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miércoles, 4 de diciembre de 2024

Menda pule calderos (+Foto y Video)

¿Quién es Menda? ¿Carne fácil para los sabuesos de la bien pagada pornomiseria? ¿Un trabajador jubilado que se recontrató en el oficio sin papeles de pulir calderos? ¿Un revendedor, uno de tantos? ¿Un síntoma del envejecimiento poblacional? ¿Un viejo que sonríe, bobo, cuando habla de los nietos y con resignación y dolor cuando menciona a los hijos? ¿Un punto más en el mal llevado registro de las contradicciones?...

Mario Ernesto Almeida Bacallao
en Exclusivo 23/10/2022
7 comentarios
Menda pule calderos Blog KaraZusia
Detalle de las manos de Menda puliendo a cuchillo un caldero de aluminio (Pedro Pablo Chaviano Hernández / Cubahora)

Una lima de superficie casi lisa, un cuchillo de hoja gruesa y oscura y otro más pequeño, plateado, esperan sobre el suelo para ensañarse contra el tizne de un caldero. Son sus instrumentos de trabajo.

A la espalda de Menda, contra la pared del edificio, hay una antigua tabla de planchar. Un metro más allá, sobre una maleta de madera tapizada de rojo, un reloj con péndulo falso al que le faltan las pilas, dos paquetes verdes de protectores sanitarios y un par de botas negras de cordones marrón que aplastan una caja de “Popular azul de bodega” con pocos cigarros dentro. Sobre los bultos verdes, otras cuatro cajas de la misma especie. Todo en venta.

El chirrido del hierro contra el hierro hace que uno apriete las muelas casi hasta el dolor y que la base de la lengua tiemble de la rigidez. Entre los dedos de la mano izquierda, la misma con la que sostiene el caldero, lleva un cigarro apagado.

—¿Tiene fuego?

—Ando con siete fosforeras arriba pero están sin piedra.

—¿Cuánto demora con cada caldero?

—Cuando me pongo para las cosas acabo con uno en media hora o veinte minutos, pero normalmente me entretengo. Vendo cigarros aquí, así que también tengo que atender eso.

—¿Cuántos limpia al día?

—Quince o veinte, sin matarme. Primero los raspo. Hay un líquido que es un batazo. Le echo una tapita a un cubo de agua, meto el caldero y el tizne que queda se va desprendiendo solo.

—¿Cobra lo mismo por todos?

—Por limpiarlos cobro entre 70 y 100 pesos. Algunos son más difíciles que otros. Los de hierro son más complicados que los de aluminio.

—¿Usted es de aquí del barrio?

—Sí, pero por eso no... A mí me conocen en todas partes, hasta en La Habana. Pregunta allí para que veas. Te dicen: “sí, ese purito que limpia calderos...”.

—Pero yo soy de Sagua de Tánamo. Toda la vida fui albañil. Más de cuarenta años. Después me retiré y empecé en esto. Yo construí hoteles en Banes, en Cayo Coco, en Varadero… Trabajé en el Tritón y en la reparación capital del Copacabana.

—¿Tiene pasta de dientes? —pregunta un hombre mayor.

—No hay en la maleta. —Le dice a Menda un tipo de poco más de cuarenta años.

—Bueno, ve hasta allá y trae, arriba del sofá tiene que haber.

Cuando Menda dice “allá” se refiere a un cuartico que tiene levantado al fondo de los edificios, junto a una pequeña finca. En la finca, dice, tiene de todo: malanga, ñame, aguacate, café, mango, chirimoya… Algo se ve desde la calle.

—Oye, se demora tu ayudante. —dice inquieto el hombre mayor.

—Se demora para robar. Ya saben dónde tengo clavadas las cosas y se las llevan. De ahí me han llevado de todo.

—Menda, acaba de quitarte a los descarados que tienes detrás de ti, que todos están para lo mismo. Ninguno trabaja y quieren robarte lo que tú luchas. Además, acaba de subirle el precio a los calderos que el único que cobra esa basura por limpiarlos eres tú, ya nadie hace eso por menos de 200 pesos. —Le grita uno que se autodefine como “su amigo de verdad”.

Menda baja la cabeza y dice que tiene razón, que mucha gente le ha robado.

—La misma gente que me “hace el favor” de ir a buscarme la cosas al cuartico me las roba. Me “hacen el favor” por eso. Yo tengo de todo en la casa.

—¿Tabaco tiene? —Le pregunta el hombre mayor.

—No, ahora no tengo. De Pinar del Río —explica— vienen y me traen la cantidad que yo quiera. Gente que siembra y me trae. “Aquí” hay de todo.

El ayudante regresa con dos tubos de pasta de canasta básica. Por setenta pesos, entrega ambos.

