El sonido creciente de las sirenas hacen a algunos apartar sus vehículos de la vía, otros dan la espalda, pero la mayoría atina a buscar de dónde proviene la alerta. Asoma un carro rojo con sus luces de aviso y botando agua se arrima a una casa. Con rapidez se baja mangueras, se acordona el lugar y un potente motor dispara los primeros chorros de agua...que comienzan a llenar el tanque del vecino maceta.
Es el guión de una historieta humorística que no he podido publicar, ni poniéndole al carro de bomberos la matricula de Los Angeles, California.
Pero el tema no va con la corrupción, la censura o la autocensura, va con el agua, esa que sabemos cuando está llegando pues se desperdicia corriendo por baches, calles y callejuelas.
Ya no la encuentras fría en cafeterías y otros establecimientos públicos donde sudorosas jarras de cristal dejaban relucir trozos de hielo. Ahora la puedes ver gaseada o natural, pero ya jamás con el carácter gratis que suponía el consumir algún alimento y este se acompañaba con agua fría gratis, como parte del servicio del lugar.
La nuevas generaciones reirán, pero era así!
La que llega a mucho de nuestros hogares desconoce los minuciosos mecanismos del metro contador y solo es regulada por un recibo mensual de cuota fija, hayas gastado la cantidad de agua que sea.
Se acerca el verano y el calor se hace sentir, su demanda crece al igual que su despilfarro.
Ya las botellitas de agua no solo se ven en mesas de convenciones o restaurantes de lujo.
Todo el que tenga cerca un gimnasio, verá como estos pomos son inseparables de fajas, tenis y celulares.
Valorar la importancia del líquido no se resuelve con campañas ni bellos spot, es indispensable darle su valor, de uso y contable.
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