gente y los problemas fuera de nuestra zona de confort? En varias ocasiones en sus 150 minutos, alguien pide ayuda... y cada vez, es ignorado. Pero también pregunta, ¿cuán parte somos de las cosas que criticamos? El arte, nuestras posturas políticas, un me entristece en Facebook, nos hacen sentir bien con nosotros mismos, pero no significan nada por si solos, de la misma forma en que Christian no es un tipo excepcional porque defienda una obra que hable sobre hacer el bien.
Tampoco quisiera que pensaran en The Square como moralista, porque no lo es. Su protagonista no es representado con una mirada recriminatoria, más bien de una forma cariñosa. Christian es un móvil, hombre de su tiempo y su entorno. Christian, y presten atención a su nombre, Christian, somos todos nosotros, el director incluido.
No es moralista, porque es mayormente una burla. No queda claro si tan siquiera Ostlund cree en lo que dice. La narración está construida de tal forma que sea ambigua la tesis. Tal vez el objetivo sea llamar la atención sobre nuestro comportamiento, o, tal vez, sea mofarse de nuestras ganas de empatizar con el mensaje.
La película es como un gran performance, formado por escenas que a veces parecen aisladas entre sí, pero enlazadas por el mismo tono burlesco. Es un performance, porque existe con sus propias reglas y al mismo tiempo depende del público para completar su ciclo.
La pulcritud de los escenarios, la mezcla de colores y una cámara casi siempre fija, intrusa en la vida de estas personas que no se quitan la máscara ni en la privacidad de sus casas, son uno de los tantos aciertos de la obra. Por su parte, la banda sonora es extraña, peculiar, en algún punto medio entre contemplativa, sublime y ridícula. Ostlund les da su tiempo a la visualidad y la banda sonora, sin miedo a demorarse y desesperarte en el camino.
Sin embargo, no creo que sea el tipo de filme que todos disfrutan. Recuerdo la primera vez que lo vi, en la última tanda de una noche de Festival de cine en el Yara. Algunos se fueron, entre decepción y cansancio. Pero los que nos quedamos (fuimos la mayoría), reímos juntos ante su ocurrencia. Porque más allá de lo densa que pueda parecer por momentos, The Square es muy disfrutable y divertida.
Hacia la segunda mitad, hay una escena que la resume y podría existir por si sola. La más incómoda, graciosa e impredecible de un filme que está lleno de escenas así. En una gala donde asisten los más encumbrados ciudadanos de Estocolmo, un artista, maravillosamente interpretado por Terry Notary, los hace a todos parte de su propio performance donde actúa como un mono... una bestia. “Pronto se encontrarán con un animal salvaje. Si intentan escapar el animal los perseguirá. Pero si se quedan quietos, quizás no los note, y podrán esconderse en la manada, a salvo en saber que alguien más será la presa”. El número contrasta con la pieza del museo. Comparte su principio de inactividad, pero se enfoca en el animal que se esconde bajo nuestra civilidad. El resultado... pues no lo cuento.
El cuadrado, la película, termina siendo lo mismo que la pieza que le da el nombre, esta vez enmarcado en los perfectos ángulos rectos de la pantalla. El mensaje de ambas es ambiguo, son provocativas y en extremo posmodernas. Pueden ser una burla o algo muy serio. El hombre como ser social es su protagonista, están sujetas al escrutinio de la interpretación; y ninguna significa nada, absolutamente nada, que no queramos que signifiquen.
Nana
5/5/20 18:56
Excelente comentario, la película me parece genial, a pesar de extensa tiene un matiz de comedia muy bueno y es agradable de ver.
Daniel Montero
8/5/20 1:18
Pues si, es larga, pero lo vale. Gracias por leer y comentar. Saludos
Aram Joao Mestre León
5/5/20 10:54
Recuerdo que mi hermano copió esa película del paquete porque está Elisabeth Moss, yo vi una parte pero no me gustó mucho, es larga y la estaba viendo por la noche. Me gustó la reseña. ¿Has visto el filme Little Joe?
Daniel Montero
8/5/20 1:16
Gracias por leer. Te recomendaría que le dieras una segunda oportunidad. La otra no la he visto aún. Esta en la lista para copiar después del aislamiento
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