Los cambios económicos que se producen en nuestro país van acompañados de costumbrismos que van conformando nuestra cotidianidad. Desde los nuevos pregones promoviendo variedad de servicios y productos hasta oficios no imaginados, como los parqueadores, se va conformando un paisaje interesante.
De niño, al preguntar por algunos elementos que veía en las guaguas, específicamente en las tipo Leyland de nacionalidad inglesa, la respuesta que obtenía de mi padre era que ese elemento lo usaba el conductor del ómnibus que no era precisamente el chofer.
Un cordel a lo largo del techo del vehículo, encima de una hilera de ventanillas, tenía la función de que al halarlo sonaba un timbre que avisaba la solicitud de parada que algún pasajero le había solicitado a este empleado.
Un elemento para portar los boletines, sobre todo los de trasbordo, también alcancé a ver antes que “la modernidad” fuera acabando con estos detalles de la arqueología industrial.
El avisar las paradas, aparte de una amabilidad, le daba más calidad al servicio, aunque las guaguas en nuestro país generalmente siempre han circulado bien llenas.
El que me ha motivado a escribir y he apreciado en sus múltiples funciones es un bien nuevecito que no aparece legalizado en la Gaceta Oficial ni en oficina alguna de las tantas que abundan: El cobrador del pasaje.
Este personaje bien puede ir interrumpiendo el acceso al ómnibus en la puerta de entrada como en la ventanilla pegada a esta. Siempre está solícito a dar un servicio profesional en tanto casi nadie escapa para cobrarle los 40 centavos.
Grita, gesticula y gestiona que los que no caben por la primera puerta lo hagan por las siguientes siempre que hayan abonado su pasaje.
A pesar de que la mayoría no esconde su mala educación, no se les puede negar su eficiencia al cobrar, aunque nunca nos enteremos si ese dinero llega a la terminal de ómnibus correspondiente.
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