//

miércoles, 4 de diciembre de 2024

“No digas más que eres pobre” y otras frases cruzadas

Hilario Armando no puede hacer aerobios, porque en su vida tal actividad no cabe: ¿cuándo? ¿dónde? Todas las noches de su existencia Hilario monta guardia en las afueras de un café de libaneses. Todas las noches de su vida hipotecadas...

Mario Ernesto Almeida Bacallao
en Exclusivo 26/03/2023
3 comentarios
Obra del pintor mozambicano Malangatana Ngwenya
Obra del pintor mozambicano Malangatana Ngwenya, sin título.

Maputo. Por alguna extraña razón —¿será algún gesto, la mirada, el caminar, una frase suelta, el tono, la intuición cubiche?— un cubano reconoce a otro cubano en las calles de un país extraño. No interviene ninguna norma taxonómica: nuestros colores y matices corpóreos son “tan, tan…” como los de cualquier andante de esta tierra cuasi redonda.

Europoides, achinados, de piel negra, medio negra, medio clara, altas, bajos, flacas, gordos, de pelo inmenso, corto, ralo, lacio, crespo, calvos… de todo tenemos para la olimpiada humanística y —¡¿sorpresa?!— también el mundo.

Para tal identificación caribeña, al menos en África, quizá una pista sea el hecho de que los cubanos “caminen”. Si de extranjeros se trata, estos no suelen andar a pie las ruas cuando vienen a estas tierras y ni, en general, mezclarse mucho.

Las tonalidades y rasgos distintos a la negritud fundacional de esta parte del mundo, suele atisbarse en autos lujosos con cristales bien arriba o quizás corriendo temprano en la mañana, sobre las 5, cuando el sol va saliendo y los sanos hábitos imponen aerobios a quienes tienen tiempo y vida para ello.

Hilario Armando no puede hacer aerobios, porque en su vida tal actividad no cabe: ¿cuándo? ¿dónde? Todas las noches de su existencia Hilario monta guardia en las afueras de un café de libaneses. Todas las noches de su vida hipotecadas por un salario de seis mil meticais (94 dólares) cuya mitad se esfuma de inmediato en el alquiler de un cuartucho algo alejado del centro. Las condiciones de su vivienda pueden deducirse por el precio, pues un apartamento cualquiera de esta zona de Maputo, capital de Mozambique, difícilmente baje de los 60 mil meticais por mes (941 dólares), sin tener lujos visibles. Habría que ver lo que es un lujo en esta parte de África y lo que cada quién entiende como tal, desde sus condiciones de partida.

La vida laboral de Hilario transcurre en el dormir bajo el sereno de la noche, bajo el calor, bajo la lluvia, tirado en la acera o en el quicio de la entrada del café, pero jamás dentro.

Desde el 2012 vive en esta capital, adonde llegó procedente de una de las provincias del centro del país: Zambezia. Allá tiene un hijo que no ve desde entonces, porque desde 2012 Hilario Armando no regresa. El viaje es demasiado costoso, dice, y la vida muy cara también. Además, solo el trayecto de ida implica un lapso de tres días por carretera. El tiempo que esté allá, más las jornadas de regreso, pueden equivaler a no tener trabajo a la vuelta, ni siquiera uno como este, que le hipoteque las noches y las madrugadas de su vida, pero que al menos le garantice una supervivencia con techo y algo de alimento en Maputo.

Si se trata de cubanos, en Mozambique el término está casi directamente relacionado con personal de la salud, a fuerza de 45 años de colaboración ininterrumpida en ese y otros ámbitos, entre los que sobresale, además, la educación.

Según Hilario, los cubanos no tienen problemas con eso de mezclarse con la gente de aquí. No muestran reparos, ilustra, en comer del mismo plato. Los chinos tampoco, cuenta, pero son muy agresivos. Cuando dice “agresivos”, se refiera al tratamiento a sus empleados. Los chinos aquí suelen ser dueños de negocios. Y hay patrones chinos, algunos, a los que se les ha visto golpear a quienes trabajan para ellos.

Roberto Alberto también interviene en la conversación. Roberto Alberto, de poco más de veinte años, hace guardias en días alternos en el edificio yuxtapuesto al café “de” Hilario. Mientras espera que las horas pasen, coloca en la acera una pequeña mesa bajo una sombrilla, donde oferta a reventa cigarros, caramelos y cualquier golosina diminuta que uno imagine que encaja en una mesa. Según Roberto, los médicos cubanos son muy pacientes. Cuando la paciencia de un médico es vista como virtud, uno solo puede preguntarse, circunspecto, qué otras cosas pasan.

Sobre europeos, indios, libaneses, paquistaníes y aquellos que moran en ese otro continente que por geografía es este mismo y que Hilario denomina África Blanca, ya el trato a los negros pobres, explica Hilario, es distinto, como si no existiesen, como si fuesen animales.

