Ramos y cinco minutos fueron suficientes para derrotar al Bayern de Guardiola. Dos jugadas a balón parada, del laboratorio de Ancelotti o de la mala defensa aérea de los alemanes, como ustedes prefieran, pero a los veinte minutos todo estaba sentenciado. Doce años después el Madrid vuelve a una final, y esta vez con rivales bien asequibles: Chelsea o Atlético. ¿La ansiada décima? Quizás, pero no deben engañarse los madridistas con este espejismo; conocer la fórmula para detener a Guardiola no es sinónimo de trofeo.
Como todo conjunto dirigido por el de Santepedor, la máxima es poseer el balón, como si se tratase de un objeto, es “el balón es mi amigo” de Tsubasa llevado al extremo. Da igual si se marcan goles o no, usted pase el esférico de un lado a otro y después veremos. Seis títulos en un año y catorce en cuatro temporadas son argumentos muy sólidos para discutirle al hombre del tiki taka cuál es la manera ideal de jugar al fútbol. Pero, ¿cuán efectivo es su juego? Para una competición de largo aliento como las ligas, es infalible, muy difícil fallar si la base es la posesión. La fórmula la desarrolló al máximo cuando dirigió La Masía, donde el objetivo más importante era ascender; luego en el primer equipo se dieron una serie de circunstancias que llevaron al club a lograr lo nunca visto. Pero una vez más, darle todo el crédito a Pep es pecar de ingenuos. Piqué y Puyol coincidieron en estado de gracia; llegó Alves en su mejor momento; Iniesta despuntaba junto a Messi y Xavi dirigía el juego como un genio. Además, par de novatos se robaban el show: Sergio Busquets y Pedro Rodríguez tenían un debut de ensueños en la categoría dorada. Los otros tres años fueron pura inercia y Guardiola, como Víctor Mesa, se convirtió en Dios. Hasta que un día, los equipos inferiores comprendieron dónde radicaba el talón del filósofo: el autobús.
El Madrid conocía el guion, lo sufrió cuatro años; aunque la víctima no fuese Ancelotti, la forma de detenerlos ya era pública y notoria: dos años atras Di Matteo perfeccionó la técnica de Mou y obtuvo una victoria de oro con un equipo, a todas luces “inferior”. Sí, puede parecer vil y rácana, ¿pero quiénes son los periodistas para juzgar? El Madrid tiene una maquinaria de destrucción en el fondo, y relámpagos que se encargan de anidar balones en el fondo de las redes. ¿Por qué jugar de una forma diferente? Cuando los títulos no abundan, nadie puede criticar actitudes resultadistas, y mucho menos si has gastado casi quinientos millones para buscar la Champions.
¿Tomó nota el técnico español? ¿No debería buscar alguna variación si las cosas no funcionaron en la ida? ¿Si ya ha sufrido en partidos de ida y vuelta los planteamientos de ocho centrales, por qué no jugra de otra forma? Ojalá las interrogantes terminaran ahí. ¿Por qué los disparos de media distancia están descartados para los dirigidos por Pep? ¿Por qué tanta insistencia con los centros desde las bandas? ¿Y por qué nadie logra conectar con ninguno de estos balones aéreos? ¿Por qué el juego aéreo es un problema en defensa si sus jugadores son bien altos? ¿Son estos problemas semejantes a los del Barça de la era Guardiola?
El Bayern tiene a Ribery y a Robben, más de media selección alemana, pero no tiene a Lionel Messi, el enano que le solucionaba los partidos trabados. Si hasta el argentino a veces se veía ahogado en las telarañas anti-Pep, ¿qué podemos de esperar del resto de jugadores? Los de Múnich son un conjunto coral, no hay un crack por encima de otros. Esa es la abismal diferencia con el Barça: un hombre.
Pero más importante aún, ¿cómo se desinfló de pronto un club que estaba en el pináculo de la temporada? De la nada, al Bayern se le comenzaron a atragantar las jornadas. ¿Les tomaron la medida? ¿O llegó en un mal momento el bajón habitual a mediados de temporada? Sea cual sea la razón, Joseph Guardiola tuvo un papel decisivo en la clasificación del Real Madrid a la final de la Champions, quizás solo comparable con la Sergio Ramos y su par de testarazos. Sí, este es el momento de hacer trizas un ícono, porque en el día de mañana, cuando alce algún trofeo, olvidaremos las carencias de sus equipos. Así somos los ingratos, solo vemos las manchas en el estilo de Pep.
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