Cincuenta formas de morderse el labio

La autora de Cincuenta sombras de Grey , la británica E.L. James, ha sido catalogada por la revista Time como una de las Personas más Influyentes del Mundo. Sus dos últimos libros han sido bestseller y, una vez llevados al cine, éxitos, sino de la crítica, sí entre el público adolescente.

La novela Cincuenta sombras de Grey, incluso, ha superado el éxito de ventas que tuvo la saga de Harry Potter. Ha vendido más de 100 millones de copias por todo el mundo. Y eso que todos los críticos coinciden en que se trata de literatura mediocre.

Entonces, ¿cuál pudiera ser la clave del éxito de ventas, tanto del libro como de la película? Júzguenlo por ustedes mismos cuando lean este argumento: Anastasia Steele, una muchachita virginal y tímida, de ojos azules y cachetes sonrosados entrevista al millonario de 27 años Christian Grey. Ocurre entre ellos el flechazo, la incipiente historia de amor, que solo tiene un impedimento: a él le gusta el sexo sadomasoquista, y eso a ella le da mucho miedo.

Con este argumento, tanto la novela como su adaptación cinematográfica, dirigida por Sam Taylor-Wood, que respeta cada aspecto de su homónima literaria, promete un mundo de sexo desenfrenado, así como los avances románticos de una historia de amor peculiar. Adolescentes de todo el mundo habrán dejado en una caja su Harry Potter para encender la lámpara de la mesita de noche sobre Cincuenta sombras de Grey.

Así pues, en su versión para la pantalla grande, Cincuenta sombras de Grey es, en consecuencia, cine erótico. Pero uno que no se atreve a romper cánones ni a ser cine de alta calidad estética. No como lo hizo El último tango en París o Ninfomaníaca. Decepcionante en este aspecto, en Cincuenta sombras de Grey, el sexo es tan solo una excusa para narrar una historia de amor. La película se resiste tanto a la vulgaridad que sus personajes ni siquiera sudan (o se despeinan) mientras tienen sexo.

Pero el detalle más preocupante de Cincuenta sombras de Grey es el profundo y arraigado machismo de la cinta. ¿Qué se ve en este filme? Una jovencita indecisa e insegura que se somete a los malos tratos —literalmente, golpes— de un maltratador.

—¿Por qué quieres hacerme daño? —pregunta ella.

—Es así como soy —responde él.

—Entonces… hazme todo lo que quieras hacerme… Es la única manera de entenderte —responde, dispuesta, sumisa, absolutamente entregada, la chica delicada.

Y décadas de la liberación femenina se van por el retrete. Porque en Cincuenta sombras de Grey el maltrato machista se presenta con forma de un “sofisticado bondage que solo recalca una nueva manera de dominación masculina, sobre todo porque ella no comparte sus mismos gustos sexuales. (Hay que ver, ¿si él no fuera un millonario, que regala autos y proporciona viajes en helicópteros, ella se dejaría entrar a golpes?).

Habrá, por supuesto, quien disfrute Cincuenta sombras de Grey. Pero no es arte entre las artes. Desde el punto de vista erótico, es tan excitante como los créditos de un muñequito de Walt Disney. Desde el punto de vista de la actuación, Dakota Johnson (interpreta a Anastasia) hace más o menos lo que se esperaba de una hija de Melanie Griffin. Es verdad que su actuación redunda en cincuenta maneras de morderse el labio, pero es que su coprotagonista, Jamie Dornan (el millonario sadomasoquista), tiene tan poca idea de qué es la actuación, que en comparación, ella logra salir airosa del empeño.

Para los que, pese a los peros de la película, la disfruten —para gustos los colores; las papitas fritas suben el colesterol y la comen millones de personas en el mundo— hay buenas noticias: pronto saldrá la segunda parte de esta saga, titulada Cincuenta sombras más oscuras, a la que seguirá Cincuenta sombras liberadas. Ya saben: hay cine erótico para rato.