Focus

Todo comienza cuando Nicky (Will Smith), un consumado maestro de la estafa, comienza un romance con Jess (Margot Robbie), una novata en el oficio. Mientras le enseña los trucos del oficio, ella desea estrechar demasiado los lazos con Nicky, y este, asustado, rompe el vínculo y la abandona. Tres años más tarde, Jess reaparece convertida en una femme fatal, y él depende de ella para llevar a cabo una estafa.

La campaña de promoción de esta película se centró en la química en pantalla de su pareja protagonista, lo cual resulta el principal acierto de la cinta. Will Smith y Margot Robbie acaparan, cada uno a su manera, la cámara.

Empeñado en lanzar la carrera como actor de su hijo Jayden, Will Smith había dejado muy descuidada su propia cinematografía estos dos últimos años. Una pequeña aparición en Cuento de invierno y After Earth eran un bagaje muy pobre.

Pero con Focus Will Smtih se decidió por volver a protagonizar una película. Aunque quizás la elección del argumento no fue de las mejores, ya que según la crítica, la poca singularidad de su argumento demerita mucho al filme.

La trama por la que se mueve Focus no es para nada original, como se recordará de cintas como Ocean’s Eleven, Los timadores o El golpe. Si la cinta que hoy nos ocupa se hace amena es precisamente por lo bien que la pareja protagonista, sobre todo Will Smith, se desenvuelve en esta historia de estafadores.

Porque el ritmo de Focus baja después de la primera mitad del filme y desarrolla entonces un romanticismo al que solo le queda explotar al máximo la química entre sus dos actores principales. Si no fuera por el buen trabajo de ambos, y lo bien que se compenetran, este segundo tramo se haría más pesado de lo que ya es.

El guión tiene múltiples giros que se agradecen, como por ejemplo, el anticlímax del final, totalmente inesperado y sorpresivo.

Detrás de la cámara se encuentran Glenn Ficarra y John Requa, en su tercera película como realizadores, tras Philip Morris ¡Te Quiero! (2009), Crazy, Stupid, Love (2011).

Partiendo de una manifiesta intención por lo visual, y situando su desarrollo argumental en la típica sucesión de giros sorpresa, el nuevo filme de Ficarra y Requa juega a ser un sofisticado ejercicio de distinción cinematográfica, pero se pierde en un ritmo desatinadamente estático y a ratos desemboca en una letanía predecible que intenta —y hasta cierto punto logra— difuminar casi por completo sus hallazgos iniciales.