En ese entramado de relaciones y miradas de las que hablan Hilario y Roberto… los cubanos.

Cuando caminas por las calles y se te enciman para pedir limosna, realidad extendida y normalizada en cualquier rincón —y no rincón— de Maputo, en cualquier semáforo, decir cubano implica un cambio de las reglas del juego.

Cuando dices cubano ya no eres europeo, ni indiano, ni chinês, ni del África Branca. “¡Fidel Castro! ¡Che Guevara!” sueltan con euforia, como si hablasen con un compañero de suertes, de pasados y destinos.

Es eso… cuando caminas por la calle y se te enciman, decir cubano implica un cambio de juego: eres de donde mismo Fidel y el Che, de un sitio que, aunque no se sepa exactamente en qué parte de este mundo inmenso se encuentra, de si se trata de isla o continente, pequeño o grande, no resulta exactamente rico y lleva 45 años mandando gente de cualquier color, que por colores no se agrupa, y que no tiene problemas en caminar, ni en discutir ni en, como bien explica Hilario, comer del mismo plato que los “negros de nación”.

La fortaleza del vínculo con Cuba tiene más ingredientes que el de los cubanos que han venido. Casi medio siglo atrás, niños y niñas de cualquier parte de este país, que por cierto es muy grande (casi 800 mil km cuadrados), llegaron a Cuba y salieron de ella siendo hombres y mujeres, con conocimientos y títulos universitarios en la mano. Son gente que aún anda por aquí y que conoce todo sobre nosotros, desde los mártires hasta los ríos, desde los valles hasta los chistes.

Además, por muchos años, cuando la Sudáfrica del apartheid amenazaba con invadir Mozambique y financiaba la guerra interna, los cubanos en Angola resultaban una fuerza que ponía en jaque continuo a la hegemonía racista en la región, en un complejo juego de fuerzas que mantenía en vilo y conflictividad de todo tipo al África austral. Así lo cuentan los ensayos de (y sobre) la época, escritos por las gentes de acá.

Habrá a quien no le baste esa comunión irrompible de reconocimientos y esfuerzos y mire con celo el hecho, ya descrito, de que muchos no sepan si somos isla o continente, si estamos demasiado lejos o no tanto. Entonces habría que cuestionar: ¿con qué derecho? ¿Acaso en Cuba, como norma, podemos diferenciar Mozambique de Zambia, los Congos del Senegal, Burundi de Ruanda, Tanzania de Namibia?

Para nosotros, para muchos de nosotros, África es más desconocida que nosotros para África, donde no se olvida la madre que se salvó, el niño que aprendió a leer, la sangre que se quedó en la tierra, la gente sin piernas que todavía hoy está en las calles de cualquier ciudad cubiche, los hombres con piernas perdidas en alguna causa justa de por ahí. África, en medio de sus desgracias, tiene memoria de elefante para estas cosas.

Además de esa memoria, está la humildad, la empatía, la esperanza… Caminando por Maputo, conocí a Daniel. Lo vi varias veces. Un día se acercó pidiendo trabajo, otro para pedir dinero, otro solo para conversar. Tenía familia en Boane, una de las zonas periféricas de la provincia donde mucha gente lo había perdido todo por las crecidas de ríos que sepultaron y arrastraron sus casas. Se había brindado a llevarme hasta allá, guiarme, aunque luego no nos volvimos a ver y por tanto no pasó.

La cuestión es que, en uno de nuestros primeros encuentros, en que Daniel se acercó a pedir dinero, los blancos en África suelen tener mucho, le dije:

—Hermano, yo soy cubano, yo también soy pobre.

—¡Cubano! ¡Fidel Castro! —otra vez Fidel.

Me extendió eufórico la diestra y apretó con fuerza, al tiempo que me aconsejaba:

—Hermano, no digas más que eres pobre. Tienes que hablar en positivo. Ya verás.


Compartir

Mario Ernesto Almeida Bacallao

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana

Se han publicado 3 comentarios


LySagua
 31/3/23 18:56

Buen artículo,me pregunto que hace en Maputo y no en Cuba

Evelin yanet
 26/3/23 21:00

Maravilloso escrito. Muchas gracias por esas letras que entendemos tan bien los cubanos en Mozambique.

Diamela
 26/3/23 19:21

Excelente artículo, como todos los que he tenido oportunidad de leer, gracias a tus padres, de quien tengo las mejores referencias como profesionales de la salud y que hoy contribuyen al mejoramiento de la calidad de vida de los mozambicanos. Felicidades y confieso que me quedé con ganas de continuar leyendo, así que espero haya una segunda parte👏👏👏👏

Deja tu comentario

Condición de protección de datos