Si no soy excesivamente absoluto, el Diario de Colón es el primer documento lírico en lengua española sobre la naturaleza edénica de Cuba. Su frase de “Nunca tan hermosa cosa vido”, va a marcar literariamente, para los europeos y también para los criollos, un punto de vista: la singularidad del paisaje cubano. Los taínos y siboneyes lo sabían desde hacía centenares de años. Y de acuerdo con José Juan Arrom, desde tiempos prehistóricos, Cuba era para los llamados indios “la tierra por antonomasia”. Ellos fueron los creadores de las primeras imágenes sobre nuestra patria. Y esas imágenes ayudan a conformar también los focos de significación de la conciencia criolla y luego cubana. Por tanto, no seré original al decir que el primer atisbo de una nueva identidad en gestación empieza por el paisaje. Con el tiempo habrá una diferencia entre el asombro ajeno de Colón y la visión entrañada.
En Lo cubano en la poesía, Cintio Vitier, maestro de cubanía, señala que la apreciación de los frutos de la flora en los poetas cubanos de la colonia pasa de los sentidos más superficiales a los más espirituales, según la naturaleza llega a los estadios más enraizados del sentimiento. Y en sumaria definición, debo intentar aclarar que la vista es más bien un sentido elemental, el gusto es utilitario, y el oído y el olfato, más sutiles. Hoy, hagamos el paréntesis, no echamos de menos la visión de los ingenio demolidos; más bien, extrañamos el olor del melado y el zumbido del vapor, esto es, según mi parecer, los sentidos más espiritualmente ligados a la identidad nacional.
Resumiendo parcialmente lo dicho: el paisaje natural fue uno de los ingredientes primordiales de la poesía y la prosa creativa cubana hasta el siglo XIX. El propio Vitier reveló a la apreciación crítica que Cuba poseía una naturaleza paradisíaca que conmovió a los fundadores y posteriormente a los continuadores del movimiento poético cubano. Quizás por esa capacidad de atracción que seduce sin destruir y deslumbra sin cegar, el sentimiento de lo nacional fue primigeniamente condicionado por el entorno paisajístico y manifestó sus primeros acuses de existencia en la poesía, lenguaje predilecto de la emoción.
Pero entre los poetas y poemas registrados, muy pocos se refieren a la caña de azúcar con júbilo, o con ánimo de destacar su presencia sin que de alguna manera no quede una metáfora, una palabra que recuerde el infierno verde del cañaveral. La esclavitud del negro, principalmente, y la peculiar y aparente libre esclavitud de chinos, incluso de canarios, compuso la rémora de nuestra identidad. Esa “gran pena del mundo”, según la definió Martí, retrasó nuestro proceso de integración espiritual y social. Y los horrores morales, que versificó Heredia, propios del régimen de plantación esclavista, superada su etapa patriarcal, convierte a la caña de azúcar en un símbolo negativo dentro del paisaje natural y social, a pesar de cuanto significaba y significó en la historia económica de Cuba. Para los propietarios de ingenios, el concepto de prójimo era sustituido por el de utilidad. Y así el esclavo componía sólo “fuerza de trabajo” y el campo dejaba de ser paisaje para ser medio de producción.
Tengamos en cuenta también que, desde un punto de vista de la estética del paisaje, unas cuantas caballerías de caña ofrecen una visión monótona: hojas mecidas por el viento y la llanura verde como un mal tranquilo de verano. Registrando en poetas del siglo XIX, he hallado que es usualmente denostada en la evocación o la descripción de los cañaverales. Notamos reticencia en poetas significativos y otros de menos recurrencia en la crítica y estudio de la poesía del XIX.
Por ejemplo, Mercedes Matamoros, ante el paisaje desolado de un ingenio en ruinas, impregna su mención a las cañas de una frágil mirada que devela el alma adolorida de la poetisa. Pero en su Canción de las cañas, aunque parece que nos va a ofrecer una impresión favorable, los versos que enseguida citaré terminan de una manera inesperada. Según la Matamoros, las cañas se ufanaban de ser cubanas: “Nosotras somos, dicen, las favoritas bellas/ del más hermoso suelo que fecundara el sol; / nacimos bajo un manto de vívidas estrellas, / sin embargo somos las hijas del dolor”. Hijas del dolor, siluetas dolientes como las llamó otro poeta que oía el chasquido del látigo sobre espaldas esclavas. El Cucalambé también juega a veces con las cañas. Al narrar el corte en el cañaveral dice festivamente que la gente, volcada al campo con entusiasmo, “a echar trozos al montón/ con loco furor empieza”. Más adelante, en el mismo conjunto de espinelas, el gozo hace una mueca: “Brilla el sol, sopla el terral, / la atmósfera está serena; / y a cada instante resuena/ la cuarta del mayoral”.
