¿De qué va El libro de cabecera? ¿Es una película que habla sobre el trauma que sufre una niña cuando ve a su padre teniendo sexo homosexual? ¿Es una oportunidad para que los amantes de Ewan McGregor vean primeros planos de sus genitales?
O quizás una nueva forma del director de cine galés Peter Greenaway de llamar la atención. Ya sabemos que él siempre trata de romper el lenguaje cinematográfico tradicional. El libro de cabecera no es la excepción: Greenaway incluye en cada plano pequeños recuadros que comparten la pantalla junto con letras que cuentan más o menos lo mismo que narra la voz en off de la cinta.
Hay tanto de azar en los colores de las imágenes, y tanto se mezclan las disquisiciones metafísicas de los personas con el desnudo –siempre presente- del filme, que fácilmente puede un espectador terminar perdiéndose en los vericuetos conceptuales de la película. Demasiados artilugios mantiene esta cinta como para intentar encontrarle significado en el primer visionado.
Esta es una cinta para cinéfilos. Una trama tan original en su forma como en su contenido. Una cinta fascinante y perversa. O perversamente fascinante.
The pilow book, como es su título en francés, huye de todo convencionalismo: una mujer que sufre de complejo de Electra y de síndrome de Peter Pan proyecta deseos y búsquedas espirituales en una literatura que escribe sobre su propio cuerpo.
Hay muchísimo erotismo en El libro de cabecera (1996). Los genitales masculinos y los senos son leiv motiv del filme, como si el cuestionamiento incesante de los conceptos de amor y muerte pasara siempre por los atributos sexuales de cada género.
La historia está inspirada en El libro de la almohada, de Sei Shonagon, mujer que vivió en Japón en el periodo Heian, una época de esplendor y refinamiento cultural. Ella, que servía en la corte imperial y conocía al detalle las rutinas íntimas del Palacio, escribió un diario donde opinaba sobre todo tipo de asuntos. Como era costumbre en la época, Sei Shonagon guardaba el libro que escribía en su almohada, que era de madera hueca.
Obviamente Greenaway admira la cultura japonesa. La historia que él recrea en su elaborado experimento cinematográfico y artístico ennoblecen los templos de Kioto y los jardines Zen, el Japón moderno con sus aeropuertos y escaleras mecanizas y los grabados ukiyo... y terminan entregándonos una película delicada, sensual y sumamente única.
El –pretencioso- experimento de Greenaway ha sido un éxito. Jamás antes la tinta negra que se va por el desagüe de la bañadera había resultado hecho tan erótico y fascinante. Nunca antes la espalda, los muslos, el antebrazo, existieron con el único propósito de ser mero soporte del arte de la caligrafía.
ver
22/10/17 19:15
deja sin palabras lo bien que escribes. si tan solo me cogieras el telef
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