Hay una vieja cuarteta que asegura:
“De las cosas más ocultas
el tiempo tiene la llave
y a la corta o a la larga
todo en el mundo se sabe”.
Y la verdad que encierra esta coplilla se hace especialmente valedera con referencia a quienes, de una u otra manera, llevan lo que se llama una “vida pública”. Desde las actrices hasta los políticos, pasando por los deportistas de renombre, todos están bajo constante requisa de la gente.
No iba a ser una excepción John Fitzgerald Kennedy, el joven combatiente de la Segunda Guerra Mundial —Medalla Corazón Púrpura—, el Premio Pulitzer de Periodismo, el senador que ocupó la Casa Blanca en calidad de trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos. Y, en cuanto a la intimidad del mandatario, saldrían a relucir dos grandes pasiones, una de ellas muy relacionada con Cuba.
JOHN F., TRAMPOSO FUMADOR DE TABACOS
En cuanto a las grandes pasiones de Kennedy, está fuera de dudas que el presidente norteamericano fue lo que en inglés llaman un ladies´man.
Enamoradizo hasta los tuétanos, sus conquistas picaron muy alto, hasta la mismísima Marilyn, el gran símbolo sexual yanqui.
Pero hay otra predilección menos conocida: su gusto por el tabaco cubano, específicamente por los petit upmann.
Y aquí viene la anécdota.
Una tarde Kennedy le encargó a su secretario de prensa, Pierre Salinger, que le consiguiese un millar de puros de su vitola preferida. Ya con el lote en las manos decretó la prohibición de todo comercio con Cuba.
Entonces, de seguro, les dijo a los fumadores norteamericanos: “¡Jerínguense, que yo sí estoy bien pertrechado!”.
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