Menos conocido, José Sixto Piedra poetiza sin entusiasmo el ingenio en días molienda. Y termina con una nota trágica: “Entre las férreas mazas comprimida/ cruje la caña; la gigante torre/ como humeante volcán se ostenta erguida, / dulce guarapo en los canales corre/ y en su oleada de miel no logra al cabo/ endulzar la amargura del esclavo”.
Decidido a reanudar la polémica de Manuel Justo de Rubalcaba con las frutas españolas — litigio de acrisolado criollismo-, José de Jesús del Osio utiliza a la caña de azúcar, no como elemento paisajístico, sino como jugo dulce y elemento de beligerancia en lo que ya implica la ruptura con la metrópoli. Y proclama: “Yo no dejo el San Juan por el Henares/ ni un solar de mi Cuba por España, / ni por su pera nuestra dulce caña/ ni por montes de olivo mis palmares”.
Al mencionar los palmares podemos repasar una especie de polémica subsidiaria entre la caña y las palmas. Anselmo Suárez y Romero , cronista, esto es, poeta en prosa, toma pugnaz partido contra la caña de azúcar, siendo él, incluso, propietario de un ingenio, quizás en contra de sus verdaderos intereses intelectuales.
Como asegura Moreno Fraginals, Suárez y Romero fue un inepto dueño del ingenio Surinam, en la jurisdicción de Güines. Fue, con más fortuna, un beligerante cantor de la palma. Recordemos la postal escrita en un álbum durante 1852, que resulta hoy como una expresión interiorizada de cubanía en la prosa del XIX: “Hay una cosa en mi patria que nunca me canso de contemplar; no es la ceiba de hojas infinitas que se levanta en la llanura, ni la cañabrava que mece sus penachos con la brisa, ni los naranjos cargados de azahares, ni nuestro sol, ni nuestra luna, ni nuestro cielo tan azul y tan hermoso, ni el hirviente mar que ruje en nuestras playas; son los magníficos palmares que suspiran perennemente en sus llanos y sus colinas. No hay árbol más bello que la palma; pero cuando la casualidad ha reunido un grupo de miles de ellas en la cresta de una loma o en un valle pintoresco y apartado, no hay pincel capaz de pintarlas, no hay poeta que pueda cantarlas dignamente en su lira”.
Con la primera línea de ese párrafo, el autor inaugura un estilo más próximo al creciente proceso de divorcio de España. Es la diferencia dentro de la herencia. Y, sin forzar excesivamente el papel de Suárez y Romero, nunca he dudado en afirmar que sus estampas, en particular las tituladas respectivamente Palmares y El guardiero, componen los primitivos orígenes de la crónica periodística cubana.
No es todo, sin embargo. Oigamos a Suárez y Romero, dueño de ingenio, batir sus tambores contra la caña y su complemento industrial. Lo estimo como un resumen del criterio de entonces, época en que Villaverde exalta al guajiro y escribe la primera parte o la primera versión de Cecilia Valdés. Es decir, la literatura penetra en el interior de la sociedad y de la naturaleza buscando entenderla, explicarla para adelantar el parto de la autoimagen de cada uno y a la vez de todos los que habitan el mismo espacio y hablan la misma lengua. Suárez y Romero escribe sobre los ingenios: “Visto uno puede decirse que se han visto todos. No más que cañaverales inmensos de color verdegay que forman horizontes, divididos en cuadros de diverso tamaño por estrechas guardarrayas, a cuyas orillas no ostentan, como en las de los cafetales, sus anchas copas ni el mamey, ni el mamoncillo, ni el aguacate, ni difunden tampoco su fragancia los azahares de los limones y naranjos”.
