Magia a la luz de la luna

Somos más felices cuanto más ignorante somos. La fe, el espiritismo y la religión no son más que mecanismos de autodefensa que nos ayudan a sobrevivir en un mundo despiadado en el que estamos condenados a la pesadumbre si nos atenemos siempre a la razón, parece decir Woody Allen en Magia a la luz de la luna (Magic in the moonlight), último estreno de este talentoso director.

La cinta es protagonizada por un personaje que encierra una gran contradicción: es un mago que no cree en la magia. A él le achaca Allen sus acostumbrados debates sobre la muerte, referencias a Nietzsche (filósofo alemán) y a Bergman (director de cine sueco).

En una escena de El séptimo sello, película dirigida por Bergman en el año 1957, la Muerte le pregunta a una bruja que es condenada a ser quemada viva por haber visto al diablo: “¿Es verdad que has visto al Diablo? ¿Cómo es?”. La propia Muerte tiene dudas sobre la existencia de si hay vida después de la muerte. En Magia bajo la luz de la luna el personaje de Colin Firth, ante la posibilidad de que Sophie Baker (Emma Stone) fuera una vidente verdadera y no una estafa, la agarra con angustia y entusiasmo y le pregunta: “¿Es verdad? ¿Entonces hay vida después de la muerte? ¿Dónde has estado todos estos años?”.

Estaba claro que la actriz Emma Stone no tardaría en formar parte del grupo de “Chicas Allen”. Su sutileza y encanto natural, sus dotes para la comedia y una simpatía que destaca por encima de las actrices de su generación encajan como un guante en el tipo de intérprete femenino habitual en el cine de Allen. De hecho, repetirá con el director en su próxima película junto a Joaquin Phoenix.

Woody Allen, director que presenta una película por año, tiene una curiosa costumbre: intercala una obra maestra con una cinta, si bien lograda impecablemente, de menor escala cinematográfica. Que los títulos de los filmes hablen por sí solos: Vicky Cristina Barcelona (2008), Si la cosa funciona (2009), Conocerás al hombre de tus sueños (2010), Midnight in Paris (2011), A Roma con amor (2012) y Blue Jasmine (2013). Siguiendo esta pauta, es normal esperar que Magia a la luz de la luna no sea de la trascendencia que la sola mención del apellido de este director merece. (Por las mismas razones, debemos esperar con ansias el estreno de su próxima película).

Pero, aún sin ser de sus obras maestras, en Magia a la luz de la luna, Allen no pierde la frescura de sus historias. Esta cinta mantiene los estándares de calidad al que nos tiene acostumbrados: personajes definidos y en conflicto, una historia atractiva y original (el tema de la magia es algo recurrente en sus películas, sin embargo, aquí es la protagonista) y situaciones divertidas y reflexivas.

Puede que no sea una revolución ni para Allen ni su filmografía pero mantiene al espectador concentrado y en pleno disfrute todo el largometraje. La música es uno de sus puntos fuertes, como de costumbre, haciendo de esos temas de jazz, de los trajes, la ambientación y los escenarios costeros galos un coctel magníficamente combinado.