En contraposición a los preceptos del neorrealismo italiano -el realizador de una obra se debía limitar a filmar los hechos reales para que el espectador pudiera así sacar sus propias conclusiones-, la Nueva Ola Francesa planteaba que el autor siempre podía –y hasta debía- defender su propia y particularísima visión del séptimo arte y del mundo que lo rodeaba.
Opuesto al cine de autor, que medita y reflexiona, profundiza en sentimientos, cuestiona y presenta inquietudes antropológicas –mis ejemplos preferidos son François Truffaut con Los 400 golpes, (1959) y Alain Resnais con Hiroshima Mon Amour (1959)-; el industrial intenta entretener, si acaso presentar algún matiz de profundidad sentimental.
Hay, por supuesto, películas para cada momento de nuestras vidas. No siempre queremos ver Los 400 golpes. No siempre podemos. Aunque sea una de las grandes obras maestras de la humanidad (Hay un límite para la cantidad de golpes que puede soportar nuestro corazoncito).
Hay momentos en nuestras vidas en que preferimos la simplicidad de Hollywood. Y hay –pluralidad de directores hacen amalgama de conceptos- algunos que, pese a no hacer obras maestras –vamos, no todo el mundo es François Truffaut- realizan un cine de autor más tierno y asequible, que sin llegar a ser mero entretenimiento, es mucho más fácil de digerir por los espectadores.
Este es el caso de Aves de paso (2015). El argumento: El día en que Cathy cumple diez años, la madre le regala un Iphone y el padre le obsequia un cascarón cuyo patico está a punto de nacer. Los regalos se convierten inmediatamente en metáforas de los dos estilos de vida que han elegido los padres de la niña y también en una explicación implícita de por qué se han divorciado. La cámara del Iphone, que detecta al patico como un gesto obsceno, termina sirviendo para que Cathy se comunique con Margaux, su mejor amiga, una niña con disminución físico-motora que presencia el nacimiento del patico, por lo que es considerada por las protagonistas como su mamá.
Contrario a lo que pudiera pensarse con este punto de partida, Aves de paso va revelándose como una inesperada anomalía: es mucho más que una película para niños; reivindica la genuinidad de la mirada infantil sin clichés ni lugares comunes. Estamos en presencia del tercer largometraje de Olivier Ringer, un cineasta que se caracteriza por entrelazar a sus personajes con el mundo natural que les rodea. La búsqueda de las mejores condiciones de vida para el patico deviene camino en el que cual las dos niñas afianzan una amistad muy peculiar, que nunca se detiene a pensar en las limitaciones físico-motoras de una de ellas.
Como mismo las niñas aceptan y respetan que el patico tiene determinadas necesidades y condicionantes, aceptan y respetan que una de ellas no puede nunca caminar y que tiene dificultades incluso para prepararse su baño. El tono con que Ringer cuenta la historia difiere muchísimo del que hubiera usado la gran industria cinematográfica predominante. Gracias a la mirada reflexiva y segura de este director, la ternura nunca declina en cursilería. Por el contrario, todas y cada una de las secuencias de Aves de paso tratan de desprenderse de la sobreprotección que a menudo tiene la infancia.
Esta coproducción franco-belga implica un cine sencillo, pero con ambiciones. Sencillo no quiere decir simple. Que sea cine infantil no necesariamente implica que sea a prueba de tontos. Como que sea un cine inteligente no quiere decir que será frío.
Supongo que toda la idea se resume con decir que aunque cine infantil, estamos en presencia del siempre sublime cine de autor, un concepto que nunca terminaré de agradecer a los franceses de la revista Cahiers du Cinéma de la década del sesenta.
Adelaida
3/7/18 15:10
Existe alguna posibilidad de que exhiban este film en algun espacio de la tv del verano?
Gracias
leoricardo
20/6/18 7:57
vi un filme llamado DISOBEDIENCE, salio en el paquete, me parecio un filme digno de dedicar uno de tus articulos diana, saludos.
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