—Cincuenta por uno y veinte por el otro, para tirarte un salve —suelta.

—¿Vas para la casa ya? —le pregunta Menda.

—Claro. Mira la hora que eh y yo todavía ni he “jugado”.

En el agro del frente suena un disco de RBD. Luego se escucha un estribillo en voz de Yulién Oviedo que versa sobre gustos, anoche, “le hiciste…” Música de jóvenes que ya hoy no lo son tanto, música de un tiempo pasado, de un tiempo, para muchos, detenido. La nostalgia le llaman. Más de diez años han pasado. La vida y el mundo son otros o, por lo menos, distintos.

—La tabla de planchar está en 200 pesos. Eso porque quiero salir rápido de ella, pero cualquiera me la quita de la mano por 300—dice Menda.

Menda no se llama Menda, sino Reinaldo Valiente. Tiene 77 años y limpia calderos desde que se jubiló de aquello de la albañilería, después de echar cimientos y levantar paredes por toda Cuba.

—A mi papá le gustaba mucho la pelota. En el 45, cuando yo nací, dijo que si ese año ganaba Almendares me ponía Menda. Y ganaron. No me puso así, pero mira...

—Oiga, ¿en cuánto son las botas? —le preguntan.

—Quinientos pesos.

—Bueno, pues yo paso mañana y me las llevo.

—Ah, ¿porque tú crees que eso va a estar ahí hasta mañana?

—Me las llevo entonces ahora y mañana te doy el dinero.

—Yo no doy fiado.

—Nada, si las vendiste, las vendiste, con eso no hay cráneo. Si al final todos nosotros nos vamos a morir.

Un muchacho cercano a los veinte llega con rostro de intriga y un bolso en apariencia pequeño.

—Tengo un pomo de aceite a 400.

Menda se lo compra y lo coloca sobre un caldero boca abajo.

A quien pregunte —muchos vendrán preguntando— dirá 500. Nada permanece inmóvil por acá. Ni siquiera Menda. Ya casi anochece y se “mudó” para los bajos del edificio, frente a la bodega, porque hace un rato “se cayó el cielo en agua y metió una ventolera que parecía de ciclón”. En la bodega, explica, le hacen el favor de guardar las cosas hasta mañana. Temprano, desde las siete, él sale a rayar.

Nada permanece inmóvil: le traen y le llevan. A las cinco de la tarde no hay aceite y a las cinco con cuarenta sí, a las cuatro no hay cigarros, pero aparecen a las cuatro con diez.

 

Portal de bodega en el que Menda se ha guarecido de la lluvia (Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)

Dice Menda que ya varios muchachos han querido contratarlo para que limpie calderos.

—Ellos tienen un motor de lavadora. A eso tú le pones un cepillo de alambres y en un minutico ya está el caldero que parece de aceronique. Pero yo siempre les digo que no, porque ya me adapté a hacerlo con la mano.

Menda tiene cuatro hijos o, más bien, tenía. Ahora le quedan tres.

—Ese hijo era el mejorcito de los cuatro. Era cristiano. Fíjate si era bueno que no tomaba, no fumaba... Pero un día le dio un dolor aquí —se señala con el índice el abdomen— y lo llevaron para el hospital. Lo operaron de urgencia, pero no aguantó un mes. El mes pasado cumplió un año de muerto. Era jovencito, 40 años, fuerte... Tengo tres más: dos hembras y otro varón. No he visto más a los nietos, no tengo cojones. Yo llego y ellos empiezan: “Abuelo, abuelo, no te vayas”. Me quieren cantidad. Lo que me pidan se lo doy ahí mismo. Me piden la cadena y se la doy, ropa y se la doy. Mis hijos me dicen: “ah, ¿a ellos sí y a nosotros no?”. Y yo les digo: “Claro, porque ellos sí me quieren”.

Cae la noche y un can descansa mientras Menda recoge sus cosas luego de su día de trabajo (Pedro Pablo Chaviano/ Cubahora)

—¿Usted tiene pareja?

—Sí.

—¿Vive en el cuartico con usted?

—No, no. Yo tengo una por aquel edificio, otra en este, otra en el de allá, Pero fija ninguna. Yo tengo casa por Alamar, con finca y todo. A cada rato pienso en volverme para allí. Al final me he quedado por esta zona.

Hoy Menda viste una camiseta que luce una bandera de Estados Unidos. Ayer no la tenía y mañana no la tendrá, pero hoy la tiene. En la pared de la bodega que le sirve de fondo, está pintada una cubana. Desde la cámara, en un plano general, parecería un enfrentamiento. Sin embargo, también desde la cámara, cuando el plano se le cierra un tanto, vemos que de las cadenas de oro guinda una chapilla con la bandera cubana. Ayer la tenía, mañana la tendrá y hoy la tiene. Ya no es un enfrentamiento, ahora se trata de una contradicción. Una contradicción que sobrepasa, por mucho, la piel de Menda.

