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miércoles, 27 de noviembre de 2024

Antojos de fin de año

A veces la vida no te da lo que quieres, pero tu alma sabe lo que necesitas…

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 26/12/2023
2 comentarios
Antojos navideños
No basta desear algo: hay que dejarle pistas claras al Universo. (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

“Cuidado con lo que pides: puede volverse realidad”, dice un viejo refrán que me encanta, aunque no tengo idea de donde salió, porque mi baúl de dicharachos se nutre de lecturas y recuerdos, en especial de mis abuelas y tíos mayores.

Siempre pienso en ese adagio cuando me paso el día rumiando un antojo y luego se materializa, pero no del modo en que mi fantasía andaba precocinándolo, sino como de verdad era más útil, o más disfrutable, porque se cumplen los pedidos en su esencia, sin tantos adornos o contornos modernistas.

Sankalpa, le dicen en sánscrito a esas rogativas, y es un concepto del yoga, el hinduismo y otras fuentes poco conocidas de culturas aún misteriosas. Sólo desea algo en su forma más pura y luego déjalo ir, sin obsesión. Y claro, pon tu mente y espíritu en calma, para que puedas sintonizar con lo que sea que teje los hilos de la vida.

Por eso son tan poderosos los deseos cuando se piensan en pleno orgasmo, mejor aún si es a dúo (pensar los primeros y lograr los segundos, ya saben).

¿Que ando medio mística otra vez…? Es cierto. Pero no me culpen: es el espíritu navideño. Para mí no suele tener nada de festivo o pacotillero este tiempo, menos este año, cuando tantas Marías no llegaron al pesebre porque murieron bajo las bombas o las cuchillas de una excavadora, arrastrándose entre escombros a pocos kilómetros del bíblico Belén.

Tomo una pausa para respirar, y al minuto retomo el teclado. Este asunto de la guerra amenaza con contaminarlo todo, y una se debate entre dejarlo estar y esperar que lo bueno suceda finalmente, o romperse la garganta a gritos por la impotencia de no saber cómo cambiar los resultados de la codicia humana.

El caso es que ayer tenía ganas de comer galletitas. Sola en casa con mi madre, Jorge en Santa Clara con la suya, esta es la primera Noche Buena (y tal vez fin de año) que pasamos alejados desde la feliz coalescencia de hace siete años. Y de todo lo que tenemos en común para añorar en la distancia, a mí me dio por pensar en cositas dulces y crujientes, con ligero sabor a malacrianza de ambos lados.

Pudiera haberlas comprado de paquete, ya sé, pero la escena bucólica que me despertó este domingo era clarísima en mi mente: mantequilla, poca azúcar, un huevo, harina, vainilla, horno precalentado, mis antiguos moldes navideños y el refractario de la abuela para amasar con paciencia hogareña.

¡Uf, qué delicia! Pero ¡qué pereza! Medir, batir, mezclar, esperar, fregar, cortar, vigilar el producto para no quemar tanto esfuerzo… Volví a rebujarme en el edredón hasta que el buen juicio me tiró de la cama (o sea, los ladridos de Maya).

Mientras preparaba el café, se colaron en mi cocina los sonidos familiares del barrio y pensé en cómo lidia la gente en esta navidad con los imprevistos del casi extinto 2023.

Entre la música y los gritos de los borrachines de siempre, el ronronear de los carros, las maderas crepitantes y los compro-vendo-cualquier cosa, se colaba la voz del hijo que salió de la cárcel y vino a cocinarle a su vieja madre; el hermano que visitó a quien no quiso nunca cruzar el charco; el consuelo dado por la anciana que perdió a su hijo a mediados de año a la vecina que acaba de enterrar a su madre…

Abrí las redes esperando el saludo jorgiano de estos días (“Mariquita María, ¿dónde está el hilo?”), o la foto de los audífonos que me compró (lilas, para ver si no los pierdo) y me reenvía cada vez que refunfuño por cualquier nadería…

Miré los memes, los mensajes, los chistes picantes y machistas típicos de estas fechas. Los equívocos causados por nuestro pensamiento mágico femenino. Los auspiciosos augurios de personas que sí creen en el mejoramiento humano.

Pero, como el dinosaurio, cada vez que cerraba mis ojos, las galletitas estaban ahí… Y a punto estaba de salir a buscar un sucedáneo a precios de mypime cuando mi hijo apareció en la puerta, sin previo aviso, dispuesto a colarse en la cocina para hacernos la cena, aunque en nuestra familia no demos importancia a tales solemnidades.

Fin del cuento: ¡comimos galletitas caseras! La navidad me trajo al Davo que cuando tenía tres o cuatro años y se subía en un banquito a inventar platillos y consentirnos con sus habilidades natas de químico doméstico.

Y claro, le pasamos fotos a Jorge, para tomar venganza de su tierno chantaje lila. Y a mi nuerita, para que no olvide cuan valiosa es la joya que se robó de esta corona. Y a cuanto grupo de amigos podría valorar algo así, porque el mundo sigue teniendo un corazón anchuroso y crujiente, y nadie está del todo solo cuando tiene un sankalpa acurrucado en el fondo de su corazón.


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...

Se han publicado 2 comentarios


Nor1
 29/12/23 16:45

Concedido! Pero siempre ten cuidado con lo que deseas. Tengo algunas experiencias de ese tipo (buenas y malas) pero sin nada que lamentar, son parte de la vida.

Juan Carlos Subiaut Suárez
 28/12/23 15:01

Bon appetit!

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