Se acerca el fin de la edición XXXVI del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano y me deja el sabor de boca de querer ver las salas repletas. Salvo excepciones, los cines se mantuvieron con escasa presencia de público. Años atrás, los tumultos eran la constante y no creo que esta crisis se deba al propio Festival.
Buenas y variadas ofertas, horarios con facilidades para ausentarte un rato del trabajo o entrar más tarde, oferta cultural paralela al evento, una cartelera con buen diseño, mucha información, variadas zonas de venta, y hasta wifi en la zona cercana al cine Chaplin fueron algunas de las novedades que trajo este Festival.
La posibilidad de comprar pasaportes fue otra nota a favor del evento, algo que garantiza ver una mayor cantidad de películas por menos dinero, aunque el nombre que le buscaron a esta variante es algo surrealista para nuestra realidad.
Predominaron en las salas las personas de la tercera edad, algunas llevaban hasta su almuerzo y se les notaba activos disfrutando de una buena variedad de materiales cinematográficos.
Me toco la mala suerte de que el proyector del cine teatro América no quisiera funcionar el pasado martes en la tanda de las 12 y 30 del mediodía, pero peor que eso fue la demora para dar la respuesta de lo que pasaba. Nada, una excepción dentro de la regla.
Hablando de lo que pasa, desconozco qué sucede con aquel público entusiasta, capaz de hacer colas que le dieran la vuelta “a la manzana” al cine Payret —aunque este está en reparación, creo que vale la metáfora—. ¿Será responsable de la perdida de audiencia el famoso paquete que se distribuye en nuestros campos y ciudades o estamos tan enfrascados en el día a día que no tenemos tiempo para disfrutar de este arte?.
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