En el siglo XX, La Zafra, largo poema de múltiples formas métricas y estróficas, de Agustín Acosta, ya acaso ha cuajado la autoimagen del cubano, autoimagen en que también se percibe la ideología nacional y la conciencia de la injusticia. Discurría la época del definitivo estirón de nuestra personalidad nacional. Y este mismo poema, uno de los dos grandes poemas civiles cubanos -el segundo en el tiempo, a mi juicio, es Elegía a Jesús Menéndez, de Nicolás Guillén-, entraña un impulso para que la nación se empinara, durante los años decisivos de las décadas de 1920 y 1930.
La Zafra no es, en esencia, un poema hermoso. El adjetivo sería baladí, minimizador. Vale, sobre todo, sin soslayar sus aciertos poéticos, por haber sido un grito, la síntesis poetizada de los contravalores de la caña de azúcar. Nunca será válido, ni justo, excluir a Agustín Acosta de entre los poetas nacionales. Que no haya sido revolucionario en política, no impidió que fuera revolucionario en cubano, en poeta. Sus facultades creadoras, vertidas en versos dolientes, sonoros, cromáticos, como postales dibujadas con el incausto parecido a las sangre, acusan, señalan el mismo estorbo que, cien años antes de 1926, lastraba la concreción de la nacionalidad. En su conciencia y su obra se pulsa la ideología básica que particulariza a la identidad cubana: defensora de la justicia y apegada a la independencia. Y por ello, aunque en su poema-libro evoca tristemente el pasado de la colonia y la esclavitud, no evade el momento crítico de su presente: nombrar al nuevo culpable de la tragedia nacional: “Mientras lentamente los bueyes caminan, / las viejas carretas rechinan, rechinan…/Lentas van formando largas teorías/ por las guardarrayas y las serventías…/ Vadean arroyos, cruzan las montañas/ llevando el futuro de Cuba en las cañas…/ Van hacia el coloso de hierro cercano: / van hacia el ingenio norteamericano…”.
La Zafra es un hito de esa época crucial en que la nacionalidad, confusa, extraviada se halla a sí misma en circunstancias limitadoras heredadas del 20 de mayo de 1902. La cultura nacional logró la síntesis evidente y beligerante frente al mimetismo neocolonial. Los poemas de Guillén brotan como consorcio de lo negro y lo blanco por encima de modas negristas, y más tarde, el poeta de Motivos de son conquista históricamente, en Elegía a Jesús Menéndez, la justicia definitiva para el esclavo, ascendiendo a “General de las cañas” a un dirigente sindical negro, ante cuya muerte, en décimas improvisadas en la radio, El Indio Naborí cantó: “Oíd ha caído un cedro/ talado por un gatillo/ ahora sí que Manzanillo/ midió el dolor de San Pedro”.
Notas:
1.Certidumbre de América, ed. Letras Cubanas, 1980.
2. Lo cubano en la poesía, ed. Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1970.
3. La Habana. Poeta y escritora. Colabora en los periódicos El Siglo y El Occidente, La Opinión, El Triunfo.
Nació el 13 de marzo de 1851 y murió el 25 de agosto de 1906.
4. Cárdenas, 5 de agosto de 1861-3 de mayo de 1918 Santiago de Cuba, 9 de agosto de 1769 - 4 de noviembre de 1805. Considerado como uno de los valores de la incipiente literatura en Cuba. Dentro del neoclasicismo, se destacó como sonetista.
5. 1812 – 1862.
6. La Habana, 21 de abril de 1818- 7 de enero de 1878
7. Orbita de Moreno Fraginals, ed.Unión, La Habana, 2009.
8. De color vivo y claro
9. Matanzas, 12 de noviembre de 1878-12 de marzo de 1979. Poeta posmodernista, celebre particularmente por La Zafra, 1926.
Manuel
23/5/23 19:24
Don Luis, soy un desafortunado en no haber podido copiar una cantidad de poemas, o décimas, que mi padre me contaba siendo la mas importante uno tema narrado como poesía y que ponía voz a la caña del azucar y a la palmera, donde discutían cual era o fue la mas importante si la caña o la palmera. Mi padre murió con 83 años y ya nunca mas he vuelto a conseguir este tema. Podría usted ser capaz de darme una buena noticia de ella y hacermela llegar a mi correo?, no imagina cuanto me alegraría de ello. Un Saludo
Yolanda
14/9/23 3:55
Manuel, yo conozco esta poesía y yo lo tenía escrito y se me perdió en una mudada yo creo que todavía está almacenada entre todas mis cosas de mi oficina ………. si yo la logro encontrar durante las vacaciones en diciembre se la voy a enviar. Yolanda
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