Hay libros que te marcan la vida. Son tan valiosos que cuando caen en tus manos no puedes desprenderte de ellos, y luego te parecen imprescindible que otra gente los lea y disfrute como tú… y ahí es donde los pierdes.
Me ha pasado más veces de las que quisiera recordar, en especial porque se trataba de libros raros, que nunca más pude obtener, ni en soporte duro ni digital. En especial, también, porque los confié a gente buena, que luego no solo no lo devolvieron, sino que ni siquiera compartieron mi entusiasmo.
Ahora mismo recuerdo tres. Uno es un tomo de la enciclopedia El tesoro de la juventud. No cualquiera, sino el favorito de mi hijo cuando aún no cumplía tres años, porque tenía una lámina con los filósofos más importantes desde la antigüedad.
Entonces no leía solo (empezó a los tres años y medio), pero me hacía repetirle a cada rato la vida de esos hombres (sí, solo hombres, ya saben cómo es la Historia). Era gracioso verlo con su libraco bajo el brazo contándole a todo el que pusiera atención qué descubrieron esas personas y por qué eran importantes. Un colega de JR aún le dice el Filósofo, porque ese fue el primer oficio que se propuso ejercer, algo de “pensar mucho y trabajar poco”, decía y los adultos reían de su afán.
Pero otro aspirante a periodista en el curso de reciclado que pasamos en 2001 le pidió el volumen, y él, en su justificable inocencia, se lo prestó… A la semana no más supimos de ambos. No tiene nada que ver con sexo, pero se los cuento porque me dolió en mi orgullo de madre cuando el susodicho negó ser el depositario del Tesoro… diciendo que “el bebé” lo había confundido. ¡Un chiquillo que reconocía hasta a Aristóteles y sabía de un vistazo quien faltaba cada día a mi aula!
Otro libro que aún extraño es Cupido Juglar, el niño más travieso, incomparable colección de ternuritas narradas por Garzón Céspedes (el as de la hiperbrevedad en cuentos), con unas viñetas hermosas de Gustavo Novo. Lo presté en la universidad a mi mejor amiga, que jamás se había leído un libro entero, y al mes ni recordaba dónde lo había puesto, lo cual me demuestra que no lo leyó… y como yo sabía bien el destino que tomaba en su casa todo lo que fuera papel, lo lloré como irrecuperable desde entonces.
En Cuba se publicó en 1985 por la editorial Gente Nueva, y luego salió en Costa Rica. Es inconcebible que ni en Amazon esté disponible, y Google no tenga ni una imagen de su simpático personaje. Confieso que algo así me encantaría editar con Jorge para púberes de hoy, porque aún me estremezco recordando cómo me sentía al leerlo, una y otra vez.
La tercera pérdida que quiero contarles (la que motivó esta crónica en realidad), es la de un libro de ciencia popular que escribió el andrólogo español Jose Luis Arrondo Arrondo, a quien conocí en un congreso de Sexología en 2008.
El nombre del libro que traía para compartir, y en especial la imagen de su “protagonista”, captaron más de una sonrisa académica en el Palacio de las Convenciones. Cuando dijo que lo vendería en CUC mucha gente hizo lo que pudo para adquirirlo, pero esta reportera no podía darse ese lujo y humildemente se lo pidió prestado al autor, para ojearlo.
Me pasé todo el evento copiándolo aprisa: en las sesiones, en el restaurante, en el lobby, en el transporte de regreso, en casa… El último día, cuando fui a devolverlo, el genial doctor decidió obsequiármelo porque “no podía hacer menos por una dama que había mostrado tanto interés por su pene…”, y claro que era un juego de palabras y no una grosería, porque el libro se llama así: Historia íntima del pene. La nueva sexualidad masculina.
Este lunes alguien habló de él en el wasap de Senti2 y hasta compartieron una “carnada” de 64 páginas que está disponible en internet, pero el libro total no he podido recuperarlo, menos mi ejemplar de papel, dignamente ganado y autografiado por Arrondo con mucha simpatía.