La contradicción está por todas partes, como las banderas. La cubana en el edificio que años hace se levantó como resultado de programas sociales. Al mismo tiempo, está en la pared de una bodega que es —también, todavía— un programa social. La “americana” en la ropa barata de producción en serie que se trae, se vende, su usa, se tira… y que hasta para trapo cuentan que sirve. La cubana de nuevo, ahora más pequeña, diminuta, en un espacio más privado: ese tramo huesudo que se halla justo al centro del triángulo equilátero —otro más— que forman las tetillas y la nuez de Adam.

Menda y las contradicciones de los símbolos (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora)

¿Quién es Menda?

¿Carne fácil para los sabuesos de la bien pagada pornomiseria? ¿Un trabajador jubilado que se recontrató en el oficio sin papeles de pulir calderos? ¿Un revendedor, uno de tantos? ¿Un síntoma del envejecimiento poblacional? ¿Un viejo que sonríe, bobo, cuando habla de los nietos y con resignación y dolor cuando menciona a los hijos? ¿Un punto más en el mal llevado registro de las contradicciones? ¿Un señor que se sienta en el quicio de la bodega? ¿Un “enajenado” que usa en la camiseta, a todo color, los símbolos bombardeados desde “alguna parte” por culpa de la llevada y traída, invisibilizada, funcional y gritona guerra cultural? ¿Un hombre que lleva en el pecho y bajo los pies a su país?

Si se atreve, usted dirá…


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Mario Ernesto Almeida Bacallao

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana

Se han publicado 7 comentarios


milo
 31/10/22 10:41

Ese hombre tiene la edad de mi madre. Si viviera cerca de él, tal vez le llevaba mis calderos, para que la gente no me mire raro por las uñas mochas y tiznadas de raspar lo que se pega en sartenes y ollas... pero debo confesar que hay algo mágico, meditativo, en ese oficio de sacar las suciedades de tus objetos cotidianos, y en machacar escombros para hacer tercio y reducir el costo en materiales nuevos, y en pulir la bisutería que vendía mi abuela y hyt rescata mi mamá para su venta de garaje muy barata, porque las viejas también quieren adornar sus orejas, además de comer ... yo admiro a la gente que elige de qué y cómo vivir, más allá de la globalizada idea de lo que se hace y se luce para no ser marginado. "Menda" debería ser una categoría de cuentapropismo, una con mucha dignidad, porque esa generación no se sienta a pedir que le caigan los frijoles del cielo. Gracias, Mario, por tu deliciosa crónica.   

matia
 24/10/22 11:27

Una maraVilla periodista lo que has escrito, te felicito,  así mismo es la vida, no es de enfrentamientos como dices es de contradicciones, felicidades

Mario
 24/10/22 23:24

Muchas gracias, Matia, un saludo.

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Rudy
 23/10/22 21:00

"Al mismo tiempo, está en la pared de una bodega que es —también, todavía— un programa social." Me parece "Zucio", KaraZucia, usar el también, todavía. De qué se trata de un mal presagio o una aspiración. Personas como Menda también, todavía existen y existirán, no tienen que ver con guerras culturales, más bien son guerras personales que llevamos las personas, vivan donde vivan, también en las mecas culturales e industriales existen, no somos líderes en desigualdades -tampoco, todavía.

Mario
 24/10/22 23:40

Estimado Rudy, tiene mucha razón cuando dice que no somos líderes en desigualdades. Y por supuesto que sería muy sucio y cínico de nuestra parte aspirar a que las conquistas y programas sociales de la Revolución, que son en sí la Revolución misma, desaparezcan. Más que eso, mantenemos la fe y la seguridad, y en eso nos van todas las fuerzas, en que la única garantía que tiene la Revolución para seguir siendo es profundizándose, es emperrarse en ser más revolucionaria de lo que podemos calcular nosotros mismos, incluso más de lo que unos cuantos nos perdonarían. Las bodegas, lo mantengo, son, todavía, y qué suerte que sea así, programas sociales. Pero insisto en que no nos podemos conformar con eso. En la medida en que la crisis y nuestras capacidades lo permitan, tendremos que ir más allá. Un abrazo.

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PP
 24/10/22 23:59

Antes de ir por ahí ofendiendo de "Zucio" trate de no ir sacando conclusiones a la primera y sin ponerle mucha cabeza. Inténtelo, usted puede, solo un consejo....

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