Cuando se trata de Robert Lewandowski existe poco margen para la adulación y los fraseologismos edulcorados. A fin de cuentas, el tipo es lo que es: un delantero empachado de marcar goles. La prueba fehaciente que certifica la sencillez del balompié ante el barroquismo proclamado por supuestos gurús de las pizarras.
Su llegada al Borussia Dortmund, allá por el 2010, marcaría el punto de inflexión hacia las maneras de leer e interpretar los reflejos naturales de aquellos cromos considerados sabuesos del área, al menos, en el fútbol alemán. Burlándose de sus 1.84 metros de estatura hizo de la velocidad el recurso de combate más empleado. De la mano de Jürguen Klopp se volvería un experto en conquistar la espalda de los defensores gracias a los recursos de un centro del campo vertiginoso y compacto, y a las recurrentes espantadas, siempre en busca de la asociación de los extremos.
En el Bayern de Múnich, entonces bajo la tutela de Pep Guardiola, aprendería a eludir rivales dentro de una baldosa. Practicaría con una experticia formidable el arte de encontrar espacios y desarrollaría cierta habilidad para contribuir en la fluidez y circulación del esférico desde la aparente esterilidad de los tres cuartos de cancha. A partir de ahí, nada o casi nada ha cambiado. En realidad, lo reseñado apenas se antoja el aderezo de una filosofía que siempre ha tenido a la portería como principio y fin de todas las cosas.
Según datos de Opta, Lewandowski aparece entre los máximos anotadores en certámenes ligueros desde la temporada 2010-2011, solo superado por Lionel Messi y Cristiano Ronaldo (Foto: fcbayern.com).
Con 32 años y con más de una década en la élite, Lewandowski marca la línea que diferencia al ariete moderno del vintage. El polaco conserva la ferocidad de típico “nueve” capaz de detectar el miedo del contrario, la rabia instintiva al pisar territorio del arquero y la frialdad propia de un killer de área, pero la combina con la pericia y el sentido de la ubicación. En definitiva, esto de correr tras una pelota va mejor con los inteligentes.
Ahora, en un Bayern de monstruos, coquetea con la redonda sin complejos mientras recibe complicidades de todas partes. Se desmarca. Pide el balón. La toca. Se inventa un regate. Quiebra una cintura. La pasa. La recibe. Dispara. Golea. Golea…
Fue la escritora española Carmen Conde quien dijo que “la poesía es el sentimiento que le sobra al corazón y te sale por la mano”. Evidentemente nunca vio jugar al nacido en Varsovia. A ese, el verso le nace en el pie y termina estampado contra la red.
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