El gracioso falo ilustrado por Elisa Apesteguia desapareció de mi colección de libros básicos, mi módulo de supervivencia, que incluye textos de Valerie Tasso, Aloyma Ravelo, Elsa Gutierrez, Laura Alvaré, Ruben Campero; muchos del Cenesex; los fabulosos Sexo para uno y Sex in the brain, (ambos regalos de lectores norteamericanos), y los clásicos Piensas ya en el amor y El hombre y la mujer en la intimidad.
Hay más… pero ese en particular, el de la historia contada en primera “persona”, debe haber llamado mucho la atención de algún piyamófil@ que lo tomó prestado, a lo mejor con mi venia, pero sin apuntar el dato para recuperarlo después.
El caso es que esos libros que no vuelven, dejan una marca muy profunda en quienes padecen, como yo, de lectomanía… y lo sé porque me resulta más fácil recuperarme de una ruptura amorosa que de una pérdida bibliográfica irreversible.
Entonces me acuerdo del escritor Mark Twain y su cínico, pero eficiente cartelito: “En esta biblioteca no se prestan libros. Esta biblioteca está hecha de libros prestados”.
chairman
4/6/21 12:46
Yo también presté dos libros que luego perdí, uno es una novela erótica de un tunero que ganó premio: "El enigma y el deseo" y el otro es una compilación de cuento eróticos escrito por mujeres: "Té con limón". Este último se lo pedí a la dama a la que se lo presté y negó que yo se lo hubiera prestado, parece que le gustó tanto...
puntualita91
6/6/21 19:13
Eso es justamente lo que m'as duele: que te lo nieguen en tu cara. Mi abuelo tenía los libros marcados en páginas interiores para demostrar que eran suyos. Estaba orgulloso de lo buen "cazador" que era para recuperar esas "presas". Pero creo que jamás hubiera tenido libros como lso de Milo, al menos en los libreros públicos al alcance de la familia. Si bajo el colchón había otras cosas, eso solo mi abuela lo sabe ;)
KarlMart
6/6/21 20:12
Muchas gracias por este escrito. Yo también he perdido libros que quisiera no haber prestado, o regalado en algunos casos, porque después esas persoans no le dieron ningún valor. Busqué en google ese libro de la Historia íntima del pene y me pareció muy interesante y ameno, pero como dice la autora del post, no está completo. ¿Será que el autor no tendría la gentileza de facilitarselo, como hizo con el de papel? Acà es muy dificil comprar libros por Amazon, y ahora con los aeropuertos cerrados menos, y me interesarìan los últimos capítulos que lucen prometedores. Gracias por este espacio libre de prejuicios.
Carlin77
3/6/21 21:35
Buen escrito Milo, sí, en eso he sido un perdedor, he perdido varios y aún me duele uno q compré titulado "Solo la Fe" y lo presté a un compañero de trabajo el cual ya había solicitado la baja del centro y yo no lo sabía y soy de los q cuando me prestan si está roto lo arreglo y siempre devuelvo, pero bueno no todos domos iguales, un saludo a todos.
cleopatra
3/6/21 13:05
Buenos Dias
Que buen escrito como siempre nos tienes acostumbrados Mileida. Ufff libros perdidos para que contar que soy tan buena creyendo en las personas que cdo después de pasado un tiempo te dicen ¿a mi? a mi no me lo prestaste. Tuve un buen maestro que me decía que escribiera en una libreta todo lo que prestara con la firma de la persona en cuestión: mi papá que todo lo apuntaba; nadie nunca le pudieron decir que no se los habia prestado por que la evidencia los delataba, en esos prestadas perdi los libros Piensas ya el Amor, El hombre y la Mujer en la Intimidad, el Ramayana, casi toda la coleccion policiaca cubana y extrangera. Matematica y Fisica recreativa de cuando era niña no me quedo casi nada en fin toda una libreria que ojala los no los hubiera prestado. Por eso un buen dia los vendi todos, los que me quedaban. ahora los que compro no se los presto a nadie,,, que tarde aprendí
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