Recuerdo como era muy fácil dar con un carpintero que hiciera a tu gusto la maleta de madera para ir al campo. Fue una bella etapa en donde se combinaba el estudio y el trabajo al interrumpir por 45 días las clases, para alejarse de la familia y enfrentarse a una vida en colectivo en un campamento con las condiciones más elementales de sobrevivencia.
A muchos nos hizo crecer la etapa de “la escuela al campo” y para ello, días antes llegaban a la escuela unas chillonas ropas de trabajo con las más variadas tallas, sombreros y hasta botas. Adaptar aquellas prendas a nuestros cuerpos era una odisea, una tarea de otra gran tropa: las madres y costureras se encargaban de corregir o ampliar las mudas de ropa y que estuvieran listas antes del día de salida hacia el campo.
Otra escena que recuerdo con añoranza era el día de despedir la maleta. Ellas viajaban en lo que se llamaba “la avanzada”. Ya en las rastras o camiones (siempre las cargaban lo más atléticos y los profesores), tratabas de identificar la posición que ocupaba la tuya, sobre todo para comprobar su llegada sana al destino.
El arte de moverse con la llave al cuello llevaría otro comentario, pero el tiempo ha transcurrido y ahora mi hija estudia en onceno grado, y se prepara para ir por 15 días al mismo proyecto agrícola. Ella, al igual que sus compañeros, por nada del mundo llevaría una maleta de madera al campamento. Les suena desfasada y chea, prefieren un maletín o una maleta de rueditas para estar a la moda y no hacer el ridículo.
No imagino tantos bultos en una guagua, ahora que no hace falta trasladar las maletas de madera con antelación. La modernidad las extinguió, se acabó también la rumba, y mire que no había nada mejor que una rumba con las maletas como “tambores”.
Alicia
17/11/15 9:22
Nostalgia por aquellos tiempos, libres de marcas, mercadotecnia y tecnología, nos comunicabamos por papelitos o cartas enviadas con los otros padres que visitaban entresemanas a sus hijos, casi siempre pidiendo lo que se nos quedó olvidado en la casa o el refuerzo de comida hasta el añorado domingo. Tiempo de turrones, latas de leche hervida y cuanto mejunge se nos ocurriera a cualquier hora de la noche. Tambien tiempos solidarios, sanos, libres de competencia, del yo egocentrista y de tanta muestra de valores materiales, realmente tiempos buenos, imborrables de la memoria de los que ya estamos casi a las puertas de los 50
Ncala
10/11/15 16:21
Hay cosas inolvidables de hace varios años atras que nuestra juventud actual nunca disfrutará, pero que para nosotros fueron únicas, por ejemplo las deliciosas rumbas con las maletas de madera, o encontrar en el fondo de ellas el último caramelo que te quedaba hasta el fin de semana que llegaran los padres con los refuerzos. Que tiempos!!!!!!
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